Yo sí que como 2

Patricia Pérez

Fragmento

Yocomo2-3

Introducción
No todo es comer...

¿Y qué hace una persona como yo escribiendo un nuevo libro sobre alimentación? Eso me pregunto yo. Primero, porque mis tres libros anteriores me han dado muchas alegrías y, segundo, porque hay muchas cosas que me gustaría compartir contigo.

Yo sí que como, mi primer libro, surgió de una experiencia personal que me hizo cambiar mi vida. Como ya sabes, una alergia estuvo a punto de matarme y, gracias a eso, decidí estudiar todo lo que pude sobre los alimentos. Me inicié con la Naturopatía y seguí con la nutrición ortomolecular, la Medicina Tradicional China, estudié Nutrición en la Universidad de Barcelona, dietoterapia energética, etcétera, hasta el punto de dar un giro profesional a mi carrera y que lo que empezó como un hobby se convirtiera en mi día a día. Comencé a ayudar a gente que tenía problemas y quería tener una vida mejor gracias a una buena alimentación.

Este nuevo libro parte también de una experiencia, que a día de hoy no me he atrevido a contar. Pero no encuentro un sitio mejor que este para hacerlo:

La publicación de Yo sí que como coincidió con la apertura del centro de cuidado integral que dirijo. Antes estuve pasando consulta en la clínica dermatólogica del doctor Juan Sopena y llegó un momento en el que decidí instalarme por mi cuenta. Cuando me independicé, el volumen de trabajo aumentó considerablemente, tenía el centro lleno, el libro estaba funcionando muy bien y surgieron nuevas oportunidades: campañas de publicidad, compromisos en medios de comunicación y cosas por el estilo. Además, en esa época mi hermano Milo estaba muy enfermo y mi perro Edu había fallecido hacía unos meses, algo que nos entristeció profundamente a mi marido y a mí. A pesar de estos problemas que te cuento, intentaba ser feliz. Recibía todo tipo de felicitaciones por el libro, no paraba de ir de aquí para allá, viajaba a Galicia a ver a mi hermano siempre que podía y en el centro las cosas iban «viento en popa». Yo creí que podía abarcarlo todo porque estaba haciendo lo que me gustaba y me sentía muy agradecida de lo bien que me iba, pero mi cuerpo me mandó una señal de aviso importante.

Todo empezó cuando Luis y yo nos fuimos a pasar un fin de semana con nuestros amigos a una finca. Recuerdo que, yendo en el coche, me toqué la cabeza y descubrí una parte con una textura diferente. En principio no le di importancia, pero la volví a tocar y me di cuenta de que no tenía pelo, me pareció muy raro, y cuando paramos en el peaje, le pedí a Luis que viera lo que tenía. Se lo enseñé y al levantar la cabeza para saber qué era, su cara me lo dijo todo. Era una calva. Estaba en la parte baja de la cabeza, pero como tengo mucho pelo, por fuera no se notaba nada. Al llegar, cuando estuve a solas con Luis, le pedí que me lo mirara otra vez. Efectivamente, tenía una calva de unos dos centímetros. Me quedé en shock, porque si algo en mí es, por decirlo de alguna manera, poderoso, es mi pelo, mi melena. Esa calva no me gustó nada. Creo mucho en las señales del cuerpo y estaba claro que algo pasaba. Volvimos a Madrid y continué con mi vida y a la siguiente semana, me apareció otra, más grande. Como siempre trabajo con el pelo recogido, no me di cuenta de que se me estaba cayendo. Pero a partir de entonces empecé a fijarme un poco más. Ese fue el comienzo, ya no paró de caérseme durante meses. Lo primero que hice fue ir a ver a mi amigo, el doctor Juan Sopena, para que viera qué me estaba pasando. Al verme me lo dijo claro: «Tienes alopecia areata». Me pinchó cortisona directamente en las calvas para que volviese a salir pelo porque me dijo que la tenía muy activa, y que tenía que bajar el ritmo porque este tipo de alopecia era por estrés. Creí firmemente en lo que me explicó, pero estaba asustada porque no sentía que «tuviera estrés». Trabajaba mucho, sí, pero hacía lo que me gustaba, disfrutaba mucho en el trabajo; de hecho, me pasaba más horas de las que debía y estaba muy agradecida por lo bien que me iba a pesar de lo triste que estaba por mi hermano y mi perro.

