Alguien para mí (Sin miedo 2)

Juan Arcones

Fragmento

alguien_para_mi-2

imagen

Pablo seguía siendo el chico más guapo de la clase, pero de lejos. Su piel se había vuelto más oscura aún, como si se la hubiera rociado con esa pintura que se usa para pintar las mesas de las terrazas. No es que yo controle mucho de eso, pero sabéis a lo que me refiero, ¿no? Aunque a lo mejor es que llevaba demasiado tiempo sin verle, qué sé yo. Sus labios, gruesos y rosados, más besables que nunca. Sus ojos verdes... ¿o color miel? Sigo sin tenerlo muy claro. Yo creo sinceramente que le van cambiando según el mes. ¿Es eso posible? Sí, ¿no? Y, pese a todo, se había fijado en mí. O yo en él. Los dos en los dos. Solo había un problema. Un problema muy pequeño. Bueno, no. Un problema enorme. Pablo ya no estaba en mi clase.

¡Esperad! Os lo voy a contar todo. Prometido. Ya sabéis que siempre lo hago, aunque me vaya por las ramas. Fue terminar el verano y empezar el drama. Me persigue. Y yo nunca he sido bueno huyendo. Siempre me atrapaban jugando al pillapilla cuando era pequeño. Nadie quería ir conmigo. Lógico, también os digo. ¿Para qué vas a elegir a alguien en tu equipo que se cae después de dar dos pasos? Pero vayamos al problema. ¿Por qué Pablo, MI NOVIO, no va a mi clase ya? Más bien es al contrario. Yo no voy a la suya. Obviamente, durante el verano, como Pablo y yo no estábamos en la misma ciudad, ni siquiera en el mismo país, pues mis padres encantados. Y he de decir que han sido unos meses muy aburridos. Pablo fuera. Albert se fue casi un mes de vacaciones con su familia. Y Cris y Celia..., bueno, son amigas. Me caen de la hostia, ¿eh? Pero todavía no teníamos esa relación como para quedar solos los tres. No es que yo sea borde, que sabéis que no lo soy. Pero Albert era el pegamento que nos unía. Al menos de momento. Aun así, hablábamos todos los días. Y con Pablo, cada semana. Diferencia horaria, él con su familia, yo me tenía que esconder cada vez que hacíamos una videollamada... pues todo era más complicado. Lo hemos llevado bien... No. Miento. Yo lo he llevado regular. Después del fin de curso, qué queréis que os diga, lo que más me apetecía era estar juntos cada día. ¡Y justo tuvo que irse! Y, claro, volver en septiembre y que él no estuviera ahí para acompañarme, pues como que me devolvió demasiado fuerte a la tierra. Odio la gravedad.

Cubierta—Lo siento, señor Rubio, pero esta ya no es tu clase —me anunció García, la profesora que debía ser mi tutora este año.

—¿No-no es la del grupo A? —conseguí decir, totalmente desubicado. Estaba llegando a clase solo, sin Pablo. ¿Y encima no era mi clase ya?

—¿No te lo han dicho? Ahora tu clase es la del C. Date prisa, que a tu tutor no le gustan los que llegan tarde —me advirtió, con una sonrisa odiosa en la cara. No tuve tiempo ni para replicar. Eso sí, pude ver la cara de satisfacción de Arenas. Pues, mira, si no iba a tener que soportarle, quizá el cambio no fuera tan malo. Pero al que no vi por ningún lado fue a Pablo. ¿Dónde estaba?

Eché a correr hacia mi nueva clase, que estaba al final del pasillo, cuando me crucé con un chico que no había visto nunca. Era mucho más alto, más grande, más musculoso..., más «todo» que yo. Pero iba como perdido, como buscando su clase. Me miró durante un largo rato, esperando a que frenara, pero estaba demasiado concentrado en no chocarme contra nada como para pararme.

—Perdona, ¿sabes dónde está la clase...? —comenzó a decir.

—¡LO SIENTO, LLEGO TARDE! —chillé y seguí corriendo hasta que llegué a la puerta de mi nueva clase: 4.º C. Pero estaba cerrada. Eso significaba que ya habían empezado. Mecagoentodo.

Llamé, que uno ante todo es educado y, tras unos segundos en los que no paré de pensar todos los castigos que me iban a caer, se abrió la puerta y ahí estaba mi nuevo tutor. El Coletas. Sí, así se le conocía en todo el colegio. También por Solero. Parecía tener sus treinta y muchos, pero ya lucía una cara de cansado que no podía con ella. Pelo largo recogido en una coleta y una carpeta bajo el brazo. Me miró de arriba abajo, pero no se apartó para dejarme pasar.

—Hola. Es el 4.º C, ¿verdad?

—Eres Óscar Rubio, ¿no? —Y, tras él, pude ver a un Albert emocionadísimo saludándome desde su pupitre.

—Sí.

—Llegas tarde el primer día, ¿eh? Ya me habían dicho que eras un rebelde.

—¿Seguro que era yo?

El profesor dejó escapar una pequeña sonrisa y abrió la puerta del todo para que pasara, pero, claro, no sabía ni dónde sentarme. Toda la clase mirándome. Era incómodo no, lo siguiente. Y Albert, mientras, haciéndome señas como un loco. Sí, te he visto, Albert.

—¿Qué haces ahí de pie aún? Siéntate junto a Olivares, que está solo —me indicó mientras se colocaba tras su mesa y a Albert se le escapó un grito de emoción. Pero, antes de sentarme, llegó lo que tanto miedo me daba—. Por cierto, hoy estás castigado después de clase. No se puede llegar tarde, Rubio.

Oye, nada más volver de vacaciones. El primer día. Récord made in Óscar. Desde mi discurso de la fiesta de fin de curso, no sé si los profesores me tenían o más respeto o más manía. No lo tengo muy claro. Una se ríe porque me he equivocado de clase. Y otro me castiga. ¿Qué más pruebas necesitáis? ¡Qué vergüenza, madre mía! Lo del castigo, me refiero. Creo que era la primera vez que me castigaban en mi vida. Y que lo hagan cuando tengo quince años da un poco de vergüenza, no me digáis que no. ¡Y encima por una gilipollez!

—Menudo estreno, Oski —me comentó Albert, con la sonrisa todavía de oreja a oreja. Y el pelo más rojo que he visto en mi vida. De hecho, creo que estaba más rojo que la última vez que lo vi—. No me habías dicho que ibas a estar en mi clase.

—Bueno, a mí tampoco me lo había dicho nadie —suspiré.

—¿Y Pablo? ¿Cómo se lo ha tomado?

—No sé, porque no le he visto.

—¿No ha venido? —preguntó, extrañado. No lo sé, Albert. No lo sé.

—Pues no tengo ni idea.

Se dio cuenta de que estaba empezando a agobiarme con tantos cambios en tan poco tiempo y decidió dejarme unos segundos para respirar y recomponerme. Vi que Celia y Cris se sentaban juntas un poco más adelante, pero no reconocí a mucha más gente. Al menos no iba a tener que soportar a Arenas y compañía. ¡Eh, y no me habéis dicho nada, pero no he dicho ni un «puto» por ahora! Estoy empezando a hablar mejor.

El castigo no podía ser más tonto: quedarme en clase copiando no sé qué absurdez sobre la importancia de no llegar tarde o alguna cosa así. ¡Fijaos de lo que había servido el castigo que ni siquiera soy capaz de acordarme de lo que estuve copiando! Estaba solo en el aula, excepto por la profesora, por un chico que creo estaba en mi nueva clase y por Alba. Vale, no estaba solo. Lo sé. ¿Que quién es Alba? Os acordáis. Sí, la que iba a leer el discurso de fin de curso pero al final acabé leyéndolo yo, con desastrosas consecuencias. Ahora sí, ¿verdad? Si no, os la he vuelto a presentar. De nada. El caso es que estaba ahí sola y se me pasó por la cabeza hablar con ella. Total, la profesora que nos vigilaba estaba enfrascada en su móvil. Seguramente viendo alguna serie o ti

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos