El precio del amor (Serie de Bow Street 3)

Lisa Kleypas

Fragmento

Creditos

Título original: Worth Any Price

Traducción: Ricard Biel

1.ª edición: Junio 2004

© 2003 by Lisa Kleypas

© Ediciones B, S. A., 2012

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B.31148.2012

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-296-2

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Dedicatoria

 

 

 

 

 

A mi suegra, Ireta Ellis, por su amor, generosidad

y comprensión, y por hacerme feliz allí donde esté.

Con amor, de tu agradecida nuera,

L. K.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

Prólogo

1

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Epílogo

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Prólogo

Londres, 1839

Tenía veinticuatro años y era la primera vez que visitaba un burdel. Nick Gentry se maldecía por el sudor frío que perlaba su rostro. Helado de terror, ardía de deseo. Lo había evitado durante años, hasta que al final la desesperación lo había obligado a ello. La urgencia de compañía femenina se había convertido en un impulso más poderoso que el temor.

Obligándose a avanzar, Nick subió los escalones del local de ladrillo rojo de la señora Bradshaw, el selecto burdel que acogía a clientes adinerados. Era de dominio público que una noche con una de las chicas de la señora Bradshaw costaba una fortuna, ya que eran las prostitutas más expertas de Londres.

Nick podía permitirse pagar cualquier precio que le pidieran. Había ganado mucho dinero como cazarrecompensas, pero su fortuna procedía sobre todo de sus negocios con el mundo del hampa. Aunque en general era muy popular, el hampa lo temía y los agentes de Bow Street lo detestaban, pues lo consideraban un rival sin principios. En ese aspecto los agentes tenían razón —sin duda no tenía principios—. Los escrúpulos interferían los negocios, y por tanto Nick prescindía de ellos.

Se oía la música a través de las ventanas, y Nick pudo ver a hombres y mujeres vestidos con elegancia, relacionándose como si estuviesen en una velada de postín. En realidad eran prostitutas que negociaban con sus clientes. Era un mundo muy alejado de su casa cerca de Fleet Ditch, donde prostitutas de poca monta ofrecían sus servicios en los callejones por cuatro chelines.

Irguiendo la espalda, Nick hizo sonar la aldaba de cabeza de león. Abrió la puerta un mayordomo de expresión imperturbable que le preguntó por el motivo de su visita.

¿No le parece obvio?, se preguntó Nick, irritado.

—Quisiera conocer a alguna señorita.

—Me temo, señor, que a estas horas la señora Bradshaw no acepta nuevos clientes.

—Dígale que está aquí Nick Gentry. Hundió las manos en los bolsillos de su abrigo y lo miró con ceño.

Un destello en los ojos del hombre delató el reconocimiento de ese nombre infame. Abrió la puerta e inclinó la cabeza con cortesía.

—Sí, señor. Si espera en el vestíbulo, informaré a la señora Bradshaw de su presencia.

El aire estaba impregnado de un ligero aroma de perfume y humo de tabaco. Respirando hondo, Nick observó el vestíbulo de suelo de mármol, flanqueado por altas y blancas pilastras. El único adorno era un cuadro de una mujer desnuda contemplándose en un espejo oval, con una delicada mano reposando sobre su

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