Olympia 5 - Un giro inesperado

Almudena Cid

Fragmento

Índice

Portadilla

Índice

Personajes

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

Consejos y curiosidades por Almudena Cid

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Sobre la autora

Créditos

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—¿En serio que no podemos echarlo a piedra, papel o tijera? —preguntó Lucía algo indignada.

Olympia negó con la cabeza.

—¿Y a un campeonato de pares y nones?

—No.

—¿Y por qué no hacemos tres papelitos como en los controles, con un número para cada cama y listo? —insistía Lucía.

—Nada de echarlo a suertes, Ardilla. Hay que ganársela.

Estaba en juego la litera de abajo de su cuarto en el chalé, esa que las dos querían ocupar desde que llegaron a la selección. La cama llevaba libre ya demasiado tiempo. El mismo día que se fue Cristina, Clara empezó a usarla como extensión de su litera, y Lucía y Oly no le habían dicho ni mu porque antes del viaje a Rusia de la semana pasada, la relación con Clara no era muy buena que digamos. Ahora eso había cambiado.

Además, esa misma mañana había llegado Carmen desde Vitoria y como Maya la iba a probar en individual, dormiría con ellas en el cuarto del piso de arriba. Cuatro camas, cuatro chicas. ¿Quién se quedaba con la litera libre?

—¿Ganárnosla? —le preguntó Lucía, mientras se rascaba la cabeza, sentada en la cama de abajo—. ¿Como en un concurso o algo así?

—Sí.

—Pues no lo entiendo.

En ese momento, oyeron un ladrido. El perro de la seleccionadora tenía ganas de jugar, y se le oía gruñir y dar carreras por el pasillo del chalé.

—¡Cariño, vale ya! —les llegaba de vez en cuando la voz de Simeón, el marido de Maya.

—¡Eso! —gritó Oly mientras se ponía de pie.

—¿«Eso» qué? —preguntó Carmen antes de dar un buen trago del vaso de agua que traía en la mano.

Volvía de la cocina: acababa de entrar por la puerta del cuarto, sudorosa y agotada después de tanto trajín. Llevaba toda la mañana colocando sus cosas en el armario y ya solo le quedaba colocar la colcha en la que sería su cama.

Olympia se volvió hacia ella:

—Será Cariño el que decida quién va a dormir en la litera libre de abajo —les dijo a sus dos amigas con una sonrisa.

Lucía abrió los ojos como platos. Mientras, Carmen tenía cara de estar pensando: «A esta la polución de Madrid le ha afectado». Como si estuviese de acuerdo con ella, Cariño volvió a ladrar en el pasillo.

—¿Que lo va a decidir el radar canino? —preguntó Lucía.

—¿Y nos lo va a decir en voz alta, o le vas a pedir que lo escriba en algún sitio? —se rio Carmen.

—Que sí, ya veréis —dijo Oly—. Lo llamamos las tres a la vez, cada una desde un sitio, y a la que él elija, se queda la litera.

Carmen miró a Lucía y se encogió de hombros: las dos se habían caído bien desde el primer momento, justo como Olympia pensaba que pasaría.

—Pues entonces tenemos un trato —asintió Olympia sin hacerle mucho caso—. ¡A por las armas!

—¡¿Qué armas?! —dijo Lucía, que ya se estaba imaginando que iban a tener que batirse en duelo con espada.

—Los sobornos para Cariño, está claro —le explicó su amiga mientras rebuscaba en su mochila.

En treinta segundos estaban las tres abajo, en el salón, bien separadas una de otra. Oly en una esquina, Lucía en la otra y Carmen entre las dos. Era la única que no había cogido nada del cuarto. Decía que a ella en realidad le daba igual qué cama quedarse, pero se había apuntado a la competición de todos modos.

Olympia miró a las chicas:

—A la de tres —dijo—. Una...

»... dos...

»... ¡tres!

Y de golpe, Lucía y ella empezaron a gritar como si les estuviese persiguiendo un tigre de cuatro cabezas y necesitasen que el perro de Maya abriese las puertas de la muralla del castillo para salvarse.

—¡Cariñooooooooooooooooooo! —gritaba Lucía mientras botaba como loca la pelota de entrenamiento.

—¡Cariñooooooooooooooooooo! —gritaba Olympia mientras movía de lado a lado en el aire la última galleta de chocolate que le quedaba en el cajón secreto de su cuarto.

Al momento oyeron el ruido de las uñas del perro contra el suelo; venía derrapando hacia ellas, a toda máquina. Entró como un energúmeno en el salón y al verlas se frenó en seco con la cabeza ladeada. ¿De qué iba todo eso?

—¡Cariño, aquí, aquí, aquí! —llamaba Oly mientras el chocolate se le derretía en la mano.

—¡Mira la pelota, Cariño! —voceaba Lucía.

El perro miraba de una a otra como si estuviese en un partido de tenis. No lo veía nada claro. ¿Pelota o galleta? ¿Galleta o pelota?

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