La última descendiente

Rick Riordan

Fragmento

la_ultima_descendiente-2

PRÓLOGO

No agarres una estrella de mar del brazo

¿Sabíais que más del ochenta por ciento del océano sigue sin explorar? ¡OCHENTA, AMIGOS! Es muy posible que en este momento una sirena y un calamar gigante estén zampando macarrones de macroalgas y preguntándose cuándo vamos a ponernos las pilas y a descubrir que la Atlántida solo fue un parque temático que no salió como debía. ¿Quién sabe?

Nadie puede decirlo con seguridad, porque desconocemos gran parte del océano. Y a mí me da pavor lo desconocido, de modo que no hace falta que diga que me da un pavor terrible el océano. Puede que todo empezase cuando, a los diez años, agarré una estrella de mar de uno de sus brazos... y no tardé en encontrarme sujetando un apéndice bamboleante. En aquel entonces no sabía que los brazos de las estrellas de mar se podían regenerar. Creía que era una asesina. Me postré de rodillas y grité horrorizada. (¡YO TE MALDIGO, FUERZA DESCOMUNAL! ¡TANTA INOCENCIA... ARRASADA! ¿ESO SIGNIFICA QUE PUEDO SALTARME PARA SIEMPRE LA CLASE DE GIMNASIA?)

Sin embargo, cuanto más pavor me da algo, más suelo obsesionarme con ello. Y desde ese funesto encuentro con la estrella de mar, el océano, con sus extraños habitantes —exacto, me refiero a vosotros, los distintos equinodermos y ofiuroideos—, ha ejercido una gran fascinación para mí como un lugar de poder desconocido, belleza inimaginable y potencial sin explotar.

La última descendiente refleja todas las facetas de ese asombro y ese pavor por el océano.

Si os apetece leer una historia que os acelere el corazón, os deje sin aliento con las numerosas peripecias de su trama y os obligue a echar el resto para acompañar a un elenco de personajes que incluye rollitos de canela adorables, ingeniosos y es posible que sanguinarios (ah, y una criatura gigante de las profundidades que en realidad solo necesita amor), en las siguientes páginas encontraréis todo eso y más. Nuestra historia empieza con dos institutos enfrentados y un episodio catastrófico que hace embarcar a la clase de estudiantes de primer año de la selecta Academia Harding-Pencroft en una peligrosísima misión para desenterrar un secreto tecnológico capaz de transformar el mundo. Yo estuve en vilo en todo momento mientras la tripulación vivía aventuras en ingenios de tecnología punta, enigmas en las profundidades marinas y la clase de tácticas militares que por algún motivo me hacen sentir más lista pese a haberme pasado la mayor parte del tiempo en una cómoda burbuja.

No se me ocurre mejor capitana para dirigir esta aventura acuática que la formidable Ana Dakkar. Ana es todo lo que yo deseaba ser a los quince años. Valiente, brillante, un prodigio de los idiomas, amiga de un delfín llamado Sócrates y —lo más importante para una fantasiosa Rosh adolescente— poseedora de un legado ancestral que es el material del que están hechas las leyendas.

Resulta que Ana es una de las últimas descendientes del capitán Nemo, y ahí es cuando todo se complica. Como la última de los Dakkar, Ana no solo tiene que lidiar con una herencia que podría transformar la manera en que el mundo entero entiende la tecnología, sino que también tiene que enfrentarse a preguntas más generales como qué deuda tienen los demás con nosotros y qué deuda tenemos nosotros con los demás. Es fácil tomar las decisiones correctas cuando todo el mundo te mira, pero cuando estás en las profundidades del mar, donde el sol no puede alcanzarte, podrías acabar haciendo algo que nunca habías imaginado...

Para mí, esta historia es como el propio océano. Emocionante y aterradora a partes iguales y, lo mires por donde lo mires, una auténtica pasada. ¡Que os divirtáis! Y no comáis muchos rollitos de canela.

la_ultima_descendiente-3

INTRODUCCIÓN

Mi viaje submarino empezó en Bolonia, la ciudad italiana sin mar, en 2008. Me encontraba allí con motivo de una feria de literatura infantil, justo antes de la fecha de publicación de La batalla del laberinto y The 39 Clues: El laberinto de huesos. Estaba cenando en el sótano de un restaurante con unos catorce directivos de Disney Publishing cuando el presidente del departamento se volvió hacia mí y me dijo: «Rick, ¿hay alguna propiedad intelectual de Disney sobre la que te apetecería escribir?». Yo no dudé en contestar: Veinte mil leguas de viaje submarino. He tardado doce años en estar listo para escribirla, pero mi versión de esa historia se encuentra ahora en vuestras manos.

¿Quién es el capitán Nemo? (No, el pez animado no).

En caso de que no conozcas al capitán Nemo original, se trata de un personaje creado por el escritor francés Julio Verne en el siglo XIX. Verne escribió sobre él en dos novelas, Veinte mil leguas de viaje submarino (1870) y La isla misteriosa (1875), en las que Nemo está al mando del submarino más avanzado del mundo, el Nautilus.

El capitán Nemo era inteligente, culto, cortés y tremendamente rico. También era irascible, malhumorado y peligroso. Imaginaos una combinación de Bruce Wayne, Tony Stark y Lex Luthor. Conocido antes como príncipe Dakkar, Nemo había luchado contra el gobierno colonial británico en India. Los británicos tomaron represalias y mataron a su esposa e hijos. Esa es en esencia la historia del origen de Dakkar como supervillano/superhéroe. El príncipe adoptó el nombre de Nemo, que en latín significa «nadie». (Para los fans de la mitología griega, se trata de un guiño/referencia a Odiseo, que le dijo al cíclope Polifemo que se llamaba Nadie). Nemo dedicó el resto de su vida a aterrorizar a las potencias europeas coloniales en alta mar, hundiendo y saqueando sus barcos y haciéndoles temer al imparable «monstruo marino» que era el Nautilus.

¿Quién no desearía tener semejante poder? De niño, cada vez que me tiraba a un lago o incluso a una piscina, me gustaba imaginarme que era el capitán Nemo. Podía hundir barcos enemigos con impunidad, viajar por todo el mundo sin que nadie se enterase, explorar profundidades que nadie ha visitado y descubrir ruinas fabulosas y tesoros de un valor incalculable. Podía sumergirme en mi reino secreto y no volver nunca al mundo de la superficie (que de todas formas era horrible). Cuando acabé escribiendo sobre Percy Jackson, el hijo de Poseidón, podéis tener por seguro que mis fantasías sobre el capitán Nemo y el Nautilus influyeron mucho en que Percy fuese un semidiós del mar.

Para ser sincero, las novelas de Verne me parecían un poco lentas cuando era niño. Pero me gustaban mucho las viejas ediciones de Classics Illustrated de mi tío, y me encantó la versión cinematográfica de Veinte mil leguas de viaje submarino producida por Disney, incluso las partes ridículas como cuando Kirk Douglas canta y baila, y el calamar de goma gigante que ataca el barco. No comprendí lo ricas y complejas que eran las historias

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos