Todas las cosas que no vi (Premio Jaén de Narrativa Juvenil 2024)

Paula Praes González
Paula Praes

Fragmento

Capítulo 1

Capítulo 1

—Se ha quedado un bonito día para homenajear a un muerto.

Intenté no sonreír, pero el idiota de Xabi tenía razón. Era un día de puta madre para eso.

Llovía, como siempre allí, y la gente se amontonaba bajo paraguas negros, lo que hacía más triste la escena. En el fondo, la muralla parecía más alta que antes, como cuando éramos pequeños y al mirar hacia arriba no podíamos ver el final. Habían limpiado el pueblo a fondo y pintado los bancos porque el alcalde sabía que ese día saldría en todas las televisiones.

Me avergonzaba por la gente que se amontonaba en la primera fila buscando la foto. Ninguno conocía a Aitor. No como nosotros. Sabían su nombre, sí. Y más ahora que se cumplía un año desde que había sido noticia. De repente parecía que en los telediarios hubieran descubierto oro y se hubiesen dado cuenta de que los colegios y los institutos eran un infierno para algunos. Que allí se maltrataba, y que los verdugos eran los propios compañeros. Y no, no eran cosas de niños ni tonterías así.

Aitor no se había tirado por la muralla por una tontería. Aitor no había saltado porque fuera débil. Aitor no había buscado la salida fácil. Aitor lo había hecho porque no podía más y solo quería dejar de sufrir.

Y yo seguía enfadada con él por eso, igual que seguía enfadada conmigo por no haberme dado cuenta y haberle salvado. Por no haber hecho lo suficiente. Por haberle creído cuando me decía que no le pasaba nada y que le dejara en paz, o que no me metiera.

—Míralos a todos, fingiendo que les importaba… Solo quieren su minuto de fama. Peleándose por hablar al micrófono, todos mintiendo, diciendo que son más amigos de él de lo que lo eran. Hijos de…

Xabi me pasó el brazo por los hombros y me empujó hacia él. A pesar de todo, no perdía la sonrisa nunca. Era difícil saber lo que escondía detrás de esa mueca. Solo con él me sentía segura. No por lo grande y fuerte que era. Desde niño había llamado la atención por eso. Gente fuerte hay mucha, pero Xabi siempre sabía cuándo era el momento de soltar un chiste, de mirarte a los ojos y sonreír, o de darte un abrazo.

Engañaba con su pinta de bruto. Las únicas peleas en las que le había visto meterse eran para defender a otros. Y la mayoría de ellas, para defenderme a mí.

Físicamente era igual que su padre: muy moreno de piel, corpulento y con el pelo negro y ondulado, que siempre llevaba despeinado. Pero los ojos eran completamente distintos. Los tenía caídos, lo que le daba un aspecto de cachorro triste cuando no sonreía.

Vimos cómo los padres de Aitor descubrían la placa que habían puesto en su honor en el parque del pueblo. Allí pasábamos las tardes desde que éramos críos. Esos árboles habían sido testigos de cómo habíamos jugado a ser piratas de pequeños, y de cómo Aitor había huido cuando le perseguían para pegarle tantas palizas. Esas de las que nunca habló ni con nosotros.

Aitor era rápido corriendo, pero a un hámster no le sirve de nada ser rápido cuando no le dejan salir de la rueda.

La banda del pueblo tocó Imagine. Algunos no pudieron acabar de interpretarla porque se emocionaron. Aitor era uno de los trompetistas, y resultaba fácil visualizarlo ahí, tocando con todos como tantas veces. Solo que él estaba muerto y ese puto homenaje no servía para nada.

Cuando acabó la canción todo el mundo aplaudió con ganas. Se oía el ruido de los flashes de las cámaras de la prensa. Todas dirigidas a los padres, a los hermanos, a los supuestos amigos de la primera fila…

Los padres de Aitor nos habían pedido estar con ellos, a su lado, pero no pudimos. No era capaz de enfrentarme a eso ahí delante.

Entre la multitud los distinguí. Habían salido impunes y sus familiares decían que no se tenían que esconder porque ellos no habían hecho nada.

Durante meses había oído a sus padres cómo justificaban en televisión lo que había pasado. Cosas de chicos sin importancia, él era demasiado sensible y se tomaba las bromas muy a pecho, quién sabía qué problemas tenía en casa… Sus hijos eran estudiantes modelo, deportistas que nunca habían dado un problema. Sus hijos lo estaban pasando muy mal porque se los había señalado injustamente. Sus hijos eran también víctimas, a las que se había culpado de algo de lo que no eran responsables. Ese chico tenía problemas mentales y sus hijos no serían los cabezas de turco.

