Miscelánea

Ana Álvarez

Fragmento

Creditos

1.ª edición: junio, 2015

© 2015 by Ana Álvarez

© Ediciones B, S. A., 2015

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B 14387-2015

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-941-1

Gracias por comprar este ebook.

Visita www.edicionesb.com para estar informado de novedades, noticias destacadas y próximos lanzamientos.

Síguenos en nuestras redes sociales

       

Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Dedicatoria

 

 

 

 

 

Dedicado a Laura, por su ayuda en el difícil parto y posterior desarrollo de esta historia. Por estar ahí cuando me quedaba sin ideas y sin ganas de escribir. Por haber creído en mí siempre, cuando ni yo misma creía. Y al final, por ofrecerme su mano…

Gracias

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Epílogo

Agradecimientos

Nota de la autora

Promoción

miscelanea-4.xhtml

Capítulo 1

El comienzo

Victoria releyó una vez más la prueba del artículo que estaba revisando para la edición del periódico que entraría en rotativos en un par de horas. Le costaba trabajo concentrarse, en la redacción había un alboroto que se filtraba a través de la puerta del despacho y del que no conseguía desentenderse.

Normalmente no tenía problemas para evadirse del ruido circundante, en una redacción con gran cantidad de personal trabajando a dos turnos el ruido siempre estaba presente, pero últimamente estaba más nerviosa de lo habitual, y eso no ayudaba a su poder de concentración.

La perspectiva de conseguir al fin una revista semanal, que el periódico publicaría los sábados, y que sería enteramente obra suya, la tenía nerviosa e impaciente. Sabía por el movimiento que había de entrevistas y visitas al despacho del redactor jefe, que la publicación era inminente, y este hacía meses que le había prometido la dirección a ella. Incluso habían hablado un poco de la línea que tendría dicha revista, de los contenidos y del formato.

Sabía también que llevaba algo de tiempo organizarlo todo, pero estaba realmente impaciente por empezar.

Un murmullo más alto de lo normal procedente de la antesala de su despacho donde trabajaban su ayudante Magda y un par de chicas más, ambas redactoras, le hizo volver a soltar el artículo que intentaba revisar y salir para averiguar el motivo de tanta agitación.

Antes de abrir la puerta, se pasó la mano por el pelo para asegurarse de que ningún mechón se había soltado, siempre tenía buen cuidado en mantener su melena rubia y llamativa cuidadosamente recogida con tirantez en un apretado moño.

Victoria pensaba que al trabajo se iba a trabajar y cuidaba escrupulosamente su imagen para evitar provocar tanto en hombres como en mujeres ningún sentimiento que no fuera estrictamente profesional.

De hecho, su ayudante y amiga, con la que compartía piso, solía burlarse y decirle que parecía más lesbiana que ella cuando la veía por las mañanas embutirse en sus habituales trajes pantalón negros, sus sujetadores camiseta que comprimían sus pechos y sus sencillas camisas blancas abotonadas hasta el cuello.

Una vez comprobado que su aspecto era satisfactorio, abrió la puerta. Inmediatamente las risas cesaron y cada una de las chicas volvió a su quehacer.

—¿Puedo saber qué ocurre, que está hoy la redacción tan alterada?

Magda se echó a reír.

—Al parecer hay un espécimen de hombre diez dando vueltas por el periódico. Va parando la producción por dondequiera que pasa.

—Ah... ¿Y ese hombre diez es...?

—Nadie lo sabe.

Rosa, una de las chicas respondió.

—Sí que lo sabemos. Es Julio Luján de la Torre, el hijo menor del dueño de la cadena de hoteles más importante de la Costa Brava. Lo que no sabemos es qué hace aquí.

Victoria frunció el ceño. Claro que conocía al hombre, salía con frecuencia en las revistas del corazón, pero tampoco ella tenía idea de qué pintaba en el periódico. Por lo que sabía él pasaba todo su tiempo en yates, fiestas y saraos.

—Bueno, haga aquí lo que haga, no nos incumbe. Nosotras tenemos que sacar adelante la edición de un periódico, así que manos a la obra.

—Sí, Victoria, no te preocupes, estará a tiempo.

Giró sobre sus talones y volvió a entrar en el despacho. No tenía duda de que estaría, sus chicas cumplían siempre con su trabajo. Se había rodeado de un buen equipo. Rosa, Celia y sobre todo Magda eran eficientes y cumplidoras: contaba con ellas para la revista, aunque todavía no había nada oficial.

Suspiró al sentarse de nuevo en su sillón. Tanto alboroto por un par de pantalones. El tal Julio Luján no era más que un niño de papá, aunque ya bastante entrado en la treintena, mimado y caprichoso. Que ella supiera, no había trabajado en su vida, y si había algo que Victoria respetaba era el trabajo.

Se concentró de nuevo en su labor, hasta que sonó el teléfono de su mesa.

