Divina Comedia. Paraíso (edición bilingüe)

Dante Alighieri

Fragmento

Prólogo

Paraíso

PRÓLOGO

NIVELES DE ABSORCIÓN

No hay un texto comparable al Paraíso en la literatura universal. Y esto es ya la tercera vez que ocurre con las partes de la Comedia. En este caso, no hay un texto que articule tan sostenidamente la experiencia mística (quizá el Masnavi de Rumi). Y sin embargo hay poetas más místicos que Dante, o a los que así juzgamos: Ibn Arabi, Rumi, Attar, Yunus Emre, Saadi (todos en el mismo siglo XIII de Dante), o san Juan de la Cruz, pues la mayoría lo son en una dimensión integral, sin la múltiple articulación dantesca que tanto despista a la hora de valorar la Comedia conjuntamente. Es cierto que a primera vista no le atribuimos a Dante (al autor, y ni siquiera al personaje) una personalidad mística, como hacemos con Juan de la Cruz, por ejemplo, y en general con los místicos que carecen de obra no mística. Pero es una ingenuidad, porque no hay mística sin otras facetas, en el caso de Dante intelectuales y políticas, no hay individuo permanentemente suspendido en el éxtasis de lo inefable, ya que en tal caso no habríamos tenido noticia de ello, al menos de su mano. Juan de la Cruz tiene una obra en el siglo, como Rumi; Attar era perfumista; Ibn Arabi era un intelectual a carta cabal, casi a la manera sartreana; y Dogen, aún más lejano en la geografía, aunque en el siglo XIII también, escribió una obra que en Occidente diríamos filosófico-mística sin lograr hurtarse a disputas de «poder». En la mentalidad antigua, la mística no estaba disociada de otras actividades, no había sido apartada aún, clasificada como cosa fuera de la norma: era simplemente complementaria, en la medida en que las ciencias religiosas merecían el título de «ciencias», y la ciencia misma merecía el plural.

Si nos atenemos a lo que ocurre en la Comedia, a la acción del poema, y nos olvidamos de los mandobles que se reparten por el camino y de tantas otras cosas, lo que se cuenta, de lo que el libro trata en esencia es de un sujeto que ha emprendido un viaje a Dios, a la presencia divina, y que en el último instante se sume en ella. Esto no es otra cosa que mística, el sentido último del libro no es otro que místico. Hay obras que no se resuelven en su final, sino en lo que sucede camino del final. La Comedia no: se resuelve en Dios, en los últimos versos. El libro trata abundantemente tanto de lo que ocurre bajo la luna (lo histórico, lo político) como de lo que ocurre sobre ella (lo espiritual, lo místico), sin disociar ambas realidades, que siempre se contemplan desde una perspectiva integral del ser humano y del acontecer cósmico. Pero el poema es totalmente proyectivo y conclusivo, cada verso apunta al verso final, hasta tal punto que el conjunto recuerda el hysteron proteron, una figura retórica predilecta de Dante, por la que la acción última, consecuente, se enuncia antes que la primera o precedente, como si la causara: la flecha da en el blanco, el arco la dispara. El individuo que sale de la selva oscura es ya el que acaba uno en Dios; en cierto modo ha caído en la selva oscura para caer en Dios. Y como no podía ser de otro modo, el final en Dios relanza el argumento: la suma de peripecias cognitivas que el viator va a vivir, tiene su origen en su conclusión, en el final-principio que es Dios, lo cual por otra parte, dejando de lado lo poemático, se acomoda perfectamente a la doctrina, y está tan cerca de Buenaventura (todo apunta a Dios) como de Hugo de San Víctor (las ciencias profanas y sagradas son complementarias).

Si el Infierno y el Purgatorio admiten sin violencia una lectura ascética de las andanzas del yo poemático, el Paraíso es la culminación mística de su trayecto.

Toda la Comedia es un relato mítico-místico de logro: el sujeto se dirige a su objeto (el mayor conocimiento) y lo conquista, pero no para gloria propia, sino del objeto, porque el objeto lo acoge. La mística no canta un triunfo personal, sino ante todo la gloria de Dios, manifiesta en su criatura, que al fin se ha completado. El Paraíso es lo último que habremos de saber del «florentinus et exul inmeritus» («florentino e injustamente exiliado»), del «florentinus natione non moribus» («florentino de nación, no de costumbres»), como Dante se refiere a sí mismo, no sin sarcasmo, en sus epístolas. No hay vida de Dante después del Paraíso: ni del Dante personaje ni del Dante autor, cuyos rostros quedan pegados sin fisuras, ya una perfecta esfera, en una acción de bricolaje eterno.

Hay que remontarse al comienzo del poema para entenderlo (If II 31-33), cuando Dante le dice a Virgilio que él no tiene la altura de Eneas para bajar a los infiernos, o la de Pablo de Tarso para subir a los cielos. Esa declaración establece los antecedentes (la dimensión mítica de la hazaña dantesca) a la vez que siembra una incertidumbre que el poema enseguida disipa, pues Dante se pone en marcha, y el lector sospecha que no para fracasar. Pero han pasado muchas páginas y Dante, que nunca deja al lector demasiado a solas, arranca el Paraíso (no hay que esperar al final, no hay un banal suspense: la flecha llega al blanco antes del disparo) con la declaración de que Dante ha culminado también la etapa más difícil. En el Infierno había incertidumbre, por la dureza del camino y los muchos peligros; en el Purgatorio el lector ya cuenta con que Dante va a poder subir la montaña y purificarse; en el Paraíso se nos anuncia, de entrada, que Dante ha conseguido lo impensable: ha alcanzado el Empíreo, que es el no lugar y el no tiempo de la presencia divina, y ha vuelto a la tierra para escribirlo en el poema-profecía. Así comienza esta cántica (la primera estrofa se refiere a Dios, la segunda al Empíreo):

La gloria de quien mueve toda cosa

penetra el universo y resplandece

en unas partes más y en otras menos.

En el cielo que toma más su luz

he estado, y de las cosas que allí he visto

no sabe o puede hablar el que regresa.

Pd I 1-6

A la postre, y tras muchas vicisitudes, Dante es el nuevo Pablo de Tarso que logra subir a los cielos, el nuevo converso a la realidad verdadera, o dicho en otros términos: es él mismo, convertido, como Pablo, al bien, y al bien último (Dios), origen y fin de la existencia, matriz cognitiva del orden/caos.

Si a Bodhidharma, el introductor del budismo en China, se le cayeron, a fuerza de meditar inmóvil, los párpados como hojas de té, y a Pablo, en su conversión, se le desprendieron unas «como escamas» de los ojos (Hechos IX 18), Dante sufrirá en el Paraíso un pormenorizado proceso visivo de adaptación a la realidad última, ligado a su subida por los cielos y a los distintos niveles de conciencia por los que irá pasando, que es, a efectos de su aprendizaje, de lo que trata esta cántica. Si a Pablo le impuso las manos Ananías y así le privó de la ceguera, Beatriz es la Ananías de Dante, que le impone su mirada, no sus manos, y

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