Cuando te pinchan cortisona se entumece la cabeza, es una sensación muy rara que a mí me duró unos días, días en los que seguía trabajando al mismo ritmo, confiada con el tratamiento. Al tomar cortisona pensaba que todo se terminaría y mi pelo volvería a ser el mismo. Pero pasaban los días y el problema en mi pelo persistía. Soy una persona a la que todo el mundo, durante mi carrera en televisión, me decía lo bonito que tenía el pelo, la melena tan poblada que lucía en los programas, y eso se estaba quedando en nada. Luis me decía que no me obsesionara, que seguro que se me pasaba pronto, además no se me notaba nada desde fuera, pero yo, por dentro, estaba muy preocupada porque cada vez tenía más calvas y algunas de ellas muy grandes. Reforcé mi alimentación, que nunca dejó de ser buena y completa, intensifiqué mi suplementación, pero la caída del pelo no remitía. Volví a ver a Juan y me subió el tratamiento de 30 a 60 gramos de cortisona. Ya llevaba unos cuatro meses de tratamiento, pero el cabello se me seguía cayendo y se me estaba resecando mucho. Parecía un estropajo.

El peor momento vino un día en que, casualidades de la vida, tenía la presentación del nuevo champú natural de una conocida marca. Como tengo mucho pelo nadie se daba cuenta del problema, pero debajo de la melena tenía varias zonas sin cabello y me sentía calva e hinchada. Me encontraba muy mal. Un par de horas antes llamé a Luis para que anulara el evento porque no me sentía con fuerzas, pero me dijo que era imposible, que la prensa estaba convocada, el cliente ya estaba allí y todo estaba preparado. Saqué energía de donde no la tenía y me hice un arreglo en el pelo con un postizo que tenía en casa y me fui para allá. No recuerdo prácticamente nada, solo que cuando llegué, me metí en el baño para colocar mi pelo y no quería salir. Me daba la impresión de que todo el mundo iba a notar que no tenía pelo, pero aun así presenté el producto. Nadie se dio cuenta de lo que pasaba, pero fue entonces cuando decidí echar el freno. A la mañana siguiente volví a ver a mi médico y me dijo que la alopecia seguía activa, que me mentalizase de que me podía quedar calva total. Me contó el caso de Carolina de Mónaco, que había sufrido el mismo problema. Me fui a casa muy preocupada, ya no por mi pelo, sino porque sabía que algo más profundo me pasaba. Tenía un tono de piel muy blanco, además me daban muchas taquicardias y discutía mucho con mi marido, algo que no nos había pasado antes. Decidí hacerme pruebas más profundas, visité médicos diferentes, hasta que la reumatóloga, con las pruebas que tenía, me dijo: «Puede que sea lupus, te voy a hacer más pruebas». Al salir me temblaban las piernas porque el lupus es una enfermedad muy preocupante. Por suerte los resultados me los dieron al poco tiempo, y fueron negativos, pero me dijo que como la situación siguiera así, me faltaba muy poco para tenerlo. Me fui al gimnasio a relajarme y decidí lavarme la cabeza. Hacía meses que no lo hacía allí porque era impresionante la cantidad de cabello que se me caía solo con ponerme el agua del grifo en la cabeza, y me daba vergüenza dejar el suelo de la ducha llena de pelos. Para mí, de verdad, el mero hecho de lavarme el pelo era un auténtico suplicio. Pero me dije: «Patricia, no tienes nada, solo se te está cayendo el pelo, no pasa nada, te han hecho pruebas y

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