—¿Sí, Magda?

—Martín quiere verte en su despacho ahora mismo. Parece importante.

—De acuerdo. ¿Puedes encargarte tú de terminar la corrección?

—Sin problema.

Minutos después volvía a atravesar la puerta de su despacho, después de haber revisado su aspecto. El cabello en su sitio, la chaqueta abrochada, los pantalones impecables. Magda se había burlado de ella preguntándole con sorna.

—¿Asegurándote de estar perfecta por si te encuentras al tipo diez?

Victoria había sonreído a su amiga.

—Sabes perfectamente que soy tan inmune a ese tipo de hombre como tú. Pero cuando el redactor jefe te llama a su despacho hay que presentar un aspecto profesional.

—Victoria, tu presentas un aspecto profesional desde el mismo momento en que pisas el suelo de la redacción hasta que sales de ella.

Cruzó la redacción a paso rápido. Comprobó con satisfacción que a medida que pasaba delante de las mesas la actividad se hacía un poco más intensa; su presencia infundía un respeto que incluso superaba el que provocaba Martín. Se había ganado una merecida fama de dura e inflexible, y estaba orgullosa de ello. Apreciaba el trabajo bien hecho y todos lo sabían, nunca admitía excusas ni retrasos, pero todos lo aceptaban porque jamás le exigía a nadie algo que no cumpliera a rajatabla ella misma.

Se detuvo ante la puerta de Martín y llamo con dos golpes secos.

—Adelante.

Nada más entrar en el despacho intuyó que algo no iba bien. La cara de Martín era algo sombría y evitó cuidadosamente su mirada mientras la invitaba a sentarse en el sillón colocado frente a él.

—Magda me ha dicho que tenías que hablar conmigo de algo urgente.

—Sí, así es.

—Bueno... no tengo todo el día.

—Se trata de la revista. Hay un pequeño cambio en los planes.

—¿Como de pequeño? En realidad todavía está bastante en el aire... ¿Acaso no se va a publicar?

—Sí se va a publicar.

—¿Entonces? Martín, no te andes con rodeos... ese no es mi estilo.

—El problema es tu papel en ella.

—¿No la voy a dirigir yo? ¿Se la vas a dar a otro?

—No exactamente... la intención es que la dirijas tú, pero no sola.

—¿No crees que esté capacitada para hacerlo?

—No es cuestión de capacidad.

—¿De qué entonces?

—De nombre. Eres Victoria Páez, lo que quiere decir nadie en el mundo editorial. Una revista de esta envergadura necesita un nombre conocido que la respalde.

—Esta revista se va a regalar con el ejemplar del sábado del periódico, la gente no va a comprarla, de modo que quién la dirija da igual.

—La junta directiva del periódico ha decidido publicarla independientemente del periódico, y por lo tanto, un nombre conocido es imprescindible para promocionarla.

—Cuando hablas de un nombre conocido, espero que no te refieras a nadie de la familia Alcántara. Jamás trabajaré con ninguno de ellos.

—No, te estoy hablando de Julio Luján.

—¿Ese gigoló? ¿Pretendes que comparta la dirección de la revista con un imbécil que lo único que sabe hacer es mantener el equilibrio en la cubierta de un yate y dejarse fotografiar del brazo de la última mujer de moda?

—Julio tiene una licenciatura en periodismo sacada con excelentes calificaciones.

—Por favor, Martín, tanto tú como yo sabemos que esas «excelentes calificaciones» las ha comprado el dinero de papá.

—He hablado con él y me ha parecido un tipo inteligente.

—¿Y me puedes decir cómo, de entre todo el círculo periodístico, se te ha ocurrido pensar en él? Por Dios, bien sabes que yo quería llevar este proyecto sola, pero puestos a compartir la dirección, ¿por qué no has buscado a alguien competente, además de conocido?

—Ni el nombre ni la decisión son cosa mía, Victoria. Yo quería que la llevases tú, pero como sabes hay gente por encima de mí. Al parecer, se trata de un favor personal que alguien de arriba le hace al padre de Julio.

—O sea que papaíto le ha comprado un trabajo al nene.

—Algo así. Siempre puedes no aceptar... A mí personalmente me gustaría que lo llevaras tú, y tienes el suficiente carácter para meterlo en cintura, pero la decisión es tuya.

—Por supuesto que no voy a renunciar. Llevo años esperando esta oportunidad y no voy a dejarla escapar.

—Entonces, esta tarde a las cuatro nos reuniremos con él para tratar el asunto. Antes quería hablar contigo.

—¿No vas a aclararme nada más? ¿Ni el tipo de cooperación que vamos a tener, ni quién va a llevar el control ni nada?

—Eso es algo que debéis decidir entre vosotros.

—O sea, que yo voy a trabajar y él solo va a poner su nombre...

