Una familia de mentirosos

E. Lockhart

Fragmento

Capítulo 1
1

Mi hijo Johnny está muerto.

Jonathan Sinclair Dennis, así se llamaba. Murió a los quince años.

Hubo un incendio y yo lo quería y lo traté mal y lo echo de menos. Ya no se hará mayor, no encontrará pareja, no se entrenará para participar en otra carrera, no se irá de viaje a Italia como quería, no montará en una de esas montañas rusas que te ponen cabeza abajo. Nunca, nunca, nunca. Nunca volverá a hacer nada.

Aun así, aparece a menudo en la cocina de mi casa en la isla Beechwood. Lo veo de madrugada, cuando no puedo dormir y bajo a por un trago de whisky. Luce el mismo aspecto que cuando tenía quince años. El pelo rubio y abundante, de punta; la nariz quemada por el sol. Se muerde las uñas y suele ir con bermudas y sudadera con capucha. A veces, cuando hace frío en casa, se pone su anorak de cuadros azules.

Dejo que beba whisky, porque al fin y al cabo está muerto. ¿Qué daño puede hacerle? Pero lo que más me pide es chocolate caliente. Al fantasma de Johnny le gusta sentarse en la encimera y tamborilear sobre los armaritos inferiores con los pies descalzos. Saca las viejas fichas del Scrabble y se dedica a componer frases sobre la encimera, mientras hablamos. «No comas nada que sea más grande que tu trasero.» «No aceptes un no por respuesta.» «Sé un poco más amable de la cuenta.» Cosas así.

A menudo me pide que le cuente historias sobre nuestra familia.

—Háblame de cuando erais adolescentes —me pide esta noche—. La tía Penny, la tía Bess y tú.

No me gusta hablar de esa época.

—¿Qué quieres saber?

—Cualquier cosa. Lo que hacíais. Vuestras travesuras en la isla.

—Era igual que ahora. Salíamos con las lanchas. Íbamos a nadar. Jugábamos al tenis, comíamos helados y cenábamos barbacoa.

—¿Entonces os llevabais bien? —Se refiere a mí y a mis hermanas, Penny y Bess.

—Hasta cierto punto.

—¿Alguna vez os metisteis en un lío?

—No —respondo. Y luego—: Sí.

—¿Por qué? —Niego con la cabeza—. Dímelo —insiste—. ¿Qué es lo peor que hicisteis? Vamos, desembucha.

—¡Que no! —Me río.

—¡Sí! ¡Porfa! Dime qué fue lo peor que hicisteis en aquella época. Cuéntale a tu pobre hijo difunto todos los detalles escabrosos.

—Johnny.

—Bah, no será para tanto —replica—. No te imaginas la de cosas que he visto en la televisión. Mucho peores que cualquiera que pudierais hacer en los años ochenta.

Creo que Johnny se me aparece porque no puede descansar sin respuestas. No deja de preguntarme por nuestra familia, los Sinclair, porque está intentando entender esta isla, a la gente que vive en ella y por qué actuamos de este modo. Nuestra historia.

Quiere saber por qué murió.

Le debo esta historia.

??Está bien —accedo—. Te lo contaré.

• • •

Mi nombre completo es Caroline Lennox Taft Sinclair, pero la gente me llama Carrie. Nací en 1970. Esta historia transcurre durante el verano en que tenía diecisiete años.

Fue el año en que los chicos vinieron a la isla Beechwood. Y fue el año en que vi por primera vez a un fantasma.

Nunca le he contado esta historia a nadie, pero creo que es la que Johnny quiere oír.

«¿Alguna vez os metisteis en un lío? —pregunta—. Vamos, desembucha... ¿Qué fue lo peor que hicisteis en aquella época?»

Va a ser doloroso contar esta historia. De hecho, no sé si podré contarla con sinceridad, pero lo intentaré.

Verás, es que toda mi vida he sido una mentirosa.

Me viene de familia.

Segunda parte. Cuatro hermanas

SEGUNDA PARTE

Cuatro hermanas

Capítulo 2
2

Mi infancia es una sucesión de mañanas invernales en Boston, donde mis hermanas y yo aparecemos ataviadas con botas y gorros de lana que pican un montón. Jornadas escolares de uniforme, con gruesas rebecas de punto azul marino y faldas de cuadros. Tardes en nuestra imponente casona de ladrillo, haciendo los deberes delante de la chimenea. Si cierro los ojos, puedo paladear el dulzor de los bizcochos de vainilla y sentir los dedos pegajosos. La vida eran cuentos de hadas antes de dormir, pijamas de franela, cachorros de golden retriever.

Éramos cuatro chicas. En verano, nos íbamos a la isla Beechwood. Recuerdo nadar entre el oleaje embravecido del océano con Penny y Bess, mientras nuestra madre y la pequeña Rosemary se quedaban sentadas en la orilla. Capturábamos medusas y cangrejos y los metíamos en un cubo azul. Brisa y luz solar, riñas sin importancia, coleccionar guijarros y jugar a ser sirenas.

Tipper, nuestra madre, celebraba unas fiestas estupendas. Lo hacía porque se sentía sola. Al menos, en Beechwood. Teníamos invitados, y durante varios años, Dean, el hermano de mi padre, y sus hijos se alojaban allí con nosotros, pero mi madre añoraba las cenas benéficas y las largas sobremesas con sus amigas. Adoraba a la gente y sabía cómo tratarla. Como no había demasiada en la isla, generaba su propia diversión, organizando fiestas incluso cuando no venía nadie a visitarnos.

Cuando éramos pequeñas, nuestros padres nos llevaban a Edgartown el 4 de julio. Edgartown es un pueblecito marinero situado en la isla de Martha’s Vineyard, lleno de cercas de madera pintadas de blanco. Comprábamos ostras fritas con salsa tártara en unos recipientes de papel y después pedíamos limonada en un puesto situado delante de la Old Whaling Church. Desplegábamos nuestras sillas de jardín, almorzábamos y esperábamos al desfile. Los negocios locales tenían carrozas decoradas.

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