
El miedo en la infancia
Hasta el mayor y más valiente alguna vez ha sentido, siente o sentirá miedo.
Pero cuando tenemos hijos nos planteamos si debemos ser capaces de poder con todo o si debemos hacerles creer a nuestros niños que los adultos no sienten nunca miedo.
Sigue leyendo este post de Alejandra Melús para saber más sobre el miedo y ayudar a combatirlo.

Hablar con normalidad y sencillez de la vida, ayuda a los niños a comprender mejor el entorno y la realidad que vivimos, descubriendo y reconociendo los sentimientos desde su infancia con naturalidad, tanto en sí mismos como en las personas que les rodean.
El miedo es un sentimiento más dentro del amplio abanico emocional que el ser humano puede experimentar a lo largo de su vida.
No conocer lo que va a suceder (el miedo a lo desconocido), adelantarse a los acontecimientos, tener miedo a algo que, incluso a posteriori, nos acabará gustando, crear ideas preconcebidas de lo que será el futuro, las diferentes preocupaciones, el miedo al dolor, distintos percances o pérdidas en la vida, el miedo evolutivo (a la oscuridad, a los monstruos o a las brujas…), nos pueden hacer tener ese sentimiento.
Varios estudios de expertos en la materia afirman que más del 90% de los miedos que imaginamos y experimentamos, no llegarán a cumplirse nunca a lo largo de nuestras vidas.
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Pero, ¿cuál es la diferencia entre el miedo en el adulto y el miedo en el niño?
El adulto es capaz de racionalizar las situaciones y poner palabra a lo que siente. Además de saber tomar distancia y serenar las situaciones, dando tiempo y espacio a la situación que vive, intentando así calmar las emociones. Es lo que comúnmente llamamos pensar en frío o pensar las cosas de manera serena. El adulto es capaz de dar explicación a lo que siente y saber contextualizarlo, razonándolo y dando sentido a sus emociones.
Sin embargo, los niños, sienten de un modo más instintivo, mamífero o impulsivo. Son más viscerales y espontáneos, no se paran a pensar ni a razonar sobre lo que sienten, sino que actúan de manera rápida y efervescente. La falta de madurez en su desarrollo no les permite identificar la emoción antes de expresarla, ni canalizarla o gestionarla de un modo concreto, ya que en muchas ocasiones no saben ni poner nombre a dicha emoción.
No se trata de una elección o un capricho del niño, sino de un proceso madurativo en el desarrollo del ser humano.
¿Cuál es el papel del adulto frente al miedo del niño o la niña?
La principal tarea del adulto frente a cualquier emoción en el niño debe ser validar. Es decir, aceptar que esa emoción está ahí, poner palabra, hablar sobre ella, actuar con naturalidad y seguridad, ofreciendo calma y transmitiendo compañía y cercanía.
No debemos negar la emoción o cerrarnos a ella ni expresar enfado o tristeza porque nuestro hijo siente miedo, no se siente como a nosotros nos gustaría o no actúa como nosotros lo haríamos en su situación.
Debemos saber acompañar las emociones, y esto quiere decir que quizás, nuestro hijo solo necesite un abrazo, que nos mantengamos disponibles y presentes para escucharle, sin realizar preguntas o quizás sí, dependerá de nuestro caso concreto. Debemos saber escuchar y observar e interpretar sus señales y dirigirnos a el o ella como nos necesite en ese momento. Esto es válido para cualquier expresión emocional.
Lo que sucede es que a veces no somos capaces de realizar este proceso porque nos nace el reflejo natural e instintivo con el que hemos crecido o hemos sido criados y no dejamos florecer las emociones tal y como vienen, validando y dando el espacio y tiempo que necesitan.
Es importante saber aceptar a nuestros hijos e hijas y su modo de expresar las emociones, que quizás no sea como el nuestro. Aquí entra la tan valiosa y necesaria empatía a la hora de criar y acompañar su infancia.
Además, los adultos debemos ser ejemplo, ya que es muy importante que expresemos nuestras emociones de manera natural y de forma habitual en familia, explicándoles cuándo tenemos miedo, mostrándonos reales ante situaciones en las que los adultos también sentimos temor, tristeza, incertidumbre o alegría.
Para el niño, ver que las figuras de referencia, sus padres, sienten y padecen igual que él y son capaces de expresarlo y sobrellevarlo, le hace sentirse tranquilo, calmado y aliviado.
Y esta experiencia también nos ofrece la oportunidad de poder dialogar, conversar, compartir tiempo juntos, hablar sobre nuestros miedos e inquietudes, donde poder consolidar y favorecer nuestro vínculo afectivo, tan necesario en la crianza y educación de nuestros hijos.
Entramos en la práctica
Una gran estrategia y herramienta frente al miedo son los cuentos. Este material nos ofrece ejemplos ajenos sobre situaciones reales que todos vivimos en algún momento concreto, como por ejemplo, miedo a ir a un nuevo sitio, no querer a ir al médico porque tenemos miedo al dolor, miedo a la oscuridad, miedo a los monstruos…
Es fundamental ofrecer ejemplos donde los niños y las niñas se sientan reflejados y así obtengan herramientas funcionales para afrontar sus emociones cuando suceden.
Y sobre todo, si el niño tiene miedo a algo, no debemos emplear la mentira para ocultar una situación que va a suceder, como por ejemplo, ir al médico a vacunarse, quedarse a cargo de alguien en lugar de estar con nosotros, o tener que dormir solo.
Es necesario que empleemos un lenguaje sencillo y real, donde le contemos la verdad y anticipemos situaciones que pueden producirle miedo, para así tratar de calmar su angustia y proporcionarle seguridad y confianza.