Me llaman Alice

Marisa Grey

Fragmento

Contents
Contenido
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Epílogo
Agradecimientos
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A Juan y Fanny,

mi constante fuente de inspiración

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Fuera de la noche que me cubre,

negra como el abismo de polo a polo,

agradezco a cualquier dios que pudiera existir

por mi alma inconquistable.

En las feroces garras de las circunstancias

ni me he lamentado ni he dado gritos.

Bajo los golpes del azar

mi cabeza sangra, pero no se inclina.

Más allá de este lugar de ira y lágrimas

es inminente el horror de la sombra,

y sin embargo la amenaza de los años

me encuentra y me encontrará sin miedo.

No importa cuán estrecha sea la puerta,

cuán cargada de castigos la sentencia.

Soy el amo de mi destino:

soy el capitán de mi alma.

William Ernest Henley

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Prólogo

Nadie en su sano juicio habría salido a la calle en una noche tan desapacible. Un trueno rugió muy cerca, como una bestia sin rostro, y a los pocos segundos un relámpago partió el cielo, arrojando una luz fantasmal sobre las casas ajardinadas del habitualmente acogedor barrio de Green Road. En la calle, las ramas de los árboles crujían bajo los embates del viento mientras la lluvia se estrellaba con violencia contra las ventanas.

En una de esas casas dos niñas se abrazaban con la vista fija en la puerta de su alcoba. No temían a la tormenta que se de­sataba con tanta furia en el exterior, porque la verdadera amenaza provenía del interior. Los gritos de su padre y los sollozos de su madre se oían con nitidez a pesar de la puerta cerrada de su dormitorio y del fragor de la tempestad. Las dos hermanas permanecían agazapadas en un rincón oscuro, como si al encogerse el peligro no pudiera alcanzarlas.

Un nuevo trueno las sobresaltó y al instante un relámpago iluminó los dos rostros crispados. Alice soltó un gemido de angustia y escondió el rostro contra el hombro de Paige. Esta no reaccionó, no podía apartar los ojos de la puerta: unos pasos ines­tables subían por las escaleras seguidos de las súplicas de una mujer.

—No lo hagas, por lo que más quieras... —rogaba la madre, quien veía cómo sus esperanzas se desmoronaban.

El hombre no se molestó en contestar. La puerta se abrió con tanta violencia que la hoja rebotó contra la pared al tiempo que otro trueno sacudía la noche. Ante los ojos de las niñas apareció una silueta que se perfilaba en el umbral como un fantasma. El siguiente relámpago iluminó el rostro congestionado de Roger Hooper.

Las dos hermanas gimotearon y el abrazo se hizo más desesperado, porque eran conscientes de que la presencia de su padre presagiaba una desgracia. Acorraladas en su rincón, las dos niñas negaron con la cabeza asiéndose la una a la otra con sus pequeños puños.

Sin miramientos, Roger propinó a su mujer un fuerte empujón para quitársela de encima. El golpe contra la pared fue contundente y nubló la mente de Clarisa al instante. De las bocas de las niñas brotaron gritos de terror y los sollozos recrudecieron hasta acallar el tronar de la tormenta.

Con los dedos agarrotados, Roger aferró el brazo de la pequeña que tenía más cerca y tiró brutalmente desoyendo los rue­gos. Los gritos de las niñas se hicieron más agudos, avivados por el terror de verse a merced de su padre. El hombre soltó una maldición y separó a sus hijas sin importarle si clavaba los dedos en la tierna carne de los brazos de las pequeñas.

Clarisa entró sujetándose la cabeza con las manos, un hilo de sangre se deslizaba entre los dedos. Toda su atención estaba puesta en la pequeña Paige, que lloraba pataleando bajo el brazo de su padre mientras Alice intentaba en vano alcanzar la mano de su hermana.

—Te lo suplico —pidió Clarisa entre sollozos—, no separes a las niñas...

Los ojos llenos de odio de Roger se clavaron en el rostro de su mujer. Ella dio un paso atrás arrastrando a Alice, que se deba­tía entre los brazos de su madre.

—Me echaste de esta casa —espetó Roger con voz pastosa—. ¡Me echaste de MI CASA! Has sido tú quien ha ido a un abogado para pedir el divorcio. Pues bien, tú ganas: mitad y mitad. Una para ti, otra para mí.

Clarisa ahogó un gemido de desesperación e intentó alcanzar la mano de Paige, pero Roger la apartó con un nu

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