Las pruebas de Apolo - La maldición del Campamento Júpiter

Rick Riordan

Fragmento

cap-1

PROPIEDAD DE CLAUDIA,

DESCENDIENTE DE MERCURIO,

CUARTA COHORTE DE LA DUODÉCIMA

LEGIÓN FULMINATA

DÍA I: ¡Lo he conseguido!

¡Oh, dioses, hoy es mi primera noche en los barracones de la Cuarta Cohorte! He pillado una litera fantástica al lado de la ventana y estoy escribiendo a la luz de una antigua lámpara de aceite romana. ¡Cómo mola! Quiero anotar todo lo que siento, todo lo que he visto y lo que he pasado para llegar hasta aquí. Pero es la hora de dormir, así que hasta luego...

Una hora más tarde...

Primer punto de la lista de cosas que tengo que hacer mañana: buscar una tienda donde vendan tapones para los oídos. La chica de la litera de al lado ronca tan fuerte que podría arrancar los azulejos de un mosaico. Eso explica por qué mi cama estaba libre cuando llegué.

Me he escondido en la letrina de las chicas para escribir porque no consigo pegar ojo. Comparado con otros cuartos de baño, este es una pasada. Azulejos de mármol por todas partes con toques dorados, como las bisagras de las puertas de los retretes. En realidad, al ver esas bisagras me pongo un poco nostálgica. A mi padre se le caería la baba. No sé por qué le gusta tanto restaurar quincalla antigua, pero se gana la vida haciéndolo, así que no seré yo quien lo juzgue.

Por lo visto, ganar dinero no supone ningún esfuerzo para un descendiente de Mercurio. «Un descendiente de Mercurio». Caray. Todavía estoy asimilando que papá y yo descendemos de un dios romano, y nada menos que uno de los doce grandes del Olimpo. Sobre todo porque hasta hace dos meses no sabía prácticamente nada de mi familia. Todavía no sé nada de mi madre salvo su nombre, Cardi, y cómo es. Cómo «era». Encontré una foto de ella guardada en el cuarto de papá. En la foto debe de tener veintipocos años y luce el mismo pelo moreno ondulado, los mismos ojos oscuros, los mismos pómulos salientes y la misma nariz grande que yo. Está apoyada en el marco de una puerta abierta, con una mano posada en la barriga. Creo que entonces estaba embarazada... de mí.

Bueno, continúo.

No tenía ni idea de mi parentesco con Mercurio hasta el día que cumplí doce años, cuando mi padre me regaló un antiguo pergamino con el árbol genealógico de mi familia. Tres generaciones antes, allí está mi bisabuelo, el mensajero de los dioses, además del dios de los comerciantes y de los tenderos, los ladrones y los estafadores, y también de los viajeros. Lleva muchos sombreros, todos con alas.

Lo confieso, papá: cuando me enseñaste ese pergamino pensé que se te había ido la pinza. Y cuando me hablaste de tu pasado y de mi futuro: que un día no muy lejano, como te había pasado a ti, me llamaría la diosa loba Lupa y me llevaría a una antigua mansión en ruinas de Sonoma, en California, donde su manada de lobos inmortales me entrenarían para ser una soldado romana. (Solo diré una cosa al respecto: la peor acampada de mi vida). En el supuesto de que pasase todas sus pruebas —vamos, que no sufriera una horrible muerte por causas lobunas—, luego caminaría hacia el sur por un monte plagado de monstruos (la segunda peor acampada de mi vida) hasta el Campamento Júpiter, donde presentaría tu carta de recomendación a quien estuviese al mando y con suerte me aceptarían en las filas de la Duodécima Legión Fulminata.

Y eso me lleva a la siguiente pregunta: ¿no sería una faena que después de pasar por todo eso no pudieses entrar en una cohorte? Respuesta: pues sí.

Tampoco es que ahora los nuevos reclutas tengan que preocuparse por si los rechazan. Según mi centuriona, Leila, el verano pasado los efectivos de la legión disminuyeron mucho. Algo relacionado con una guerra entre la diosa primigenia de la tierra Gaia, un montón de gigantes, una estatua descomunal de la diosa griega Atenea y un campamento de semidioses griegos. La buena noticia: ¡el Campamento Júpiter ayudó a salvar el mundo! La mala noticia: el Campamento Júpiter perdió a muchos campistas ayudando a salvar el mundo. Más malas noticias: poco después de la victoria, las comunicaciones de los semidioses empezaron a fallar. Y según Leila, eso significa que se avecinan más problemas...

En fin, papá, siento haber dudado de ti, porque todo ha pasado como tú dijiste. Y aquí estoy, con mi chapa oficial de probatio colgada del cuello: CLAUDIA, CUARTA COHORTE. Así que gracias por el aviso. Y por este diario. Si alguna vez tengo hijos, podrán leer en él sobre mis vivencias y estar listos cuando les toque a ellos.

Bueno, es hora de volver a la cama. Mañana podré ver el Campamento Júpiter como es debido por primera vez. ¿El primer sitio que visitaré?

Donde vendan tapones.

cap-2

DÍA II: Ejem, ¿qué?

Cosas que he aprendido hoy:

1) La avena no es el desayuno favorito de los campistas. Por lo menos es la impresión que me dio al ver sus caras de asco cuando las aurae me sirvieron un bol esta mañana. Bueno, para gustos, los colores.

2) Comprar a precios de ganga en la Vía Pretoria es fácil cuando eres descendiente del dios de los tenderos. Estaba buscando tapones para los oídos cuando vi una juguetería en la que vendían figuritas de dioses romanos. Mercurio estaba en medio del escaparate, tapado únicamente con una toga corta. A ver, seguro que en la Antigüedad ese estilo estaba de moda, y la figura estaba bastante cachas, pero me dio un poco de corte ver a mi minibisabuelo allí plantado. Además, tenía algo en la mirada que me recordaba a mi padre... El caso es que compré el muñeco. Y creo que a mi bisabuelo le pareció bien y me prestó sus poderes, porque no sé cómo convencí al dueño de la tienda de que añadiese los accesorios de Mercurio —sombrero con alas, sandalias con alas, caduceo y saquito de monedas— gratis. Toga corta incluida (gracias a los dioses).

3) En la Colina de los Templos pasan cosas raras.

Esta última lección la aprendí mientras inspeccionaba el templo de Mercurio después de mi delicioso y nutritivo desayuno. Comparada con los santuarios de mala muerte de los dioses y diosas menores, la casa de mi bisabuelo no está mal. Una estructura rectangular con columnas de mármol en el exterior, un fresco ornamentado encima de la entrada y, dentro, una estatua de tamaño real del propio dios.

Lo raro pasó cuando me acerqué al altar. Alguien había puesto allí dos recipientes para los mensajes en honor al papel de Mercurio como mensajero de los dioses. El recipiente en el que ponía SALIENTES estaba a rebosar de notas, pero el de los mensajes ENTRANTES estaba vacío, un triste recordatorio de que las comunicaciones se habían interrumpido.

Aun así, puse una nota en la bandeja de salida. Un breve «Hola, bisabuelo, ¿qué se sabe del Olimpo?». Estaba a punto de irme cuando oí un revoloteo. Un trozo de papel hab

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