
Tolerancia a la frustración en niños: qué es, por qué es importante y qué esperar según su edad
La tolerancia a la frustración es una habilidad clave en el desarrollo emocional infantil, pero a menudo se asocia exclusivamente con la infancia. Es común que este aspecto aparezca como uno de los objetivos dentro de la escuela infantil o en los primeros años de primaria, donde se espera que los niños aprendan a gestionar su frustración. Pero ¿qué significa realmente tolerar la frustración? ¿Es normal que un niño de 2, 3, 4 o 5 años se frustre? ¿Qué podemos esperar en cada etapa?

Qué es la tolerancia a la frustración
Es importante comenzar por definir qué es la frustración para comprender bien el concepto. La frustración es una emoción que surge ante la imposibilidad de satisfacer un deseo o una necesidad, o frente a una situación adversa en la que se pierde el autocontrol. Como tal, es una emoción con la que debemos aprender a convivir desde la infancia y a lo largo de toda la vida, desarrollando estrategias que nos ayuden a gestionarla y acompañarla de forma adecuada.
Aunque sintamos que hace poco nosotros mismos pasamos por lo que ellos están viviendo ahora, es cierto que las generaciones cambian, y la manera en que miramos y entendemos ciertas situaciones puede diferir mucho entre nosotros y nuestros hijos.
La experiencia, el conocimiento, los errores cometidos y las lecciones aprendidas nos otorgan una visión más amplia y una perspectiva más completa que la que puede tener un niño. Sin embargo, no debemos olvidar que la relación entre el adulto y el niño debe ser bidireccional y basada en la horizontalidad, no en la superioridad ni en el autoritarismo.
Por qué se frustra un niño
La frustración es una emoción propia del ser humano en cualquier etapa de su vida. No es necesario ser niño para experimentarla, ya que todos, en algún momento, podemos sentir frustración al no alcanzar una meta, no lograr un objetivo o recibir un no por respuesta.
No se trata de evitar la frustración ni las situaciones que la provocan, sino de aprender a acompañar la emoción que nos genera y gestionarla de una manera que no nos limite, condicione o invalide.
Con frecuencia, intentamos eludir la frustración recurriendo a distracciones o a estímulos agradables que nos permiten evadirnos de la emoción. Por ejemplo, cuando ofrecemos una pantalla a un niño para evitar que llore, o cuando, como adultos, miramos el teléfono o comemos algo dulce para olvidar un momento que nos genera malestar.
Pero no se trata de evitarla, sino de ayudar a los niños, desde muy pequeños, a comprender que la frustración es una emoción más dentro de la vida, que forma parte del proceso de aprendizaje. Adquirir herramientas para gestionarla es la única forma de que no nos paralice ni nos impida avanzar.
Las emociones deben ser escuchadas. Es necesario ponerles palabras, hablar sobre ellas, sentirlas, validarlas y atravesarlas, para luego aprender a canalizarlas. Así lograremos que no resuenen con tanta fuerza, que podamos acompañarlas con serenidad, entendiendo que vienen a comunicarnos algo con un propósito. Pero no son ellas quienes deben conducir nuestra vida, sino nosotros quienes transitamos por ellas, siendo los conductores de nuestro propio camino.
Todas las emociones son necesarias. Cumplen una función en nuestro recorrido vital y debemos atenderlas para comprenderlas. No existen emociones buenas o malas, sino emociones que nos invitan a escucharnos, a reaccionar y a desarrollar estrategias para avanzar en nuestro camino de vida.
Entonces, ¿es normal que un niño o una niña se frustre? La respuesta es sí, rotundamente sí. De la misma manera que nos sucede a los adultos con frecuencia.
El foco no debe estar en si nos frustramos o no, sino en qué estrategias usamos para acompañar esta emoción, cómo la canalizamos y qué herramientas utilizamos para expresarla, aceptarla, transitarla y, con el tiempo, suavizarla.
Cómo ayudar a un niño que se frustra
El ejemplo es el mayor aliado. Da ejemplo en momentos de frustración con tu buena gestión. Aprende a ser compasivo, escucharte, sacar tu enfado sin faltar al respeto a nadie, pedir estar solo si lo necesitas, pedir ayuda, pedir perdón, demandar un abrazo o atención de manera adecuada…
Agáchate a la altura del niño y explícale las cosas de manera clara y sencilla. Frases cortas y directas.
Fomenta la autonomía en los niños desde que son pequeños, con tareas adecuadas a su edad. Favoreciendo que se sientan capaces, autónomos, independientes y válidos.
Emplear la palabra "no" dentro de tu vocabulario de manera habitual. No tener miedo a decir que no. Poner límites claros, desde el respeto, la seguridad, la firmeza y el afecto.
Usar el aliento como motor de vida, emplear la motivación, dándoles alas para ello, consiguiendo un ambiente de positividad ante nuevos objetivos.
Ayudar en aquellas tareas que resulten menos motivadoras o estimulantes para el niño, haciendo que el planteamiento de éstas sea cambiante, para así atraerle a ellas. Si algo no funciona, cámbialo.
Favorecer los juegos de turnos, haciendo que la espera sea un concepto más dentro de nuestro día a día. No todo tiene que ser aquí y ahora. Todo puede esperar.
Mostrar modos diferentes de hacer una misma cosa, cambiando el camino para ir a los sitios, los horarios o el orden de las acciones, permitiéndonos mayor flexibilidad y haciendo que su capacidad de adaptación sea mayor.
Fomentar la capacidad de elección entre una preselección nuestra. Es decir, si queremos que aprenda a ser autónomo y a la vez no se enfade porque hemos escogido por él lo que se va a poner para ir al parque, por ejemplo, podemos preseleccionar dos opciones y dejar que escoja una de ellas. De este modo, estamos dándole autonomía, capacidad de elección, confianza y responsabilidad.
Ofrecer herramientas para que se calme tras un enfado, permitiéndole que se vaya a un sitio solo, trabajando la relajación, poniendo palabras a sus actos, explicándole cómo nos sentimos y cómo puede mejorar.
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