Ellos iban con su actitud desafiante de siempre. Con esa doble cara que mostraban desde que eran pequeños. Ninguno estaba arrepentido de nada porque un lobo nunca le pide perdón a un cordero.

Hubo un momento en que la mirada de Alex se cruzó con la mía y giró la cara de forma automática. Era irónico que de pequeños mi madre le llamara «el angelito» por sus rizos rubios y los ojos azules. Su físico siempre le había abierto puertas. Había pasado de ser un niño mono a alguien a quien la gente se giraba a mirar cuando caminaba porque parecía un modelo. Pero yo sabía que, detrás de ese aspecto de chico dulce, en realidad no había nada.

—Algún día haré de su vida un infierno. Te lo juro.

Xabi se fijó hacia dónde estaba mirando. Todos los demás se dieron cuenta y nos sostuvieron la mirada. Alex también porque cuando se sentía arropado era el mayor cabrón del mundo.

Mi amigo me besó en la frente y forzó que cambiara de posición para no mirarlos.

—No digas eso, Txime. Aitor no lo querría.

—Aitor tampoco querría estar muerto. —Me deshice del brazo protector de Xabi y volví a mirarlos. A todos, pero sobre todo a él. Directa a sus iris azules. No iba a ser yo quien bajara la mirada—. Me da igual el tiempo que me lleve. Voy a acabar con todos ellos.

PRESENTE

Imagen decorativa

Capítulo 2

Miré cómo la pantalla de mi teléfono parpadeaba con su nombre y tardé unos segundos en decidir si contestaba la llamada o no. Había estado aplazando esa conversación demasiado tiempo y no podía evitarle más.

Suspiré y al descolgar distinguí el inconfundible modo de respirar de Xabi.

—Ey, perdida. Por fin. Ya pensaba que te iba a tener que mandar una citación judicial para hablar contigo.

Reí de forma nerviosa. Nunca se daba por vencido.

—Es que meter a los malos en la cárcel me quita mucho tiempo de ocio —me disculpé medio en broma. Oía de fondo cómo llovía—. ¿Por dónde estás?

—Pues… ahora mismo en el Valle de Hecho, en Huesca. Está lloviendo como su puta madre.

Solté una carcajada, que me sirvió para dejar ir toda la tensión que tenía.

—Ten cuidado —le dije.

—No te preocupes. He parado en un buen sitio y voy a esperar a que esto pase.

—¿Qué tal Henar y los niños?

Sabía que no podía engañar a Xabi y que solo estaba intentando llevar la conversación por donde yo quería, pero él no era estúpido.

—Bien, están todos bien. Henar está a punto de salir de cuentas, y los enanos, liándola en cuanto pueden. Están deseando verte, Txime. Ya te han preparado la habitación.

Tardé en contestar más de lo que me habría gustado.

—Yo… Xabi, no voy a ir… No puedo. Tengo muchísimo trabajo, estoy metida ahora en un caso que…

No me dejó continuar.

—Ahórrate las excusas, Txime. Vas a venir. Lo vas a hacer por Aitor y lo vas a hacer por mí. Pero, sobre todo, lo vas a hacer por ti. No puedes seguir huyendo de esto. Ya es hora de que vuelvas al pueblo y de que te enfrentes a todo.

—No puedo, Xabi. Te juro que no puedo. —Fijé la mirada en la ventana ante mi escritorio. Las vistas daban a una pared atestada de carteles de publicidad viejos y a unos contenedores de basura. No podía ser más deprimente.

—Si tengo que ir a por ti y traerte obligada, lo voy a hacer. No viniste a la boda. Has conocido a los niños porque te los hemos llevado a Salamanca. Te quiero mucho, Txime, pero no te pega ser una cobarde. En algún momento tienes que volver y ver a todos. Es el homenaje de don Ramón y yo no voy a ir sin ti. Te necesito allí conmigo.

—No vamos a estar todos —dije entre dientes.

Ignoró mi comentario. No hacía falta que le recordara que no íbamos a estar todos.

—Le debemos mucho a don Ramón. Tú especialmente.

—Xabi, es que no puedo…

—¿Cuándo acabas de trabajar el viernes?