—No lo sé, no sé si Julio tiene intención de trabajar o hacer como que trabaja. Me lo han presentado esta mañana y solo he intercambiado con él unas cuantas frases. No he querido ahondar en el tema hasta saber si tú aceptarías. Decidiremos todo a las cuatro.

—De acuerdo.

Regresó a su despacho y se sumió en un mutismo hermético del que ni Magda pudo sacarla. Nada más verla comprendió que cualquier pregunta sobre la reunión y sobre su evidente malhumor estaba fuera de lugar.

A las cuatro en punto, ni un minuto antes ni uno después, Victoria volvió a llamar a la puerta del despacho de Martín. Cuando recibió la invitación para entrar y empujó la puerta, comprobó que su jefe no estaba solo. En el asiento en que unas horas antes se sentara ella, se encontraba ahora Julio Luján de la Torre. Como buena observadora, le bastó un rápido vistazo para comprobar que era más alto de lo que parecía en las fotos y más delgado. Su porte indolente, con una pierna cruzada sobre la otra y balanceando rítmicamente un pie la irritaron nada más verle. Vestía un pantalón negro, camisa del mismo color con un par de botones abiertos a la altura del cuello y una chaqueta gris, sin corbata. Todo de marca e indudablemente caro.

Observó cómo la mirada de él la recorría también con un atisbo de curiosidad, desde el moño apretado en la nuca, hasta los pechos planos y el cuerpo informe que escondía bajo la chaqueta cruzada de corte cuadrado y masculino. También cara, se las hacían a medida para conseguir el propósito de ocultar el cuerpo lleno de curvas que en verdad poseía. Pero hacía mucho tiempo que había comprendido que una mujer atractiva y sensual tenía muy difícil hacer carrera en el mundo editorial. Había que ser una «rompepelotas» fría y poco atractiva para conseguirlo, y ella no había dudado en asumir el rol.

—Victoria, te presento a Julio Luján. Victoria Páez.

Él se levantó de la silla y le tendió la mano de forma perezosa. Victoria le dio un apretón seco y rápido que apenas duró un par de segundos, y tomó asiento.

Martín tomó la palabra.

—Una vez hechas las presentaciones, deberíamos pasar al asunto que nos trae hoy aquí. Como ya ambos sabéis, el periódico va a empezar la publicación de una revista que vosotros vais a dirigir conjuntamente. Victoria ya tiene una idea del tipo de revista que será, cubrirá un poco de todo. Arte, ciencia, viajes, alguna entrevista a un personaje de actualidad o un reportaje sobre algún tema candente. No tiene que tener un formato que se repita, en ella debe haber cabida para casi todo. Por eso se va a llamar Miscelánea.

—¿También moda, belleza y gastronomía?—preguntó Julio.

—¿Tengo aspecto de dirigir una revista de ese tipo?

Él la miró fijamente por unos segundos.

—No, pero como ha dicho que debe haber cabida para todo...

—Por descontado que si hay algo excepcional que abarque uno de esos contenidos, lo cubriré, pero no habrá secciones fijas.

—Querrás decir lo cubriremos, ¿no?

—He querido decir lo que he dicho. Todavía no ha quedado claro el papel de cada uno de nosotros en esto.

Julio enarcó las cejas y no dijo nada.

—Bueno, tranquilos... Todo quedará aclarado en seguida. Tratemos esto como personas civilizadas.

—Pues empieza por aclararme cuál va a ser mi cometido aquí, Martín. ¿Voy a dirigir la revista sí o no?

—Vais a dirigirla los dos conjuntamente.

—¿Tendré capacidad de decisión?

—Por supuesto, ambos la tendréis.

—Eso va a ser difícil, salvo que el señor Luján prefiera dejarme a mí la dirección y limitarse a poner su nombre en el papel. ¿Es esa su intención? —preguntó mirándole fijamente.

Él hizo un gesto ambiguo con la boca.

—No —respondió—. No es esa mi intención. Me han ofrecido el puesto de director en una revista, no un espacio para colocar mi nombre.

—¿Y tiene usted alguna idea de cómo dirigir una revista?

—Por supuesto. Tengo una licenciatura en periodismo, señorita Páez. ¿O debo llamarla señora?

—Señorita.

—No sé por qué no me extraña.

—Tampoco a mí me extraña que tenga usted una licenciatura en periodismo. El dinero lo compra todo, pero eso no significa que sepa hacer el tipo de trabajo que se requiere.

—Antes de hacer juicios apresurados debería comprobar lo que sé y lo que no sé hacer. A lo mejor se sorprende... señorita.

—Julio, Victoria... por favor. Pensaba dejaros llegar a un acuerdo entre vosotros sobre cómo repartir las competencias, pero está claro que deberé ser yo quien ponga los límites. Miscelánea se publicará semanalmente y cada semana será uno de vosotros el que decida tanto la portada como el contenido. Pero en ningún caso se publicará nada que no haya sido previamente aprobado por el otro. ¿Queda claro? Sería mucho más fácil si vierais al otro durante esa semana como un colaborador y no rechazarais todo lo que aporte sistemáticamente. Pensad que a la semana siguiente os tocará estar en el mismo lugar.

