Buenas vibraciones (Travis 3)

Lisa Kleypas

Fragmento

 

Título original: Smooth Talking Stranger

Traducción: Ana Isabel Domínguez y María del Mar Rodríguez

 

1.ª edición: noviembre 2010

 

© 2009 by Lisa Kleypas

 

© Ediciones B, S. A., 2010

para el sello Vergara

Consell de Cent 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

 

Depósito legal: B.8241-2012

ISBN EPUB:  978-84-15389-95-8

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

 

 

 

 

Para Greg,

porque cada día que paso contigo es un día perfecto.

Te querré siempre,

 

L. K.

 

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

1

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Epílogo

 

1

 

—No lo cojas —dije al oír el teléfono de nuestro apartamento. Ya fuera una premonición o fruto de la paranoia, ese sonido acabó con la sensación de tranquilidad que tanto me había costado conseguir.

—El prefijo es el 281 —comentó Dane, mi novio, mientras salteaba tofu en una sartén al que añadió una lata de salsa de tomate ecológica. Dane era vegetariano, lo que quería decir que sustituíamos la ternera picada por proteína de soja en el chili. Cualquier tejano se echaría a llorar sólo de pensarlo, pero estaba intentando acostumbrarme por Dane—. Según el identificador de llamadas.

281. Houston. Esos tres numerillos bastaban para que me pusiera a hiperventilar.

—O mi madre o mi hermana —dije, desesperada—. Que salte el contestador. —Llevaba por lo menos dos años sin hablar con ellas.

Un tono.

Antes de añadir un puñado de verduras congeladas a la salsa, Dane dijo:

—No puedes huir toda la vida de tus miedos. ¿No es lo que siempre les dices a tus lectores?

Tenía una sección de consejos en Vibraciones, una revista sobre relaciones, sexo y cultura urbana. Mi columna, titulada «Pregúntale a Miss Independiente», comenzó como una publicación universitaria, pero no tardé en llevarla al siguiente nivel. Después de licenciarme, trasladé mi idea a Vibraciones, donde me ofrecieron un espacio semanal. La mayoría de mis consejos se publicaba en la revista, pero también mandaba consejos privados, previo pago, a aquellas personas que así lo requerían. Para aumentar mis ingresos, de vez en cuando escribía como freelance en revistas orientadas al público femenino.

—No estoy huyendo de mis miedos —lo contradije—. Huyo de mi familia.

Dos tonos.

—Cógelo, Ella. Te pasas la vida diciéndole a la gente que afronte sus problemas.

—Cierto, pero prefiero pasar de los míos y dejar que se infecten. —Me acerqué al teléfono y reconocí el número—. ¡Por Dios, es mi madre!

Tres tonos.

—Venga —insistió Dane—, ¿qué es lo peor que puede pasar?

Clavé la vista con miedo y odio en el teléfono.

—En cuestión de treinta segundos, podría decirme algo que me devolverá a la consulta del psicólogo para toda la vida.

Cuatro tonos.

—Si no averiguas lo que quiere —comentó Dane—, te pasarás la noche dándole vueltas.

Solté el aire, disgustada, y cogí el teléfono.

—¿Diga?

—Ella, ¡tenemos una emergencia!

 

 

Para mi madre, Candy Varner, todo era una emergencia. Era una de esas madres alarmistas, la reina del drama por antonomasia. Sin embargo, lo había sabido ocultar tan bien que poca gente sospechaba lo que ocurría de puertas para dentro. Había exigido que sus hijas colaboraran para mantener la leyenda de la familia feliz, y Tara y yo habíamos accedido sin rechistar.

De vez en cuando, a mi madre le daba por interactuar con mi hermana pequeña y conmigo, pero perdía la paciencia muy pronto y se volvía insoportable. Aprendimos a detectar cualquier indicio que indicase un cambio de humor. Nos convertimos en cazadoras de tormentas en un intento por mantenernos cerca del tornado sin que nos engullera.

Me fui al salón, lejos de Dane y del ruido de las sartenes.

—¿Cómo estás, mamá? ¿Qué pasa?

—Acabo de decírtelo. ¡Tenemos una emergencia! Tara ha venido a verme hoy. Se presentó sin avisar. Con un bebé.

—¿Es suyo?

—¿Qué iba a hacer tu hermana con el hijo de otra? Sí, es suyo. ¿No sabías que se había quedado embarazada?

—No —conseguí responder al tiempo que me aferraba al respaldo del sofá. Me apoyé en él, medio sentándome. Se me había revuelto el estómago—. No lo sabía. No hemos mantenido el contacto.

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