Wonder - El juego de Christopher

R.J. Palacio

Fragmento

cap-3

Darth Daisy

Recuerdo el día que el padre de Auggie llevó a Daisy a su casa por primera vez. Auggie y yo estábamos jugando al Trouble en su habitación cuando, de repente, oímos unos gritos agudos que provenían de la puerta de entrada. La que gritaba era Via, la hermana mayor de Auggie. También oímos a Isabel y a Lourdes, mi canguro, hablando animadamente. Bajamos corriendo por la escalera para ver a qué se debía tanto revuelo.

Nate, el padre de Auggie, estaba sentado en una de las sillas de la cocina y tenía en el regazo un perro de color dorado que no paraba de moverse. Via estaba arrodillada delante del perro e intentaba acariciarlo, pero el perro estaba muy nervioso y no paraba de intentar lamerle la mano, y Via la apartaba todo el rato.

—¡Un perro! —gritó Auggie, emocionado, y echó a correr hacia su padre.

Yo también eché a correr, pero Lourdes me agarró del brazo.

—Ni hablar, papi —me advirtió. Por aquel entonces no hacía mucho que era mi canguro, así que no la conocía demasiado bien. Recuerdo que me ponía polvos de talco en las zapatillas de deporte, algo que sigo haciendo porque me recuerda a ella.

Isabel tenía las manos apoyadas en las mejillas. Se notaba que Nate acababa de entrar por la puerta.

—No me lo puedo creer, Nate —repetía una y otra vez desde la otra punta de la cocina, donde estaba junto a Lourdes.

—¿Por qué no puedo acariciarlo? —le pregunté a Lourdes.

—Porque Nate dice que hace tres horas este perro vivía en la calle con un vagabundo —se apresuró a contestar—. Qué asco.

—No da asco. ¡Es preciosa! —exclamó Via, y besó al perro en la frente.

—En mi país, los perros no entran en casa —añadió Lourdes.

—¡Qué bonito es! —gritó Auggie.

—¡Es una hembra! —contestó Via rápidamente, dándole un codazo a su hermano.

—¡Ten cuidado, Auggie! —exclamó Isabel—. Que no te chupe la cara.

Pero el perro ya estaba dándole lametones a Auggie por toda la cara.

—El veterinario dice que está sana, chicas —tranquilizó Nate a Isabel y a Lourdes.

—¡Nate, ha estado viviendo en la calle! —se apresuró a contestar Isabel—. A saber qué tendrá.

—El veterinario le ha puesto todas las vacunas, una loción antipulgas y ha comprobado si tenía parásitos —respondió Nate—. Esta cachorrita está sanísima.

—¡No es ninguna cachorrita, Nate! —señaló Isabel.

Era verdad: la perra no era una cachorra. No era pequeña, ni suave y rechoncha, como suelen ser los cachorros. Estaba flacucha, tenía los ojos desorbitados y una larga lengua negra que le colgaba por un lado de la boca. Tampoco era una perra pequeña: era del mismo tamaño que el perro de mi abuela, un cruce de labrador y caniche.

—Está bien —reconoció Nate—. Bueno, pues parece una cachorrita.

—¿De qué raza es? —preguntó Auggie.

—El veterinario piensa que es un cruce de labrador dorado —contestó Nate—. ¿Quizá con un chow chow?

—Más bien un pitbull —precisó Isabel—. ¿Te ha dicho al menos cuántos años tiene?

Nate se encogió de hombros.

—No lo sabía seguro. ¿Dos o tres? Normalmente se sabe por los dientes, pero esta los tiene bastante mal porque se habrá pasado la vida alimentándose de comida basura.

—Basura y ratas muertas —repuso Lourdes muy segura.

—¡Ay, Dios! —murmuró Isabel frotándose la cara con la mano.

—Le huele bastante mal el aliento —comentó Via agitando la mano ante la nariz.

—Isabel —dijo Nate mirando a su mujer—, estaba destinada a estar con nosotros.

—Espera. Entonces ¿nos la vamos a quedar? —preguntó Via muy emocionada, con los ojos abiertos como platos—. ¡Pensaba que solo íbamos a cuidarla hasta que le encontrásemos casa!

—Creo que esta debería ser su casa —respondió Nate.

—¿De verdad, papá? —preguntó Auggie.

Nate sonrió y miró a Isabel.

—Pero tiene que decidirlo mamá, chicos —añadió.

—Es una broma, ¿verdad, Nate? —exclamó Isabel.

Via y Auggie se le acercaron corriendo y empezaron a suplicarle, juntando las manos como si estuvieran rezando en la iglesia.

—¡Por favor, por favor, por favor, por favor, por favor! —repitieron una y otra vez—. ¡Por favor, por favor, por favor, por favor, por favor!

—¡No me puedo creer que me estés haciendo esto, Nate! —exclamó Isabel negando con la cabeza—. ¿Acaso crees que nuestras vidas no son ya suficientemente complicadas?

Nate sonrió y bajó la vista para mirar a la perra, que a su vez estaba mirándolo a él.

—¡Mírala, cielo! Estaba pasando hambre y frío. El vagabundo me ha dicho que me la vendía por diez dólares. ¿Qué iba a hacer? ¿Decirle que no?

—¡Sí! —contestó Lourdes—. No es tan difícil.

—Salvarle la vida a un perro da buen karma —repuso Nate.

—¡No lo hagas, Isabel! —saltó Lourdes—. Los perros son sucios y huelen mal. Y tienen gérmenes. ¿Y sabes quién acabará paseándola siempre y recogiendo todas las cacas? —añadió señalando a Isabel.

—¡No es verdad, mamá! —intervino Via—. Prometo pasearla todos los días.

—¡Y yo, mamá! —añadió Auggie.

—Nos ocuparemos de ella —prosiguió Via—. Le daremos de comer y lo haremos todo.

—¡Todo! —exclamó Auggie—. ¡Por favor, por favor, por favor, mamá!

—¡Por favor, por favor, por favor, mamá! —suplicó Via al mismo tiempo.

Isabel estaba masajeándose las sienes con los dedos, como si le doliese la cabeza. Al final, miró a Nate y se encogió de hombros.

—A mí me parece una locura, pero… de acuerdo, está bien.

—¿De verdad? —gritó Via, y abrazó a su madre con todas sus fuerzas—. ¡Gracias, mamá! ¡Muchas gracias! Te prometo que nos ocuparemos de ella.

—¡Gracias, mamá! —repitió Auggie abrazando a su madre.

—¡Bien! ¡Gracias, Isabel! —exclamó Nate, y cogió las patas delanteras de la perra para hacer como que esta aplaudía.

—¿Puedo acariciarla ya? Por favor —le supliqué a Lourdes; me aparté de ella antes de que pudiese retenerme de nuevo y me escabullí entre Auggie y Via.

Nate dejó a la perra en la alfombra y ella se tumbó boca arriba para que pudiésemos rascarle la barriga. Cerró los ojos como si estuviera sonriendo mientras la larga lengua negra le colgaba de un lado de la boca hasta la alfombra.

—Así es como me la he encontrado hoy —comentó Nate.

—En toda mi vida he visto una lengua tan larga —explicó Isabel, poniéndose en cuclillas a nuestro lado, pero sin acariciar todavía a la perra—. Se parece al Demonio de Tasmania.

—A mí me parece preciosa —respondió Via—. ¿Cómo se llama?

—¿Qué nombre queréis ponerle? —preguntó Nate.

—¡Creo que deberíamos llamarla Daisy! —contestó Via sin dudarlo—. Es del color de una margarita.

—Es un nombre muy bonito —convino Isabel, y empezó a acariciar a la perra—. Claro que también se parece un poco a una leona. Podríamos llamarla Elsa.

—Yo sé qué nombre podríais ponerle —anuncié dándole un codazo a Auggie—. ¡Deberíais llamarla Darth Maul!

—¡E

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