—¿Y si la revista se vende más con el contenido de uno de nosotros, semana tras semana? ¿Seguiría siendo rotatoria la dirección?

—Pues eso ya no os lo puedo decir. Si la diferencia en las ventas es muy significativa, habrá que replanteárselo.

—¿La revista aparecerá cada semana con el nombre de uno de nosotros o de los dos?

—No, el nombre de ambos aparecerá en cada publicación.

—¿Tenemos carta blanca a la hora de elegir los temas a tratar?

—Sí, Julio, pero ten en cuenta lo que he dicho antes. Victoria deberá aprobarlos antes de la publicación. Y viceversa.

—¿Algo más?

—No, Victoria, en principio nada más. Enséñale a Julio dónde está tu despacho; mañana haré colocar allí un mesa para él.

—Mi despacho es muy pequeño, Martín, apenas puedo moverme en él cuando nos reunimos todo el equipo. Si colocas una mesa más será imposible hacerlo. Y en la antesala hay tres chicas trabajando. En vista de lo que ha pasado hoy no creo que sea buena idea poner al señor Luján allí.

—¿Lo que ha pasado hoy?

—El señor Luján es un conocido playboy.

—Llámame Julio.

Victoria le lanzó una mirada fría y despectiva.

—El señor Luján ha causado un considerable revuelo en el personal femenino de la redacción, por lo que he podido oír, y no pienso consentir que el trabajo de mi equipo se resienta por su presencia. Acomódalo en otro sitio, lejos de mis chicas.

Julio levantó una ceja sarcástico.

—¿Tan faltas de hombres están tus chicas que la sola presencia de uno cerca paraliza el trabajo?

—La vida privada de las mujeres de mi equipo no es asunto mío, pero su trabajo sí, y no toleraré distracciones.

—¿Solo hay mujeres en tu equipo?

—Sí.

—¿Por algún motivo en particular?

—Pues sí, solo quiero trabajando conmigo lo mejor, y ellas son las mejores.

—Ahhh... entiendo. No tiene nada que ver con el sexo...

—Julio —intervino Martín—. ¿Tienes inconveniente en que te acomode en un despacho fuera del recinto de Victoria?

—No, en realidad te lo agradezco. Me resultará más agradable trabajar si no tengo que ver continuamente una cara de palo.

—Bien, entonces empezamos mañana. Y, sinceramente, me gustaría que os replantearais vuestra actitud. Tenéis que trabajar juntos lo queráis o no, así que sería mejor si enterraseis el hacha de guerra.

Martín se levantó dando por terminada la reunión.

—Julio, te esperamos mañana.

—Aquí estaré —dijo levantándose a su vez. Victoria hizo lo propio y uno detrás del otro abandonaron el despacho.

Apenas habían cruzado el umbral, Victoria se volvió hacia Julio y le advirtió:

—A las ocho en punto, Luján. No tolero retrasos en mi equipo.

—No soy un miembro de tu equipo, soy codirector contigo.

—También yo formo parte del equipo y estoy aquí a las ocho en punto. Siempre.

—¿Siempre?

—Siempre.

Caminaban juntos a través de la redacción, cruzando pasillos llenos de puertas abiertas en cuyos despachos se realizaba una actividad constante.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Solo si es sobre trabajo.

Julio ignoró la advertencia.

—¿Te he hecho algo en el pasado y no lo recuerdo?

—Jamás nos hemos conocido antes.

—Eso me parecía, pero claro, yo conozco a mucha gente. Y quién sabe, a lo mejor te he echado un polvo en una noche de borrachera y no lo recuerdo, porque no entiendo tu actitud hacia mí.

—Yo no echo polvos de borrachera. Simplemente no soporto a la gente como tú.

—¿Qué gente? ¿Los hombres?

—No tengo en muy buen concepto a los hombres en general, pero me refiero a la gente podrida de dinero que se aprovecha de ello para comprarlo todo, incluido un trabajo.

—El dinero no es mío, sino de mi padre y si su inversión en publicidad en Miscelánea es lo bastante sustanciosa como para que me hayan ofrecido el puesto de director en la misma, no voy a rechazarlo. Tú tampoco lo harías, encanto.

—Por supuesto que lo haría, yo soy una mujer íntegra.

—Si tu padre fuera rico y con la influencia suficiente para comprarte la dirección de la revista para ti solita, ya hablaríamos de integridad.

—No hables de lo que no sabes. Y no me llames encanto, no lo soy. Ya te darás cuenta, Luján, no tienes idea de dónde te estás metiendo. Voy a echarte de Miscelánea y voy a hacerlo solo con mi trabajo, con mis índices de ventas. Y ni tu padre ni todo el dinero de publicidad que pueda invertir en ella van a evitarlo.

—¿Sabes una cosa, encanto? Creo que necesitas trabajar menos y follar más.

—Si quieres continuar en la revista, tú deberás hacer lo contrario.

—No me subestimes... Ya veremos quién echa a quien. Nos vemos mañana a las ocho en punto... señorita.

Cuando llegó a su despacho, Celia y Rosa ya se habían ido. Al igual que exigía puntualidad a la hora de incorporarse al trabajo, también respetaba escrupulosamente la hora de marcharse del mismo, salvo que hubiera alguna urgencia y todas necesitaran echar horas extras. Y en esos casos Victoria siempre era la última en marcharse.

Confiaba en que Magda tampoco estuviera allí, se sentía tan furiosa que ni siquiera le apetecía hablarlo con ella, pero su amiga la conocía demasiado bien y la estaba esperando.

—¿Todavía aquí? Creía que hoy ibas a casa de Silvia.

—Puedo ir más tarde, cuando sepa los sapos y culebras que te están comiendo por dentro.

—De acuerdo, pero aquí no. Te lo cuento en el coche mientras te acerco a casa de Silvia

—Vale.

Victoria entró en su despacho y cada una se dedicó por un rato a recoger sus respectivas mesas de trabajo.

Ambas mujeres eran amigas desde la universidad y cuando terminaron sus estudios tuvieron la suerte de encontrar trabajo en el mismo periódico. Victoria, que acababa de salir de una ruptura familiar, movida por una ambición y un deseo frenético de abrirse camino, había trabajado día y noche ascendiendo en poco tiempo de simple redactora a jefe de redacción de la sección de noticias de última hora. Había reclamado a Magda como su ayudante y después había ido librándose de algunos miembros de la sección e incorporando a otros, hasta que su equipo había quedado como estaba en esos momentos; con dos personas menos de las que tenía en un principio, pero mucho más eficiente.

Oficialmente, ella y Magda compartían piso, aunque en realidad su amiga mantenía una relación con otra chica desde hacía año y medio y pasaba la mayor parte del tiempo en casa de esta. Sin embargo, la familia de Silvia era católica, tradicional e intransigente hasta el punto de que su hija no se había encontrado capaz de hablarles de su atracción por las mujeres. Mantenía su relación con Magda en el más estricto secreto, de forma que solo se veían algunos días de la semana, aquellos en los que Silvia estaba segura de que ninguno de sus familiares iba a presentarse en su casa, cosa que hacían a menudo sin avisar. Victoria temía que la relación se acabara resintiendo porque a Magda ya le pesaba el secreto. Ella había hablado con sus padres de sus inclinaciones sexuales siendo apenas una adolescente y cuando Victoria y ella se hicieron amigas, esta sabía que durante un tiempo los padres de Magda pensaban que eran algo más. Pero nunca había habido ese tipo de atracción entre ellas. Victoria tenía muy claro que le gustaban los hombres, aunque el tipo de hombres que a ella le atraían escaseaban cada día más. En cambio abundaban los del tipo Julio Luján.

Una vez terminaron de recoger, apagar los ordenadores y las luces, ambas se dirigieron en los ascensores hasta el aparcamiento subterráneo. Y apenas acomodadas en el coche de Victoria, Magda ya no pudo contener más su curiosidad

—Vamos, suéltalo ya. ¿Qué quería Martín? ¿Acaso Miscelánea no se va a publicar?

—Sí se va a publicar, pero no voy a dirigirla yo sola. Me temo que voy a tener que tragarme al «señor diez» como codirector.

—¿A Julio Luján?

—Y de la Torre.

—Joder, ahora me explico tu cara de todo el día. Otra vez te va a tocar trabajar para que otro se lleve el mérito, ¿no?

Victoria dio un brusco giro de volante para incorporarse al tráfico de la M-30 antes de responder.

—Me temo que es todavía peor. Quiere dirigir la revista conmigo.

—Jodeeeerrr.... ¿Y qué sabe ese de dirigir una publicación?

—Dice que es licenciado en periodismo.

—A lo mejor es verdad.

—Seguramente lo es, no creo que mienta en eso. Pero tú has pasado por la facultad de periodismo al igual que yo. Sabes lo fácil que lo tienen para aprobar los «hijos de». Yo misma, si hubiera querido tendría hoy el título sin haber apenas abierto un libro.

—Pero no lo hiciste, y a lo mejor a él le ha pasado igual.

—Lo dudo mucho, Magda. Por Dios, ¿cuántos años tiene? ¿Treinta? ¿Treinta y cinco? En todo ese tiempo no ha hecho más que vivir del dinero de papá. ¿Y ahora pretende jugar a que trabaja? Pues ya podía irse a asfaltar carreteras, así mantendría el bronceado. Pero una cosa te digo, no va a durar mucho como director de Miscelánea.

—Le piensas joder la vida, ¿no?

Victoria se permitió una leve sonrisa.

—Todo lo que pueda. Por lo pronto le voy a hacer trabajar como un negro. Martín ha decidido que cada semana uno de nosotros se va a ocupar de la publicación de forma alternativa y durante esa semana el otro actuará como colaborador. Y le pienso poner el nivel tan alto al cabrón que para igualar mi publicación, solo igualarla, va a sudar sangre. No va a tener tiempo de pasar por los despachos alborotando a las mujeres de la redacción, como ha hecho hoy. Y si lo hace, su publicación será tan mediocre que estará fuera de ella en un par de semanas. ¡Pues no se ha permitido el capullo decirme que folle más!

Magda se rio a carcajadas.

—¿En serio? ¿Y qué le dijiste?

—Que él debería follar menos. Al final hemos acabado retándonos a ver quién echa de la revista a quién.

—Esto va a ser muy divertido.

Victoria detuvo el coche ante la puerta de Silvia.

—Bueno, saluda a tu chica de mi parte.

—Y tú relájate, mañana te espera un día duro.

Julio salió sintiendo la bilis subirle por la garganta. Hacía mucho tiempo que nadie le tocaba las pelotas como lo había hecho aquella escoba con moño que era Victoria Páez. Le había costado mantener las formas y no gritarle que se metiera su ridícula revista por donde quisiera, que a él le importaba una mierda. Él estaba tan a gusto en Londres haciendo sus masters, uno detrás de otro. Y la señorita Páez se había permitido dudar de su título. Si había algo que tenía eran títulos, joder. Después de licenciarse había estado haciendo masters de especialización, uno tras otro en todas las universidades de prestigio europeas, claro que para evitar que su padre lo pusiera a trabajar en la empresa familiar como hacía su hermano. No le importaban los hoteles más que para alojarse en ellos. Ni le interesaba la gestión de empresas. Lo que a él de verdad le gustaba, con lo que disfrutaba, era estudiar. Y su padre era jodidamente rico, no necesitaba aplicar sus conocimientos para ganarse la vida. Pero los antepasados catalanes se habían impuesto y el viejo había decidido que ya estaba bien de estudiar y había llegado la hora de trabajar. Cuando se negó a hacerlo en la dirección de la cadena de hoteles diciéndole que era periodista, le buscó aquel trabajo y le amenazó con bajarle la asignación de sus gastos a una cantidad tan mísera que apenas le habría bastado para malvivir. Y todavía no podía permitirse vivir de sus inversiones. Ni el Jaguar, ni la Harley, ni el apartamento de 150 metros cuadrados en el centro de Madrid con su grupo de criados invisibles que se ocupaban de que su vida fuera cómoda, se los habría podido permitir.

Mientras conducía le sonó el móvil, y le echó un vistazo de reojo. Teresa. No estaba de humor para ella. Sabía que debía tener cuidado con Teresa, era ambiciosa y se había propuesto pescarle, eso lo tenía claro. Pero tenía un cuerpo de infarto y follaba como una puta. Con clase eso sí, pero puta al fin y al cabo. Y él no se dejaba atrapar por ninguna puta, por ninguna mujer de hecho. Le gustaba la variedad y aunque era con Teresa con quien se veía más frecuentemente, eso no significaba que fuera la única que se llevaba a la cama.

Ignoró la llamada y recordó que era martes, el día de la semana que su cuñada salía con sus amigas y que su hermano Andrés estaría solo en casa cuidando de su sobrina, Adriana.

Cambió de dirección en la primera rotonda que encontró y se dirigió a la urbanización de chalets de las afueras donde vivía su hermano.

Cuando llamó a la puerta y esta se abrió, una versión de sí mismo con barba y unos cuantos años más, le sonrió. Los hermanos se parecían mucho en el físico: altos, con el pelo castaño y unos increíbles ojos también castaños con reflejos dorados; sin embargo eran muy diferentes en el carácter.

—¡Pero mira quién es...! El hijo pródigo.

Ambos se abrazaron efusivamente. A pesar de las diferencias de carácter se querían mucho.

—Necesito un whisky.

—Vaya... —Andrés sacudió la cabeza sorprendido, precediéndolo hasta el salón—. ¿Mal de amores?

—¿Estás de coña? ¿Mal de amores yo? No, nada de eso.

—Ya me parecía... Pero no eres de los que nada más entrar pide un whisky. Tienes muchos defectos, hermano, pero no eres un bebedor a palo seco.

—Pues hoy lo necesito. Alguien me ha tocado los cojones a conciencia.

Entraron en el salón y Adriana, una preciosa niña de tres años se levantó rápido de la alfombra y corrió hacia ellos.

—¡Titoooo!