—A las tres.

—Vale. A las tres estaré en la puerta de tu comisaría para recogerte y traerte a la reunión del instituto. Y reza para que mi mujer no se ponga de parto y me pille a quinientos kilómetros porque de esa no me libraría.

Me mordí el labio con ganas de llorar.

—No vengas a por mí. Estaré allí. Te lo prometo.

—Y una polla. La última vez que me dijiste eso me plantaste en mi boda.

Xabi siempre sacaba a relucir su boda. Le había dicho de todas las maneras posibles que no iba a ir, pero él no aceptó un no, como siempre. Por eso le dije que sí que iría, y de verdad que quería hacerlo, pero, según se acercaba más el tren a Belarriondo, más me ahogaba. Ni siquiera recuerdo cómo me bajé ni dónde, por mucho que lo intente. Borré completamente la forma en la que volví a casa y desconecté el teléfono. Xabi nunca me lo perdonó, y sé que su mujer menos porque el día que se suponía que iba a ser el más feliz de su vida su marido se lo pasó preocupado por mí y preguntándose si no habría tenido un accidente. Perdieron el avión que los llevaba a Punta Cana, ya que él cogió el coche y se plantó en mi casa al no conseguir localizarme.

—Joder, Xabi. Te lo he explicado mil veces. Quería ir…, de verdad.

—Nos vemos el viernes a las tres, Txime. No salgas tarde, que no quiero que se me haga de noche conduciendo. Chao.

El ruido al colgar me dejó un vacío.

No estaba lista para volver. Aún no.

Imagen decorativa

PASADO

Capítulo 3

El cuarto de Aitor parecía una auténtica catedral del caos.

Las paredes estaban cubiertas de pósters de películas, de sus grupos favoritos y de jugadores de balonmano. Los libros se amontonaban en los diferentes rincones de la habitación. La mayoría eran cómics. Los dos compartíamos esa afición.

Aitor vivía con su familia en casa de su abuela. Era una casona enorme y antigua, contrastaba la modernidad de los pósters con los azulejos y muebles antiguos.

Siempre preferíamos juntarnos en su casa porque tenía un montón de espacio. En la mía era difícil que hubiera tranquilidad, ya que compartía habitación con mis tres hermanos y el salón siempre estaba ocupado.

Natxo, el hermano pequeño de Aitor, apareció por la puerta de la habitación con una bandeja con fruta cortada y dos vasos de leche.

—Mamá dice que merendéis primero.

Tenía unos ojos verdes enormes, imposibles de ignorar. Era un niño muy tímido que rara vez hablaba. Los padres de Aitor, en vez de tres hijos, parecía que habían tenido uno y lo habían fotocopiado tres veces. Era como ver a la misma persona con edades diferentes. Todos los hermanos tenían el pelo castaño claro y liso, la cara alargada y los ojos verdes. Eran delgados y altos para su edad, y con habilidad para los deportes y la música.

—Gracias, Natxo —dije con la mejor de mis sonrisas—. ¿Quieres merendar con nosotros?

No sé si miró a Aitor buscando su aprobación o su auxilio, pero, antes de poder decirle nada, salió corriendo de la habitación y oímos cómo bajaba las escaleras a toda prisa.

—Creo que le he asustado.

—Tú le caes bien —me aseguró—. Es que es muy tímido.

Aitor fue mi primer amigo cuando empecé en el colegio. Llegué con cuatro años, casi terminando segundo de Infantil, y siempre me sentí fuera de sitio. Fui «la nueva» durante muchos años. Acabábamos de venir a España y yo echaba mucho de menos Colombia, especialmente a mi nana Sandrita, que no pudo acompañarnos, pues decía que ya era muy vieja para una aventura así.

Entonces no lo sabía, pero nos habíamos venido porque mi padre tenía un pequeño negocio allí de coches de alquiler y le estaban extorsionando. En Colombia teníamos una vida bastante acomodada, pero aquí pasamos a compartir casa y por temporadas íbamos a la parroquia a que nos ayudaran con alimentos y ropa.

Los primeros días en el colegio los niños se reían por mi acento, por mi ropa y por mi color. A Aitor no pareció importarle nada de eso porque un día me vio llorando en el patio y me preguntó si no prefería jugar con él a estar ahí sola. Desde entonces no nos separamos, y sus padres me incluyeron en la familia como si fuera uno de ellos.

—Deberíamos empezar, au

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos