Ellas, poetas

Varios autores

Fragmento

cap-2

Alejandra Martínez de Miguel (1994)

Alejandra Martínez de Miguel (Madrid) se considera, ante todo, una artista. Tiene dos carreras, el carnet de conducir, ganas de cambiar el mundo y un montón de poderes especiales. Es actriz, psicóloga y poeta. Campeona de Poetry Slam Madrid en 2017 y subcampeona del Poetry Slam Nacional en 2018. No se imagina su vida fuera de un escenario. Actúa, dirige y escribe. Báilatelo sola es su primer libro, lo del árbol y el hijo aún no lo tiene claro.

 

Soy mujer

Soy mujer.

La mujer trabajadora

que decidió ser artista.

La mujer, extrañamente,

sin instinto maternal.

La que hace topless

delante de desconocidos.

La de vestidos con toda

la espalda al aire.

A la que le gusta ir con poca ropa

y no ese día,

no allí en concreto,

no siempre para provocarte.

A la que acusan, a la que insultan,

a la que tienen que acompañar a casa.

A la que juzgan.

Me presento:

yo soy la promiscua,

la exhibicionista,

la que lo iba buscando,

la que rompió a llorar,

la histérica de libro.

Soy tu hija, soy tu hermana,

soy la mujer que parirá a tu niño,

la mujer que cambiará la educación.

Yo soy la promiscua,

la que lo iba buscando,

a la que dejan, a la que gritan:

«Hoy te follaba, morena».

A la que desprecian,

a la que infravaloran.

Yo soy «la joven que hizo aquello».

La que lucha.

Yo soy «la chica que era buena en lo suyo».

La que ama.

Yo soy «la pobre niña pequeña».

La loba.

La que recibe tu ideología,

la que no vota machismo.

El sexo débil, yo soy poca mujer.

Yo soy la promiscua,

las contradicciones de toda una generación.

La luna llena,

todas las mujeres que he conocido.

Las ganas de gritar que soy libre,

que no me grites «guapa»,

que no me grites «guapa»,

que no me grites nada.

Yo soy la promiscua, yo seré la promiscua,

yo seguiré siendo la promiscua, siempre y cuando

seáis vosotros los retrógrados.

Frústrate.

Llóralo.

Olvídate.

Levántate.

Pero no te quedes mirando.

Porque yo escribo lo mismo noventa veces,

para ver si a la noventa y una

hago algo con ello.

Porque hay millones de textos de amor,

pero muy poquitos de respeto.

 

¿Cuándo viene todo lo que viene?

Hacer pequeñas revoluciones

es lo fácil.

Subirte a un escenario,

gritar que no hay que tener miedo al miedo,

hablar de lo que conoces

es lo fácil.

Lo difícil es

forjar una ideología

consecuente con todos y cada uno de mis andares.

Lo difícil es

no pecar de narcisista

en esta rutina adquirida

de hablar de mí misma a todas horas.

Lo complicado es

escribir de aquello que aún no sabes,

romper tus zonas de confort,

decir no al orgasmo fácil,

huir de las escaleras mecánicas,

de las conversaciones mecánicas.

Lo difícil es

hacer algo con la contradicción.

Verbalizar que me tengo que hacer cargo

no es hacerse cargo.

Lo difícil sería

pintar mi mundo interno,

hacerme maravillosas autocríticas,

rozar lo social;

yo creía

que lo difícil sería eso:

el atreverse,

el primer paso.

Esto ya lo he escrito.

El segundo es la complejidad,

lo que hace genuino al arte,

lo que difiere de una explosión creativa,

los cinco mil porqués sin respuesta,

las preguntas,

el salto al vacío.

Lo jodidamente difícil es

crear algo diferente,

encontrar la forma,

no conformarte con la impuesta.

Planificar en el caos,

volver caótico lo estandarizado.

Pero es tan tan fácil,

tan fácil

acomodarse,

quedarse en el sofá,

dejar que sean otros,

que sean otras

quienes luchen,

quienes griten,

quienes revolucionen.

Quedarme en lo malo conocido,

en el placer de no enfrentarme al duelo,

de no querer más,

de echar de menos,

de qué más da si esto ya lo han escrito.

Esto ya lo han escrito.

Esto ya lo he escrito.

¿De qué más escriben las poetas?

Lo difícil es

saber que quiero cambiar el mundo

y solo tener mis manos.

Lo difícil es

levantarse cada mañana y enfrentarse al vértigo.

Lo fácil sería

dejarlo aquí

en esta cima inventada,

en el triunfo de lo inmediato.

El problema es

que solo acabo de empezar

y quiero más

y no sé cómo

pero confío

y camino.

 

VI.

Ha pasado un año, y estoy enamorada. Es Él. Obviamente, pensé que el anterior a él era Él, y que el anterior a ese él también era Él. Lo cierto es que pongo tanto empeño en estar enamorada que cualquier hombre entre unos tres millones podría ser Él.

CAITLIN MORAN, Cómo ser mujer

A todos mis chavalitos

Anoche te llamé desde una cabina de Callao.

A veces hago cosas que me ofenden al día siguiente.

A veces creo que llamarte es lo único que me va a salvar.

Prefiero despertarte, que te enfades,

dormir en tu casa

y mañana culparme.

Lo prefiero

a irme con mis ganas de protegerme a casa.

Porque eso implica sola

y sin ti

y a salvo

y curada

y un día menos

y aguantar e intentar quererme

y, la verdad,

se me está complicando.

Anoche no me cogiste el teléfono

mientras la gente me miraba sin entender muy bien qué es lo que hacía.

Como si una cabina telefónica y una chica de unos diecinueve años

en tacones llorando

fuera lo mejor que han visto esa noche,

o lo más extraño.

Creo que no me lo quisiste coger.

A veces pienso, años después,

que sigo enganchada a todo aquello que quise y me hizo daño.

Por qué querría meterme en tu cama.

Si esa cama me hizo añicos y débil

y mala y puta

y poco yo y mucho tú

y demasiado lo que no te gustaba

y, en el fondo,

inválida

y sin poderes.

Releo mis textos.

Aparece

la necesidad real que sentía de que volvieras,

un instante o toda la vida.

Ese dolor que iba a perdonarte

porque necesitaba perdonarte,

necesitaba acabar el cuento y que fueras tú,

que vinieras corriendo y me dijeras lo imbécil que habías sido,

lo mucho que me

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