Medicinas del mundo

Dietrich Grönemeyer

Fragmento

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En busca de los secretos de las medicinas del mundo

Ni los médicos son semidioses de bata blanca ni los chamanes son magos, aunque a veces los representantes de ambos grupos pretendan lo contrario. Los curanderos milagrosos deben su existencia al mito, al pensamiento religioso o, simplemente, al deseo ferviente de los enfermos más necesitados. En mis múltiples viajes, nunca me he encontrado con ninguno de ellos cara a cara. Sin embargo, se han dado casos de curaciones extraordinarias que constituyen un verdadero misterio. Incluso la medicina académica (o alopática) utiliza con frecuencia métodos de tratamiento descubiertos por accidente cuya efectividad no logra explicarse hasta mucho tiempo después. A día de hoy siguen prescribiéndose tratamientos o medicamentos, por ejemplo para problemas de espalda, que calman dolores espantosos sin que nadie sepa decir exactamente cómo funcionan. La experiencia es lo único que puede garantizar el éxito de una terapia.

No todos los remedios de los naturópatas o de los bosquimanos del sur de África tienen una explicación científica. Para un médico científico como yo, esta falta de explicación genera bastantes dudas. ¿Estamos haciendo lo correcto? ¿O somos víctimas de un embuste, un montaje, con el que los curanderos milagrosos se engañan incluso a sí mismos para que los enfermos se olviden de sus males, al menos por un tiempo? No hay que descartar del todo esta posibilidad, sobre todo porque los curanderos y las temidas «brujas» herbolarias de siglos atrás, en la mayoría de casos, tampoco podían explicarse cómo lograban adivinar, solo con la mirada o tomando el pulso, qué órganos estaban fallando o qué mal aquejaba al enfermo. Pero, para mi sorpresa, muchas veces he constatado que los diagnósticos hechos de manera intuitiva coinciden con lo que los médicos de formación académica encontramos mediante análisis de laboratorio o técnicas de diagnóstico por imágenes.

El arte de curar

El poeta y autor de tratados científicos Johann Wolfgang von Goethe recomendaba captar los acontecimientos de la naturaleza «con los sentidos», algo que los curanderos han hecho desde tiempos remotos. Los médicos más experimentados lo hacen aún hoy en día. Ejercen su profesión dejándose guiar por sus sentidos, por su instinto, como suele decirse, al menos en cierta medida. Perciben la salud y la enfermedad, el surgimiento y la extinción de la vida gracias a su experiencia sensorial. El éxito de cada terapeuta depende de su sensibilidad sensorial, así como de sus conocimientos y su habilidad médico-práctica. Una observación reflexiva y una reflexión observadora: juntas conforman la aptitud médica, el talento y, con menor frecuencia, el genio.

No hay duda de que existe un «arte de curar» que actúa de forma intuitiva, por así decirlo, y que se ha transmitido durante milenios. Y digo «arte» porque, si uno no ha nacido con este don, podrá aprenderse solo hasta cierto punto. Así pues, a lo largo de la historia se ha acumulado una amplísima experiencia médica que, en mi opinión, no se aprovecha lo suficiente, y se ignora cada vez más, conforme avanza la investigación médica. En la sociedad moderna de alta tecnología tendemos a subestimar científicamente todo lo que nos llega por la vía de la tradición, si es que no lo descartamos de entrada. ¿Cuánto conocimiento se ha perdido ya por culpa de esta actitud? ¿Qué hay más allá de nuestra imaginación técnica? ¿Cómo es posible que una persona se recupere mediante una imposición de manos? ¿Cómo logran los «hechiceros» curar fracturas de huesos sin férulas ni yeso? ¿Cómo consiguen realizar operaciones quirúrgicas sin dolor, a pesar de no utilizar los métodos anestésicos que conocemos?

Cada escuela de medicina tiene su razón de ser

¿Debemos pensar que todo es una sarta de mentiras? ¡Nada más lejos de la realidad! Desechar este tipo de fenómenos y tacharlos de «anticientíficos» es precipitarse demasiado. En lugar de ello, y aún más en el contexto de la globalización, deberíamos esforzarnos por estudiar las prácticas de sanación, en muchos casos extraordinarias, presentes en la historia, en las creencias, en los usos y costumbres de aquellas sociedades que les dan este significado. Pues solo si nos sumergimos en las culturas extranjeras con una actitud investigadora podremos entenderlas y quizá aprender algo que beneficie también a nuestras propias vidas. Esto es especialmente cierto para la medicina, puesto que esta, junto con la alimentación, es uno de los bienes culturales más antiguos de la humanidad.

Al comienzo de la historia médica están los rituales religiosos. Para que un tratamiento surtiera efecto, se requería la bendición de ciertos seres superiores. Tales conexiones del mito con la práctica médica han sobrevivido hasta nuestros días en la medicina de los últimos pueblos primitivos del planeta, por ejemplo, en las selvas de Brasil.

Cada escuela tiene su razón de ser, siempre y cuando sus métodos resulten efectivos. Solo los dogmáticos obstinados, que sin duda nunca han faltado, pueden caer en la idea absurda de contraponer unas enseñanzas a otras. Sería más correcto entender la inimaginable diversidad de sistemas de curación como una especie de unidad, aunque solo sea desde un punto de vista histórico, como la fuente a partir de la cual se ha desarrollado la medicina hasta nuestros días. A lo largo de mi vida como médico, cada vez lo he visto más claro, y por eso he acuñado el término «medicina mundial», un enfoque integrador para el avance de la medicina académica. A través de mi pequeña fundación, quiero atraer la atención de médicos y pacientes, de políticos e investigadores sobre este continuo de evolución histórica. Sobre todo porque, aparte de unos pocos etnólogos, apenas hay científicos que realicen una investigación comparativa en este terreno.

Sin embargo, todos sabemos lo necesario que es aprender unos de otros en todos los campos y en todas las áreas de la vida. Así pues, ya es hora de que superemos las fronteras culturales y de otros tipos en el ámbito de la salud y nos preguntemos: ¿qué valor puede tener la medicina empírica de épocas tempranas para la medicina del mañana? ¿Qué elementos podríamos aprovechar en nuestro beneficio? ¿Qué métodos han quedado demostrados por su efectividad? Y aunque todavía no hayan podido demostrarse, ¿acaso debe desaparecer para siempre de la historia de la medicina todo lo inexplicable? «Hay dos maneras de ver la vida», dijo Albert Einstein, «una es creer que no existen los milagros, la otra es creer que todo es un milagro». Yo pienso lo mismo. Desde mi punto de vista, uno puede ejercer la medicina académica sin desdeñar las artes curativas tradicionales. En cualquier caso, esta misma medicina nunca ha tenido ningún problema, a pesar de tantos esfuerzos por marcar sus fronteras ideológicas, en granjearse el éxito apropiándose del conocimiento de la medicina natural, por ejemplo, con la síntesis química de la aspirina, cuyo principio activo se obtuvo originalmente de la corteza de sauce. En algunos casos, bastaría con revalorizar ciertas prácticas históricas, como por ejemplo los grandes logros en el campo de la oftalmología, una de las disciplinas médicas más antiguas. En el Antiguo Egipto ya existía el oftalmólogo real, cuyos amplios conocimientos especializados elogiaba Homero. Las pequeñas operaciones en el ojo y en el párpado para tratar los o

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