«¡La gloria de la guerra!»: así resuenan hoy los ecos de Orwell y su «Homenaje a Cataluña»
La combinación de testimonio personal y habilidad narrativa hacen de «Homenaje a Cataluña» una obra magistral de la literatura de guerra y de la historia del siglo XX, así como un retrato clave para entender hoy lo que fue la guerra civil española. Además, el paso del tiempo nos permite valorar este título como un punto de inflexión en la posición política y en la configuración del legado cultural de George Orwell, a quien recordamos a través de las palabras de Miquel Berga, profesor de literatura inglesa en la facultad de Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra y experto en la figura del autor británico.
Por Miquel Berga
1936. Los milicianos del POUM vigilan la sede del partido en Barcelona. Entre ellos, al fondo, se encuentra George Orwell. Crédito: Getty Images.
Por MIQUEL BERGA
La primera edición de Homenaje a Cataluña se publicó el 25 de abril de 1938, en plena Guerra Civil. En el lomo de la cubierta aparece la imagen de una guitarra española con las cuerdas rotas. Una metáfora visual cruda (aunque algo cómica) de la verdad central que quería transmitir el autor: la revolución traicionada en España por obra y gracia del estalinismo de las purgas y de los asesinatos «necesarios». Con la perspectiva que dan los ochenta y tres años transcurridos desde entonces y la evolución de las obras posteriores que Orwell consiguió escribir en los casi doce años de vida que le restaban, no es difícil afirmar que Homage to Catalonia constituye el punto de inflexión decisivo en su posición política y en la configuración de su proyecto literario.
Después de España, sus novelas y ensayos periodísticos constituyen una peculiar lucha personal e intelectual para preservar la libertad de decir que dos y dos son cuatro ante los mecanismos que activa el poder totalitario para destruir cualquier atisbo de verdad objetiva. Se trata, visto lo visto en la Cataluña de 1937, «de establecer la verdad de los hechos hasta donde sea posible», para decirlo en palabras del propio Orwell. Este es el combate que el autor libra, básicamente, en dos frentes: la denuncia del totalitarismo fusionando literatura y política en dos obras maestras (Rebelión en la granja y 1984) y las reflexiones sobre lenguaje y verdad en ensayos diversos que son, en esencia, los reunidos en el volumen El poder y la palabra (Debate, 2017).
«"Quien controla el pasado controla el futuro. Y quien controla el presente controla el pasado". La mentira es indispensable para la construcción del pasado, para cimentar sin grietas la raison d'état».
La relación entre pensamiento totalitario y corrupción del lenguaje es el mismo problema que Victor Klemperer abordó en su estudio de caso sobre el lenguaje del Tercer Reich. El filólogo judío alemán publicó las perversiones lingüísticas de los dirigentes nazis (y los efectos narcóticos que producían en la población) en su célebre e imprescindible Lingua Tertii Imperii (1947). Como el ficticio Winston Smith en 1984, Klemperer intentó preservar su humanidad y su capacidad crítica escribiendo un diario personal clandestino. Afortunadamente, el Reich que debía durar mil años se quedó en doce mal contados y Klemperer, casado con una mujer aria, consiguió sobrevivir. Orwell no vivió nunca en un régimen totalitario, pero su militancia antifascista lo llevó a combatir el golpe fascista de Franco como soldado en el frente. Paradójicamente, fue en España donde se vio obligado a focalizar en los métodos del estalinismo, que pudo experimentar directamente. Cuando Orwell murió, Stalin seguía en el poder.
Quizá por eso, más allá de los apuntes filológicos de Klemperer sobre el lenguaje del nazismo, Orwell indagó también sobre los diversos mecanismos del poder totalitario que parten de la premisa de asumir sin rodeos que el poder no es un medio, sino un fin. Si el poder corrompe, concluye Orwell, el poder absoluto corrompe absolutamente. En el Ministerio de la Verdad orwelliano saben de qué se trata: mecanizar el lenguaje; reducir el vocabulario para acotar el pensamiento; y, por supuesto, practicar la ambigüedad lingüística para que los conceptos puedan significar una cosa y su contraria según convenga al partido.
Al final, lo que de verdad importa es la falsificación permanente de la historia porque el mundo de 1984 se basa en un axioma: «Quien controla el pasado controla el futuro. Y quien controla el presente controla el pasado». La mentira es indispensable para la construcción del pasado, para cimentar sin grietas la raison d’état.
Todo o casi todo lo que hoy valoramos como el legado intelectual de Orwell, lo que Steiner (nada sospechoso de simpatías izquierdistas) llamó «un espacio para la renovación moral de nuestra época», tiene rastro en la experiencia española del autor. Citemos, en este contexto y como uno entre muchos ejemplos, lo que escribe en su ensayo Recuerdos de la guerra de España (1943): «El objetivo tácito de este modo de pensar es un mundo de pesadilla en el que el líder máximo, o bien la camarilla dirigente, controla no solo el futuro, sino incluso el pasado. Si sobre tal o cual acontecimiento el líder dictamina que jamás tuvo lugar, pues bien: no tuvo lugar jamás. Si dice que dos y dos son cinco, así tendrá que ser. Esta posibilidad me atemoriza mucho más que las bombas».
El autor de Homenaje a Cataluña, ese libro de título equívoco, fue herido gravemente en el Frente de Aragón por una bala fascista y, a pesar de esto, tuvo que escapar de España ante la persecución estalinista de militantes del POUM. Lo contó todo en el libro que escribió sin reposo durante los meses siguientes a su epopeya en las tierras de España. No obstante, Orwell murió convencido de que el relato de la experiencia central en su trayectoria había sido un fracaso editorial (cuando murió se habían vendido apenas novecientos ejemplares de la obra) y que de poco había servido. Consuela pensar que aquella sensación de fracaso fue el motor de la enorme energía física y moral que tuvo que derrochar para escribir un libro como 1984, un esfuerzo titánico dado su estado de salud, afectado de tuberculosis aguda, en los últimos años de su vida.
Silban las balas
Con el tiempo y contra pronóstico, Homenaje a Cataluña se ha convertido en el libro más leído en todo el mundo como entrada a la guerra civil española. Algo habrá de justicia poética. Su relato suena verídico porque el lector oye la voz del combatiente de a pie, del que lucha también contra los piojos («¡La gloria de la guerra! (…) todos y cada uno de quienes combatieron en Verdún, Waterloo, Flodden, Senlac o las Termópilas tenían los testículos cubiertos de piojos»). No se olvide que detrás del miliciano Eric Blair está George Orwell, el seudónimo de un escritor sofisticado capaz de organizar sus materiales para ser escuchado sin renunciar a diseccionar el embrollo político. El narrador nos obliga, todavía hoy, a problematizar nuestra memoria cultural de la Guerra Civil, a huir de simplificaciones y a asumir las complejidades del conflicto.
La combinación de testimonio personal y habilidad literaria ha mantenido el libro como una obra significativa de la literatura de guerra y de la historia del siglo XX. Hoy, más que nunca, se aprecia hasta qué punto Homenaje a Cataluña es el embrión y el punto de partida de un proyecto literario que Orwell culminó justo a tiempo. Pasados setenta años de su muerte prematura, pocos dudan de que la voz literaria y política de Orwell, su lenguaje singular y penetrante, ocupa un lugar prominente en la percepción de los problemas de nuestros días y persiste, saludablemente, como un antídoto eficaz contra los delirios ideológicos allá donde se presenten.
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