Una perfecta equivocación (Seremos imperfectos 1)

Andrea Smith

Fragmento

una_perfecta_equivocacion-2

1

—¿A quién besarías, con quién te casarías y a quién matarías?

Me llevé un bocado de pan a la boca y mastiqué lentamente mientras la sonrisa de Heejin se ampliaba. Sus ojos estaban centrados en Carla, mientras esperaba a que ella respondiera. Y sin importarle lo más mínimo que estuviésemos en mitad del comedor y que el resto de los compañeros pudiese oírla, Carla dijo alto y claro:

—Eso es muy fácil. Besaría a Ezra, porque está como un tren. Me casaría contigo y mataría al profe de Gimnasia.

El ceño de Heejin se frunció mientras su sonrisa se desvanecía y su cuerpo se dejaba caer en el respaldo de la silla.

—Eso es trampa —se quejó—. Tienes que contestar como si fuese en serio.

A mi lado Isabella profirió una pequeña carcajada. Ella había dicho que se casaría conmigo, pero que sería un problema porque probablemente acabase matándome. Era mi mejor amiga, pero a veces nos queríamos tanto como nos odiábamos. Según mi tía, Isa y yo parecíamos más bien hermanas separadas al nacer que no mejores amigas.

Carla se encogió de hombros e insistió:

—Va en serio. Me casaría contigo porque cocinas muy bien y mataría al de Gimnasia porque siempre me hace correr dos vueltas de más.

Durante unos segundos pensé que Heejin volvería a replicar, porque la miraba fijamente, pero terminó por suspirar y volverse hacia mí.

—Está bien... ¿Y tú, Olivia?

Apreté los labios, pensativa. Aquel juego me parecía un poco tonto. No tenía intención de responder en público y arriesgarme a que Mateo Ford pudiese oírme. Si eso sucediese, tendría que esconderme para siempre bajo las mantas de mi cama. Porque si algo tenía claro, es que elegiría casarme con él.

—Yo también me casaría contigo —fue lo que respondí en su lugar.

Mi amiga se apartó el pelo castaño de la cara y me lanzó una de sus patatas fritas, molesta, mientras las demás nos echábamos a reír.

—Sois imposibles...

El timbre sonó y tuvimos que darnos prisa para terminar nuestro almuerzo antes de volver a las clases. Mientras corríamos por los pasillos, pensé en lo rápido que había pasado el tiempo. Hacía nada éramos unas niñas que comenzaban con miedo su primer día de instituto, y ahora ya estábamos en la recta final.

En menos de cinco meses nos graduaríamos, elegiríamos distintos caminos y tendríamos que acostumbrarnos a vivir separadas, sin vernos a diario.

Era incapaz de imaginar no estar con Isabella todos los días, o encontrar una nueva amiga con la que tener la misma amistad. Ella era irremplazable.

—Venga, ¡todos a sus sitios!

La profesora de Historia entró con paso ligero en el aula, y tomé asiento en primera fila al lado de Isabella mientras el resto de los compañeros revoloteaba a nuestro alrededor. Ella no veía bien pero se negaba a usar gafas, por lo que yo me sacrificaba y me sentaba en primera fila con ella para que pudiera ver la pizarra. Coloqué mi vieja mochila en el respaldo de la silla. Estaba bastante deslucida, tenía unos cuatro años, y la cremallera estaba algo rota, pero era de Taylor Swift y la había decorado con pins suyos. Solo por eso, me encantaba. Además, el material escolar es tremendamente caro y necesitaba ahorrar.

Con el rabillo del ojo vi a Ezra Johnson pasar a mi lado. Llevaba la chaqueta azul de nuestro equipo de fútbol y estaba bebiendo agua de un botellín.

Mierda, era tan guapo que mis ojos lo siguieron y giré la cabeza un poco hacia él para verlo mejor. Pero no fui la única. Allá donde Ezra caminara, miles de cabezas se volvían. No solo era el chico más guapo y popular del instituto. Tenía la media más alta de la clase y había liderado al equipo de fútbol hasta ganar el campeonato el curso pasado. Decían que le habían ofrecido varias becas para la universidad, incluso fuera del país.

—Se te va a caer la baba, ¿sabes? —susurró la voz de mi amiga a mi lado.

Isabella era inmune a los encantos de Ezra, y básicamente de cualquier otro chico, aunque una vez me admitió que sí le parecía guapo, pero no de su gusto.

Me volví para recriminarla, pero al hacerlo mi brazo se topó con su estuche y lo tiré al suelo.

Antes de que me diera tiempo a incorporarme, otra figura apareció delante de nuestro pupitre mientras la profesora de Historia nos daba el último aviso para colocarnos en nuestros sitios y abrir el cuaderno. Me dio tiempo a ver un mechón rubio desaparecer antes de que Mateo Ford se agachara y recogiera el estuche del suelo. Cuando se volvió hacia nosotras me miró con aquella sonrisa dulce que le llegaba directamente a los ojos, los más azules que había visto en mi vida.

Sentí cómo mi interior se calentaba y, muy probablemente, mis mejillas se volvían rojo incandescente. A mi lado Isabella tosió, pero él se limitó a mantener la sonrisa amable y decir:

—Creo que esto es tuyo.

Tragué saliva, buscando unas palabras que no me llegaban a los labios. ¿Era posible que se me hubiese parado el corazón?

Mateo Ford era mi amor platónico desde el primer año de instituto, desde ese día fatídico en el que se sentó a mi lado en el autobús de vuelta a casa y me pasó un pañuelo de papel para limpiarme los mocos y las lágrimas.

Efectivamente, no empecé el instituto con muy buen pie... Pero esa es otra historia.

—En realidad es mío —interrumpió Isabella, provocando que la conexión entre los ojos de Mateo y los míos finalmente se rompiera.

Él asintió y dejó el estuche en su pupitre. Después agarró con fuerza un asa de su mochila y volvió a mirarme.

—Nos vemos, Olivia.

Ay, Dios mío. Se acordaba de mi nombre.

—Claro, Mateo.

Mierda. ¿Había dicho eso?

Sí, lo había dicho.

¿Hasta qué punto podía ser patética?

Sin embargo, mientras Isabella soltaba una carcajada que intentó ocultar en vano con la mano, Mateo amplió la sonrisa y se despidió de mí antes de tomar sitio al fondo de la clase.

Iba a matar a mi amiga.

Me volví hacia ella con las mejillas más encendidas que antes y los dientes apretados.

—¡Ya te vale! —me quejé—. Deja de reírte.

—Claro, Olivia—se burló, llevándose una mano al corazón—. Lo que tú digas, Olivia.

Decidí ignorarla y saqué el cuaderno y el estuche de la mochila mientras la profesora de Historia encendía el proyector. Le encantaba ponernos documentales de sucesos históricos para dar las clases y la verdad es que así se me hacían bastante más amenas. Y en primera fila se veía genial.

—¡

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