Julio la cogió en brazos y la alzó sobre su cabeza zarandeándola y haciéndola reír.

—Ey, brujilla... ¿Cómo está mi chica favorita?

—Muy bien, tito, estoy viendo dibujos ¿Quieres sentarte a verlos conmigo?

—No, Adriana —intervino su padre—, el tito y yo tenemos que hablar. Sigue tú viendo los dibujos.

El salón era lo suficientemente grande para que pudieran mantener una conversación a media voz sin que la niña se enterase.

Andrés escanció un carísimo whisky en dos vasos con hielo y se sentaron en sendos butacones.

—Bueno, Julio... desembucha. ¿Quién te ha tocado los cojones?

—Una tía

—¿Teresa?

—No... Esa me los toca pero de otra forma.

—Cuida el lenguaje, hermano. La niña está en la otra punta del salón, pero tiene los oídos muy finos.

—Todo esto empezó con la manía del viejo de que me ponga a trabajar; dice que ya está bien de hacer el vago.

—Tienes treinta y cinco años, Julio.

—Pero no soy ningún vago. Tengo tres carreras: empresariales porque se empeñó él, derecho por… no sé por qué realmente, y periodismo porque era lo que yo quería hacer. Y cuatro masters. No he perdido un curso académico en mi vida, y te aseguro que me he estudiado hasta la última coma de los temarios, no me han regalado los aprobados como piensa la señorita palo metido por el culo.

—Deduzco que es esa señorita quien te ha tocado los cojones.

—La misma.

—¿Y es...?

—Una redactora de tres al cuarto a la que le han ofrecido dirigir una revista estúpida e insulsa y se ha tomado muy mal que yo vaya a dirigirla con ella.

—¿Vas a dirigir una revista? —preguntó extrañado.

—Es cosa de tu padre, no mía. Se ha empeñado en que trabaje y como no he querido hacerlo en la empresa familiar me ha buscado esto. Y si no quiero perder el ritmo de vida que llevo tengo que tragar. Hoy hemos tenido la primera reunión con el editor jefe. Solo de pensar que voy a trabajar con ella me dan ganas de tirarme por un puente.

Julio le dio un largo sorbo a su bebida.

—¿Pero qué ha hecho exactamente?

—Ha cuestionado mi título, ha cuestionado mi capacidad de trabajo, mi puntualidad. Hasta me ha dicho que debo follar menos si quiero cumplir con mi trabajo. ¡No te jode, la señorita Rottenmeier! Que tiene pinta de no haber follado en su vida…

—Vamos, Julio, tú nunca has tenido dificultad para meterte a cualquier mujer en el bolsillo. Despliega un poco de tu encanto.

—¿Con esta? ¡Ni muerto!

—¿Es joven o vieja?

—No lo sé. Una edad indefinida entre los treinta y los cuarenta y cinco. Pelo rubio y apagado recogido en un moño ridículo, cuerpo de palo de escoba y cara de siesa. De esas que no pierden la mala leche por mucho All-Bran que tomen.

Andrés se echó a reír a carcajadas.

—Vaya, vaya... Sí que pinta mal.

—Me ha amenazado con echarme de la revista por incapaz en poco tiempo.

—¿Y tú como has reaccionado a eso?

—Diciéndole que será ella la que se vaya y no yo. Y pienso hacerlo, hermano, yo solo, sin utilizar las influencias de nuestro padre en absoluto. Esta capulla va a saber quién es Julio Luján. Voy a hacerle tragar sus palabras una por una, a demostrarle que no es el ombligo del mundo sino una redactora mediocre que no va a vender un solo ejemplar.

—¿Y esa señora se llama?

—Victoria Páez, y es «señorita». Ningún hombre podría meterse en la cama con eso, por Dios. ¿Te suena de algo?

—No.

Por un momento Andrés pensó que esa tal Victoria Páez podría ser alguien contratado por su padre para meter a su hermano en el redil y hacerlo volver a la empresa familiar, incapaz de soportar la presión de trabajar con alguien difícil de llevar.

La llegada de Adriana, que había terminado de ver los dibujos, puso fin bruscamente a la conversación.

Julio se quedó a cenar con su hermano y su sobrina y se marchó temprano dispuesto a presentarse en el periódico al día siguiente a las ocho en punto.

miscelanea-5.xhtml

Capítulo 2

La primera revista

Julio Luján se convirtió en el empleado más puntual que Victoria había tenido en su vida. Justo a las ocho en punto, ni un minuto antes ni uno después, llamaba al despacho de Victoria, asomaba la cabeza y después de murmurar un jovial «buenos días», se marchaba a su propio lugar de trabajo. Martín le había asignado una mesa en un despacho compartido con un redactor y una fotógrafa que raramente lo usaba, por lo que cuando no tenía gran cosa que hacer no dudaba en pasarse por la antesala del despacho de Victoria para intentar integrarse en el equipo del que formaba parte.

Durante las dos semanas que duraron los trámites necesarios para la publicación del primer ejemplar de Miscelánea, había conseguido entablar con las chicas una relación cordial, aunque estaba seguro de que nunca conseguiría atraerlas a su bando si las cosas con Victoria se ponían feas. Rosa, Celia y sobre todo Magda le eran incondicionales y no entendía por qué. Victoria era una jefa dura y exigente, poco dada a alabar el trabajo bien hecho ni a confraternizar, pero en el mismo momento en que él intentaba insinuar algo contra ella, las tres se cerraban en banda y respondían con un «Victoria es como es, solo hay que entenderla». Y fin de la conversación.

No obstante, él había conseguido llevarse bastante bien con ellas, aunque procuraba no abusar del tiempo que pasaba en la antesala para que Victoria no tuviese que llamarles la atención. En lo que respectaba a ellos dos, se habían limitado a ignorarse como si no existieran. La única vez que habían mantenido contacto fue el primer día que Julio, descubriendo que las chicas no salían fuera a desayunar, se había presentado con unos bollos para acompañar el café de la máquina que habitualmente tomaban, eso sí, tomándose el riguroso descanso de media hora establecido para el desayuno.

Había instado a Magda a que llamara a Victoria por el teléfono interno para que se reuniera con ellos, pero esta se había limitado a tenderle el auricular para que lo hiciera él mismo.

—Tú los has traído, a ti te corresponde invitarla.

Julio pulsó la tecla del despacho y cuando respondió, le dijo que había comprado bollos para desayunar y si le apetecía uno, pero ella le dijo que nunca comía dulces porque engordaban, y les deseó buen provecho.

Él se había encogido de hombros y se comió el sobrante después de que las chicas lo rechazaran.

Durante ese tiempo Victoria se había dedicado a recopilar algunas ideas para el primer ejemplar de Miscelánea; quería estar preparada para cuando se diera el pistoletazo de salida. Bajo ningún concepto iba a permitir que fuera Julio quien dirigiese el primer ejemplar. La revista tenía que llevar su sello, y eso solo podría conseguirlo si era ella quien lanzaba el primer número. Ya tenía una idea clara de lo que quería, incluso tenía pensado el reportaje de portada. Y del resto del contenido una idea bastante aproximada. Esperaba sinceramente que Julio no vetase por sistema todo lo que presentase, aunque se temía lo peor, pensó maliciosa, porque desde luego ella pensaba vetar todos y cada uno de los contenidos de él.

Se pertrechó con su habitual taza de té, su cuaderno de anillas y empezó a tomar notas y hacer recopilación de ideas para los futuros reportajes que darían lugar a la revista. Se inspiraba mejor con un simple bolígrafo y una hoja de papel. El ordenador lo utilizaría al final, para escribirlos.

Estaba también compaginando algunos últimos trabajos como jefe de redacción en espera de sumergirse en la dirección de Miscelánea de forma definitiva.

Sintió voces en la antesala y miró el reloj. Las once, y como todos los días Julio se había asignado la tarea de traer el desayuno para todos los miembros del equipo. A veces era una caja de galletas, otras porciones de tarta o bollos. Siempre algo diferente y dulce. La primera vez la había invitado a unirse al grupo, pero ella no confraternizaba con el enemigo, y le había dicho que nunca tomaba dulces porque engordaban. No era cierto, su metabolismo le permitía comer de todo sin problemas y disfrutaba de la comida como el que más, pero no en el trabajo. Y menos si la comida la había llevado él.

Julio había caído bien entre las chicas, era amable y encantador con ellas, le salía de forma natural, y Victoria no entendía cómo la mayoría de mujeres revoloteaban a su alrededor como polillas sin darse cuenta del tipo de hombre que era, vacío e insustancial. Solo veían en él su cuerpo atlético, sus ojos cálidos y su sonrisa encantadora que sabía manejar a su antojo.

Sabía que él estaba intentando usar todo su encanto para llevarlas a su terreno en la lucha sin cuartel que se iba a desencadenar entre ellos en cuanto se empezara a publicar el primer número de Miscelánea, y sin embargo Victoria no se sentía amenazada, confiaba ciegamente en su equipo y sabía que podía esperar lealtad de sus chicas.

Por otra parte, sabía que él no estaba haciendo nada para preparar el primer número, ningún bosquejo preliminar, lo que le confirmaba lo que ya sabía. Que era un inútil y se limitaría a improvisar lo mejor que pudiera a última hora, lo cual significaba que estaría fuera de la revista y de su vida antes de lo que pensaba.

El sonido del teléfono interior sonó en ese momento y atendió la llamada.

—Victoria —le dijo Martín al otro lado del hilo—. El primer número debe salir la próxima semana. Me gustaría veros a ti y a Julio en mi despacho lo antes posible. ¿Puedes localizar

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos