Stop azúcar

Michael I. Goran
Emily Ventura

Fragmento

Introducción

Introducción

Recuerdo el día que decidí escribir Stop azúcar. En aquel entonces dirigía un equipo del Centro de Investigación sobre la Obesidad Infantil que fundé en la Universidad del Sur de California. Durante más de treinta años, mi investigación se ha centrado en entender las causas y las consecuencias de la obesidad en los niños y cómo la obesidad en la infancia, incluso en niños sanos, puede repercutir en el riesgo de padecer enfermedades crónicas en la vida adulta. A lo largo de los años, he visto cómo cambiaban las tendencias en materia de dietas, pero para mí todo es cuestión de datos.

Paso la mayoría de los días analizando los resultados de estudios realizados con niños que sufren aumento de peso y los problemas de salud derivados, como la diabetes, la cardiopatía y la enfermedad hepática. Me dedico a desentrañar los vínculos entre la dieta y la salud durante la infancia y la edad adulta, y luego planifico y pruebo intervenciones para abordar esos problemas. Como científico especializado en la nutrición, siempre espero que las cifras sin procesar que tanto me gustan acaben ayudándonos a descubrir la mejor forma de evitar los daños que esos desórdenes y enfermedades causan a los niños a partir de enfoques nutricionales. Con la ayuda de toda clase de instrumentos de medición, como evaluaciones alimentarias, análisis de sangre específicos, resonancias magnéticas, estudios de composición corporal y secuenciación del ADN para analizar las diferencias genéticas y las diferencias de la microbiota intestinal, busco respuestas a través de los patrones que ofrecen los datos.

Sin embargo, ese día en concreto, otro tipo de datos aparecieron en mi escritorio. Lo que vi esa mañana eran los resultados de un análisis de laboratorio que había encargado, el análisis de unos productos que los niños adoran: bebidas, zumos y yogures azucarados. Entre los productos que estudié estaban las marcas más famosas, como Coca-Cola, Sprite y 7UP, además de una amplia gama de bebidas elaboradas a partir de zumo que gozan de gran éxito entre los niños, incluyendo Capri Sun, el zumo de manzana y la bebida de zumo de naranja Tampico. El análisis también incluía alimentos de desayuno y merienda, como Go-Gurt y otros yogures, así como cereales de desayuno azucarados. Sabía que esos alimentos y bebidas tenían un alto contenido en azúcar, pero quería saber más acerca de los distintos tipos de azúcares que podían estar escondidos en ellos, los que no se exige que aparezcan en las etiquetas de información nutricional. Me hacía una pregunta muy simple: «¿Qué hay exactamente en estos productos que solemos dar de comer a nuestros hijos?».

Los resultados me dejaron boquiabierto. En muchos casos, la cantidad total de azúcar de los productos era superior a la que figuraba en las etiquetas de información nutricional. Y, lo que es peor, advertí una cantidad preocupante de fructosa oculta en esos productos. La fructosa es una forma de azúcar barata y dulce cuyo uso tiene muchos beneficios en la fabricación de alimentos y bebidas. Pero, por desgracia, cada vez más estudios demuestran que la fructosa es perjudicial para el corazón, el hígado y el cerebro en edad de crecimiento. He trabajado treinta años como investigador, y mucho antes de ese día ya había visto consecuencias terribles del azúcar en los niños. Había investigado el azúcar como factor de enfermedades crónicas, aumento de peso y problemas de conducta, y había empezado a asesorar a familias, proponiendo intervenciones que ayudan a los padres a regular el consumo de azúcar de su familia y que incluso pueden dar un vuelco a esas enfermedades. Aun así, ese día supuso un punto de inflexión.

Los datos concretos que tenía ante mí me hicieron comprender la cruda realidad: los niños de hoy no solo consumen más azúcar que en ningún otro momento de la historia, sino que consumen distintos tipos de azúcar muy perjudiciales para el cuerpo en desarrollo, y sus padres no lo saben. Ni siquiera los que se preocupan por darles una alimentación saludable saben lo que hay en la comida de sus hijos, porque no aparece en las etiquetas o está camuflado con un nombre enrevesado en la lista de ingredientes. Los padres preocupados por los alarmantes síntomas o comportamientos de sus hijos desconocen que determinados tipos de azúcar podrían contribuir a esos problemas, y son muchos los pediatras que tampoco lo saben.

Aunque la mayoría de nosotros sabemos que el azúcar causa estragos en el cuerpo de los adultos, los padres cuyos hijos participan en mis estudios de investigación se horrorizan cuando se enteran de los resultados de las pruebas. No dan crédito cuando descubren que su hijo tiene unos niveles de lípidos en sangre peligrosamente altos, o que la grasa corporal ha envuelto los órganos internos, o que incluso se ha desarrollado dentro de esos órganos. O que el azúcar puede explicar los problemas conductuales, emocionales o de aprendizaje de su hijo. «Pero si no tiene sobrepeso», dicen. «Pero si la profesora dijo que mi hija solo estaba pasando por una fase complicada.» «Pero si yo también comía mucho azúcar de niño y no he tenido ningún problema.» «Pero si en casa intentamos comer sano.» Algunos padres ponen cuidado en restringir su propio consumo de azúcar pero permiten que sus hijos consuman dulces a diario. Creen que los niños pueden comer cualquier cosa: mientras no tengan sobrepeso, estarán sanos. Y es comprensible. La gran industria alimentaria ha promovido ese mensaje durante años a través de la publicidad y de la financiación de estudios con un sesgo a favor del azúcar. Muchos padres sirven comidas familiares saludables y enseñan a sus hijos a alimentarse bien. Sin embargo, peligrosas cantidades de azúcar se colarán en la dieta de sus niños: a la hora de la merienda, en cafeterías, haciendo deporte y a través de alimentos etiquetados con ingenio y vendidos directamente a los niños.

¿Por qué es tan alarmante? Tanto si tus hijos están delgados como si están obesos, tanto si intentas alimentar a tu familia de forma saludable como si prefieres la comodidad de la comida rápida, tus hijos se hallan en peligro. Todos los niños se hallan en peligro. Numerosas clases de azúcares y edulcorantes se han infiltrado hasta tal punto en nuestra alimentación, y el marketing de la industria alimentaria es tan insidioso, que es fácil que los niños consuman más azúcar del recomendable. ¿Vais a cenar pollo teriyaki sin hormonas y unos boles de verdura con sushi de Whole Food? Una comida en apariencia tan saludable como esa podría tener la misma cantidad de azúcar añadido que una lata de Coca-Cola. ¿Sueles pedir pizza los viernes por la noche? Quizá no seas consciente de ello, pero muchas empresas que sirven pizzas a domicilio añaden azúcar a la masa y utilizan salsa de tomate con azúcares añadidos. Tendrías que buscar en la letra pequeña de la sección de información nutricional del sitio web de la empresa, y aun así deberías saber bastante de química para reconocer los distintos tipos de azúcar que figuran de forma camuflada, como la malta

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