Un extraño en mis brazos

Lisa Kleypas

Fragmento

 

Título original:

A stranger in my arms

 

Traducción:

Delia Lavedan

 

Diseño de tapa:

Raquel Cané

 

 

© Ediciones B, S. A., 2012

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal:  B.8244-2012

ISBN EPUB:  978-84-15389-98-9

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

 

Contenido

Portadilla

Créditos

 

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Epílogo

 

1

 

—Lady Hawksworth, su esposo no está muerto.

Lara miró a James Young sin pestañear. Sabía que no había oído bien… O quizás Young estuviera bebido, aunque hasta aquel momento Lara nunca se había enterado de que fuese aficionado a la bebida. También era posible que se hubiera vuelto un poco chiflado por tener que trabajar al servicio del actual lord Hawksworth y su esposa. Porque, si se les daba tiempo, ambos podían volver loco a cualquiera.

—Sé que es un impacto de proporciones para todos ustedes —siguió diciendo Young con expresión muy seria. Detrás de las gafas, los ojos con que contempló a Lara brillaron de nerviosismo—. En especial para usted, milady.

Si la noticia hubiera provenido de una fuente menos fiable, Lara la habría desechado al instante. Pero James Young era un hombre prudente y honesto que había servido a la familia Hawksworth durante al menos diez años. Su tarea al gestionar los ingresos generados por sus propiedades, tras la muerte de su esposo, había sido excelente, a pesar de que la suma de dinero a supervisar era muy pequeña.

Arthur, lord Hawksworth, y su esposa Janet, contemplaron a Young como si también ellos dudaran de su cordura. Formaban una pareja ideal: ambos eran rubios, altos y esbeltos. Aunque tenían dos hijos, éstos habían sido despachados a Eton, y muy raramente se los veía o mencionaba siquiera. Arthur y Janet parecían preocuparse por una sola cosa: disfrutar de sus recién adquiridas fortuna y condición social tan ostentosamente como fuera posible.

—¡Absurdo! —exclamó Arthur—. ¿Cómo se atreve a presentarse ante mí con semejante tontería? Explíquese de inmediato.

—Muy bien, milord —replicó Young—. Ayer recibí la noticia de la llegada a Londres de una fragata con un insólito pasajero. Parece que tiene un parecido inexplicable con el difunto conde. —Dedicó una mirada respetuosa a Lara antes de proseguir—: Sostiene ser lord Hawksworth.

Arthur, escéptico, soltó un bufido de desdén. Su delgado rostro, marcado por profundas arrugas de cinismo, se encendió. Su larga nariz picuda se contrajo de furia.

—¿Qué clase de indignante engaño es éste? Hawksworth murió hace más de un año. Es imposible que sobreviviera al naufragio del barco que lo traía de Madrás. ¡Por Dios, la nave prácticamente se partió en dos! Todos los que estaban a bordo desaparecieron. ¿Está diciéndome que mi sobrino se las arregló para sobrevivir? Ese hombre debe de estar loco si piensa que alguno de nosotros va a creerle.

Janet apretó los labios.

—Muy pronto se verá que no es más que un impostor —dijo, crispada, mientras alisaba las puntas del oscuro encaje de estilo Vandyke que adornaba el corpiño y la cintura de su vestido, que era de seda verde esmeralda.

Young, indiferente ante la furiosa incredulidad de los Crossland, se acercó a la ventana. Junto a ésta estaba sentada Lara, Larissa, en un sillón de madera dorada, con la mirada clavada en la alfombra que cubría el suelo. Como todo lo que podía verse en Hawksworth Hall, aquella alfombra persa era suntuosa hasta el extremo de rozar el mal gusto, y mostraba un espectacular diseño de flores surrealistas que desbordaban un florero chino. La gastada punta de un zapato negro emergió por debajo del vestido de luto de Larissa cuando, distraída, siguió el borde de una flor escarlata con el pie. Parecía perdida en sus recuerdos, y no advirtió que Young se acercaba hasta quedar junto a ella. Se enderezó bruscamente, como una escolar pescada en una situación reprobable, y alzó la mirada hasta ver la cara de Young.

Incluso cubierta por su vestido de bombasí oscuro, cerrado y modesto como el de una monja, Larissa Crossland exhibía una suave y elegante belleza. De espesa melena oscura, siempre como a punto de soltarse las horquillas, y de sensuales ojos color verde claro, resultaba una mujer original y llamativa. No obstante, su apariencia originaba escasa pasión. Era admirada a menudo, pero nunca perseguida… Nunca cortejada ni deseada. Quizá se debiera a su carácter, taciturno y reservado, el cual mantenía a todo el mundo a distancia.

Para muchos de los que vivían en el pueblo de Market Hill, Lara era una figura casi sagrada. Una mujer con su aspecto y posición podía habérselas apañado para cazar un segundo esposo, pero ella había preferido dedicarse a tareas benéficas. Se mostraba indefectiblemente amable y compasiva, y su generosidad se volcaba tanto sobre el noble como sobre el mendigo. Young nunca había oído a lady Hawksworth pronunciar ni una sola palabra desagradable sobre nadie, ni sobre su esposo, que prácti

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