Dulces mentiras

Jude Deveraux

Fragmento

Creditos

Título original: Sweet Liar

Traducción: Alberto Magnet

Ante la imposibilidad de contactar con el autor de la traducción, la editorial pone a su disposición todos los derechos que le son legítimos e inalienables.

1.ª edición: noviembre, 2015

© 2015 by by Deveraux, Inc.

© Ediciones B, S. A., 2015

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-259-2

Maquetación ebook: Caurina.com

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

 

Prólogo

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Epílogo

Agradecimientos

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PRÓLOGO

LOUISVILLE, KENTUCKY

ENERO, 1991

—¿Por qué me habrá hecho esto mi padre? Yo creía que me quería —dijo Samantha Elliot al que había sido abogado y amigo de su padre desde que ella tenía uso de razón. El que aquel hombre de gestos dulces y habla pausada hubiera actuado como cómplice de su padre hacía más doloroso el sentimiento de abandono que la embargaba.

Y no es que Samantha tuviera necesidad de pensar en cosas que intensificaran el dolor que sentía. Hacía tres horas había observado, con ojos irritados y secos, cómo bajaban a la tumba el ataúd de su padre. Samantha sólo tenía veintiocho años, y ya había soportado más muertes de las que cualquier persona soporta en toda su vida. Ahora sólo quedaba ella. Sus padres ya no vivían. En cuanto a Richard, su marido, bien podía darlo por muerto, puesto que el mismo día de la muerte de su padre recibió los documentos que confirmaban su divorcio.

—Samantha —repuso el abogado, con voz muy calmosa y suplicante—, es verdad que tu padre te quería. Te quería mucho, y por eso, por lo mucho que te quería, te exige que hagas esto.

El abogado no le quitaba ojo. Su mujer le había comentado que no había visto llorar a Samantha ni una sola vez por la muerte de su

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