Hazme amarte

Johanna Lindsey

Fragmento

Creditos

Título original: Make me love you 

Traducción: Irene Saslavsky 

1.ª edición: marzo 2017 

© Ediciones B, S. A., 2016

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España) 

www.edicionesb.com 

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-662-0 

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. 

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Contenido
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Epílogo
hazmeamarte

1

—Esto es intolerable. ¿Cómo se atreve ese ridículo y disoluto heredero real a presentarles un ultimátum a los Whitworth?

Si bien estaba bastante envejecido y era veinticinco años mayor que su esposa, el rostro de Thomas Whitworth aún desafiaba el paso del tiempo. A pesar de que su cabello se había vuelto completamente blanco, casi no tenía arrugas. Todavía era un hombre apuesto, aunque viejo y martirizado por el dolor en las articulaciones, pero poseía la naturaleza y la terquedad necesarias para disimularlo; era capaz de aparentar estar sano y fuerte en presencia de otros, aunque tuviera que recurrir a un gran esfuerzo de voluntad. El orgullo lo exigía, y él era un hombre muy orgulloso.

—Ahora es el regente, nombrado de manera oficial. Tanto Inglaterra como sus súbditos están en sus manos —dijo Harriet Whitworth, retorciendo las suyas propias—. Y te ruego que bajes la voz, Thomas. Su emisario aún no ha salido por la puerta principal.

Una vez que el emisario hubo abandonado la habitación, Thomas se desplomó en el sofá.

—¿Acaso crees que me importa que me oiga? —gruñó, dirigiéndose a su mujer—. Tiene suerte de que no lo haya echado de una patada en el culo.

Harriet corrió hacia la puerta del salón y, por si acaso, la cerró antes de regresar junto a su marido y susurrar:

—Sin embargo, no queremos que nuestras opiniones sobre el príncipe regente lleguen directamente a sus oídos.

Harriet era joven cuando se casó con Thomas, conde de Tamdon, era un muy buen partido y aún una beldad a los cuarenta y tres años gracias a sus cabellos rubios y sus ojos azules y cristalinos. Creyó que podía amar a ese esposo escogido por sus padres, pero él no hizo nada para fomentar ese sentimiento, así que jamás lo experimentó. Thomas era un hombre de carácter duro, pero ella había aprendido a convivir con él sin convertirse en el blanco de sus iras y sus despotriques, y también a no provocarlos nunca.

No le quedó más remedio que volverse tan dura e insensible como él, y creyó que jamás le perdonaría por convertirla en una copia de sí mismo, pero al menos no se mofaba de sus opiniones y de vez en cuando incluso tenía en cuenta sus sugerencias. Eso significaba mucho en el caso de un hombre como Thomas, así que a lo mejor la apreciaba un poco, aunque jamás lo demostrara. Y no se trataba de que ella todavía deseara su afecto: la verdad es que deseaba que muriera de una vez, para poder volver a ser la misma de antes... si es que aún quedaba algo de su ser anterior. Pero Thomas Whitworth era demasiado terco como para morir a tiempo.

Le trajo una manta y trató de envolverle las piernas, pero él lo rechazó: quería hacerlo él mismo. Aunque era verano, Thomas sentía frío con facilidad mientras otros ya sudaban. Detestaba sus dolencias y sus doloridas articulaciones; casi todos sus ataques de furia estaban dirigidos contra él mismo, porque ya no era el robusto hombre de antaño, pero su ira actual solo estaba dirigida contra el príncipe regente.

—¡Qué audacia intolerable! —exclamó Thomas—. ¿Acaso crees que no es consciente de lo que toda la nación piensa de él? Es un hedonista sin el menor interés por la política, solo por los placeres que le brinda su sangre real. Esto solo es un ardid destinado a confiscar nuestra riqueza porque, como de costumbre, está profundamente endeudado debido a sus extravagancias y el Parlamento no le concede ningún alivio.

—No estoy tan segura de que sea así —dijo Harriet—. Podían pasar por alto un duelo, pese a aquella vieja prohibición que el emisario se empeñó en mencionar. Dos duelos causarían sorpresa, pero aun así podían ser pasados por alto porque nadie ha muerto, al menos todavía. Pero el último duelo que Robert libró con ese lobo del norte fue demasiado y se ha convertido en un escándalo. Es culpa de nuestro hijo; podía haberse negado.

—¿Y ser tildado de cobarde? Por supuesto que no podía negarse. Al menos esta vez casi mata a Dominic Wolfe; puede que el cabrón aún muera a causa de las heridas y podremos

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