Olympia 6 - En busca del sueño

Almudena Cid

Fragmento

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—Eeeeooooooo... —gritaba Olympia haciendo altavoz con las manos.

—Hoooooolaaaaa... —gritaba Carmen desde la otra punta del recinto, como a 160 metros, porque era enorme: estaban en el Coliseo de Roma. Ellas y tropecientos mil turistas. Las chicas destacaban porque iban todas con el chándal del equipo español y Oly se fijó en que mucha gente las miraba.

—A lo mejori si creen qui somis famosi.

Lucía puso los brazos en jarras:

—¿Otra vez?

A Oly se le había metido en la cabeza que hablar italiano estaba chupado. Lo único que tenía que hacer era juntar las yemas del pulgar, el índice y el corazón de las dos manos y moverlas de arriba abajo mientras hacía que sus palabras terminasen en «i».

—Io parlo italiani very bien, spasiva.

El lío de idiomas que tenía encima también era tamaño Coliseo.

Habían llegado a la capital de Italia esa misma mañana después de un vuelo corto, que todas aprovecharon para una siestecita mañanera. Bueno, todas menos Olympia, que se había dedicado a mirar cómo dormían las demás, cada una de una forma: Ardilla, con la boca abierta y recostada sobre la bandeja del avión; Estrella, del conjunto, retorcida en el asiento y babeando en el hombro de Carmen; Laura, la nueva, hecha un ovillo contra su ventana... Ella llevaba veinte minutos intentando conciliar el sueño con la pierna como almohada, apoyada en el cristal. ¡Las de rítmica parecían contorsionistas!

El aterrizaje también había sido para verlo: todas corriendo por el aeropuerto con sus maletas de ruedas y cargando con los aros al hombro. Las individuales llevaban dos, por si uno de ellos se rompía, y el conjunto llevaba seis, todos ellos en una misma funda que le había tocado a Carmen, porque era la última que se había incorporado al conjunto.

—¡Abran paso! —iba gritando la microgimnasta mientras fingía que era una bombera con las mangueras al hombro, dispuesta a apagar un incendio.

—Chicas, ¡los aparatoooooos! ¡Que no son jugueteeeeeees! —repetía Maya, aunque en el fondo se reía. Menudo espectáculo estaban dando.

—E-S-P —leyó Ardilla: el cartel lo sujetaba un señor en la puerta de la terminal—. ¿«Espera»? ¿Que espere qué?

—Será «Espagueti», ¡que estamos en Italia!

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—Que no, que son siglas —tradujo Estrella—. «Equipo Sin Problemas». No, no: ¡«Equipo Sin Peso»!

—Entonces no somos nosotras —Carmen lo tenía claro—. Mira cómo voy yo...

—ESP es «España» —las sacó de dudas Olympia. Algunas componentes del equipo aún no habían salido a competir en internacional y no lo sabían.

—Benvenuti! —les había dicho el señor justo en ese momento.

Y en cuanto se montaron en el autobús, la seleccionadora les había dado a todas la sorpresa: «Hoy vamos a hacer un poco de turismo, a estirar las piernas, porque a partir de mañana nos toca concentrarnos a tope antes de salir hacia la competición».

En una semana daría comienzo en Florencia el campeonato de Europa de conjuntos y de individuales, pero antes pasarían seis días de concentración con el equipo nacional italiano. Es habitual entablar este tipo de relaciones con otros países; sirve para salir de la rutina y también para aprender. Siempre se saca algo positivo.

Por España, habían viajado todas las gimnastas, excepto Clara. Su abandono había entristecido al grupo, aunque sabían que todo seguiría adelante sin ella. Era duro pensarlo, pero era así. Nadie era imprescindible. Cada vez que una gimnasta abandonaba el equipo, todas pensaban que algún día serían ellas. Esto provocaba que muchas pasaran página rápido y otras, en cambio, empatizaran más, mantuvieran el contacto con ella. Aun así sabían que Clara no daría señales de vida en meses: iba a necesitar tiempo para volver a tener contacto con la gimnasia.

Ahora, Olympia era la nueva número uno de la selección, y aunque se alegraba, también le daba lástima. «Qué pena que se haya perdido esto», pensaba, porque después del viaje a Rusia, la relación entre ellas había mejorado mucho.

—Es enooooorme —decía Ardilla mirando la arena del Coliseo—. A lo mejor podías escribir sobre esto, ¿no?

Oly asintió. Habían leído en la entrada que las gradas tenían espacio para 73.000 espectadores y ya lo había apuntado en su libretita. Había suspendido historia y como el profesor sabía que las gimnastas tenían muy poco tiempo libre, había aceptado cambiarle el examen por un trabajo sobre algún monumento importante. «Vais a viajar a Italia —había dicho—. Y si algo tiene Italia, es historia».

—Es como los estadios de fútbol —seguía su amiga.

—Solo que aquí en vez de marcar gol tenías que evitar que te zamparan los leones.

—¿Te imaginas competir ahí dentro?

Oly se imaginó lanzando la cinta arriba, alto, sin miedo a que golpease en ningún techo... mientras daba volteretas como loca sobre un tapiz en mitad de la arena, para esquivar a los leones y a los otros gladiadores.

—Sí que me lo imagino. Pero no iba a ser muy divertido... A no ser que los leones aprendiesen a saltar por el aro.

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—Podrías tirarles las mazas a la cabeza a los otros gladiadores romanos.

A las dos les entró la risa. Laura, la nueva, que estaba a su lado, no se rio. Llevaban solo unos días compartiendo habitación, pero ya tenían claro que era muy solitaria y poco habladora —justo al revés que Ardilla—. Oly se preguntaba si se comportaba así porque estaba nerviosa por la competición o porque eran sus formas. Iban a notar un montón el cambio de Carmen a Laura...

La microgimnasta se había ido adaptando a su nuevo grupo: ahora iba siempre con las del conjunto, y Estrella y ella eran uña y carne. Oly la echaba de menos. La vio saludarla otra vez, a lo lejos: estaban yendo ya con Maya hacia la salida.

—¡Chicaaaaaaas! —les gritaba la seleccionadora.

Salieron las tres corriendo como si de verdad las persiguiese una fiera. El autobús las esperaba y llegaban tarde. El susto vino cuando doblaron la esquina a la salida.

¡Pumba!

Oly se cayó al suelo de culo. Lo primero que pensó fue que se había tragado una pared. Luego abrió los ojos y vio a un centurión romano, pero a uno de verdad, con su espada corta, el peto, la faldita, las sandalias de tiras... A ella le daba vueltas la cabeza.

—¿Dónde estoy, en qué siglo, existe la gimnasia rítmica? —porque si no existía, le iba a tocar inventarla y vaya lío explicarle a todo el mundo las reglas.

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