La marca del guerrero (Premio Vergara - El Rincón de la Novela Romántica 2013)

Rowyn Oliver

Fragmento

Creditos

1.ª edición: enero 2013

© Bartomeva Oliver Rubert, 2013

© Ediciones B, S. A., 2012

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B. 31179.2012

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-316-7

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

 

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

21

22

23

24

25

26

27

28

29

Agradecimientos

la_marca-4.xhtml

Prólogo

El viento empezó a soplar de manera cortante a medida que el sol se iba ocultando tras el horizonte.

Al otro lado del muro de piedra, justo detrás de la arboleda que escondía sus figuras a los ojos de los congregados en el camposanto, Bernard, junto a sus hombres, esbozaba una sonrisa malévola, montado en su caballo de guerra.

—La nueva señora McKenzie —dijo a media voz mientras contemplaba a su joven hermana— cree que va a disfrutar mucho tiempo de su liderazgo.

El alto guerrero pelirrojo al que se dirigía no respondió. Tampoco había mucho que decir; la escena que transcurría ante sus ojos era más que suficiente para silenciar a cualquiera.

Si Bernard hubiera sido un hijo fiel a las tradiciones y a su padre, el viejo laird McKenzie, tal vez se le hubiera formado un nudo en la garganta, pero no era así. El rostro imperturbable del guerrero mostraba los estragos de una vida dedicada al vino, a malvivir en cantinas y a sobrevivir en los bosques circundantes como lo que era, un proscrito.

La muchedumbre junto a la tumba había empezado a murmurar audiblemente; rezos, condolencias y miradas que denotaban preocupación por el estado de ánimo de su joven señora, Edora McKenzie.

Bernard podía verla junto al hoyo que horas antes se había excavado para que sirviera de última morada a su padre. La alta figura femenina destacaba no tanto por su estatura como por el contraste entre su espesa cabellera negra y la palidez de su piel. Allá donde fuese, Edora sobresalía sobre las demás mujeres McKenzie. Su belleza era tan legendaria como su carácter indómito.

Bernard la aborrecía.

Su hermana poseía agallas suficientes para levantar a su clan sin necesidad de apoyarse en ningún hombre, pero su padre había sido firme: debía casarse con un McKenzie para hacerse con un brazo fuerte a fin de luchar contra las incursiones de los Kinnon y, asimismo, para protegerse de la furia de su propio hermano.

Bernard consideraba que le habían arrebatado aquello que le pertenecía, y estaba más que dispuesto a recuperarlo. A pesar de Broderick, Robert y Duncan, él volvería a alzarse con el poder del clan.

Miró a sus espaldas: una treintena de proscritos bien armados conformaban el grueso de sus filas. Podrían acabar en aquel preciso instante, si quisiera, pero sería un acto estúpido,

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos