A dos centimetros de ti

Elizabeth Eulberg

Fragmento

—El edificio tiene forma de «T». Por este pasillo llegarás a las clases de Mates, Ciencias e Historia —me puse a mover las manos como una azafata—. Detrás de ti, las clases de lengua y literatura, además de la sala de estudios —eché a andar con brío—. Hay gimnasio, cafetería, sala de música y sala de arte. Ah, y cuartos de baño al fondo de cada planta, además de un dispensador de agua.

Puso cara de sorpresa.
—¿Qué es un dispensador de agua?

Mi primera reacción fue de incredulidad. ¿Cómo era posible que no supiera lo que era un dispensador?

—Pues una especie de grifo. Para beber.

Se lo enseñé y apreté el botón para que manara agua. —Oh, te refieres a un surtidor.
—Sí, dispensador, surtidor… qué más da.
Él se echó a reír.
—Nunca había oído eso de «dispensador».

Yo me limité a caminar más deprisa.

Mientras él echaba un vistazo al pasillo, me fijé en que tenía los ojos de un azul muy claro, casi grises.

—Qué raro —prosiguió—. Todo este colegio cabría en la cafetería de mi antiguo cole —formulaba las frases en tono ascendente, como si fueran preguntas—. O sea, voy a tener que cambiar de chip, ¿sabes?

Supongo que la reacción apropiada habría sido interesarme por su antiguo centro, pero quería llegar a clase cuanto antes.

Unos amigos se acercaron a saludarme y todos le echaron un vistazo al chico nuevo. Mi cole era bastante pequeño; la mayoría asistíamos desde primero, muchos desde infantil.

Volví a mirarlo de reojo. No estaba segura de si me parecía mono o no. Tenía las puntas del pelo casi blancas, seguramente como consecuencia del sol. El bronceado de su piel resaltaba aún más el tono trigueño de su cabello y el azul de sus ojos; pero no le duraría mucho, teniendo en cuenta que en Wisconsin, pasado el mes de agosto, apenas vemos el sol.

Levi llevaba una camisa a cuadros blancos y negros, bermudas y chanclas. Se diría que había intentado combinar un estilo informal con otro más serio. A mí, por suerte, me había ayudado Emily a escoger el conjunto del primer día de clase: un vestido a rayas amarillo y blanco con una chaqueta blanca.

Levi me sonrió, nervioso.
—¿Y qué nombre es ese de Macallan? ¿O es McKayla?

Mi primer impulso fue preguntarle si el nombre de Levi procedía de los vaqueros que su madre llevaba puestos el día que él nació, pero opté por comportarme como la alumna responsable que, al menos en teoría, era.

—Es un nombre típico de mi familia —respondí. Lo cual era una trola como una casa. El nombre tal vez fuera típico de alguna familia, pero no de la mía. Aunque me encantaba tener un nombre tan original, me daba vergüenza admitir que el nombre procedía del whisky favorito de mi padre—. Es Maca-llan.

—Tío, qué guay.

No me podía creer que acabara de llamarme «tío».
—Sí, gracias —di por concluida la visita delante del aula de su primera clase—. Bueno, aquí te dejo.

Me miró indeciso, como esperando a que le buscara un pupitre y lo arropara en la cama.

—¡Hola, Macallan! —me saludó el señor Driver—. Pensaba que no tenías clase conmigo hasta más tarde. Ah, vaya, tú debes de ser Levi.

—Le estaba enseñando el cole. Bueno —me volví hacia Levi—. Me tengo que ir a clase. Buena suerte.

—Ah, vale —balbuceó él—. ¿Nos vemos luego?

En aquel momento, me di cuenta de que me miraba con una expresión de miedo. Estaba asustado. Por supuesto. Me sentí culpable un momento, pero me sacudí de encima la sensación mientras me dirigía a mi aula.

Ya tenía bastante problemas sin necesidad de añadir uno más.

En cuanto nos pusimos a la cola en el comedor, Emily fue directa al grano.

—¿Y qué pasa con el chico nuevo? —me preguntó.

Me encogí de hombros.
—No sé. No está mal.

Ella examinó una porción de pizza.
—Lleva el pelo larguísimo.
—Es de California —señalé.
—¿Y qué más sabes de él?

Renunció a la pizza y escogió un sándwich de pollo y una ensalada. La imité.

Estaba profundamente agradecida de tener una amiga tan femenina como Emily. Mi padre, por más que se esforzase, no podía ayudarme con cosas como peinados, ropa y maquillaje.

Si dependiera de él, iría siempre vestida con vaqueros, deportivas y una camiseta del equipo de fútbol más famoso de Wisconsin, los Green Bay Packers, y además comería pizza a diario. Emily, sin embargo, rezumaba feminidad. Sin duda era una de las chicas más guapas de la clase, con su pelo largo, negro como el carbón, y sus ojos oscuros. También tenía muchísimo estilo y, afortunadamente para mí, compartíamos talla, así que podía ponerme su ropa, aunque ella estaba más desarrollada que yo. Al menos, tendría a alguien a quien pedirle consejo cuando me tuviera que poner sujetador. No podía ni imaginar lo incómodo que se sentiría mi padre en una situación como esa. Lo incómodos que nos sentiríamos los dos.

—Mm…

Traté de recordar qué más sabía de Levi. Ahora, demasiado tarde, tenía la sensación de que me había esforzado poco.

Danielle se reunió con nosotras. Sus rizos color miel rebotaban en su cabeza mientras recorríamos la cafetería.

—¿Ese es el chico nuevo?

Señaló a Levi, que comía solo sentado a una mesa. —Qué delgado está —observó Emily.

Danielle se rio.
—Ya lo creo. Pero no os preocupéis, si no engorda con nuestras grasientas hamburguesas, lo hará con nuestro famoso queso en grano y las salchichas.

Las tres echamos a andar hacia la mesa de siempre. Levi nos siguió con la mirada. Estábamos acostumbradas. La gente hacía chistes del tipo: «Una rubia, una pelirroja y una asiática entran en…». Yo, sin embargo, prefería pensar en nosotras como «la chica con la que todo el mundo se quiere sentar porque es muy graciosa, la que es el blanco de todos los cotilleos y la que lleva a los chicos de cabeza».

Esbocé una sonrisa rápida en dirección a Levi, con la esperanza de borrar en parte la mala impresión que debía de haberse llevado de mí por la mañana. Él me devolvió un saludo triste. Yo me quedé parada un momento y, en ese instante, advertí que me miraba con expresión de gratitud. Pensaba que me iba a sentar a su lado o, como mínimo, que lo invitaría a unirse a nosotras. Titubeé, sin saber qué hacer. No me apetecía hacer de canguro, pero también sabía lo que es sentirse solo. Y asustado.

—Chicas, me sabe mal que se quede ahí colgado. ¿Os importa que se siente con nosotras?

Como nadie puso objeciones, me acerqué a Levi.

—Eh… ¿Qué tal te ha ido la mañana? —le pregunté, haciendo esfuerzos por sonreír y ser amable por una vez.

—Bien.

Por el tono de su voz, era obvio que le había ido de todo menos bien.

—¿Quieres sentarte con nosotras? —señalé nuestra mesa con un gesto.

—Gracias —respiró aliviado.

Pronto, la atención que despertábamos fue sustituida por cotilleos del estilo de Sé lo que hicisteis el último verano.

Levi se sentó a mi lado y picoteó su comida con aire cohibido. Dejó la mochila sobre la mesa y advertí que llevaba una chapa prendida a una tira.

—¿Eso no será…?

Me mordí la lengua. ¿Qué posibilidades había de que aquello fuera lo que creía que era? Demasiada casualidad.

Levi se dio cuenta de que estaba mirando su chapa de MANTÉN LA CALMA Y SIGUE COLGADO.

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