42 flores del mal (Flash Poesía)

Charles Baudelaire

Fragmento

cap-1

AL LECTOR

La estulticia, el error, la codicia, el pecado,

moran en el alma y nos roen el cuerpo,

y nutrimos los remordimientos amables

como alimentan los mendigos los piojos.

Nuestras culpas son tercas, la contrición cobarde;

nos hacemos pagar cuanto hemos confesado,

y volvemos alegres al camino fangoso,

creyendo que con lágrimas lavamos los pecados.

En la almohada del mal es Satán Trimegisto

quien hace adormecer nuestro encantado espíritu,

y ese metal precioso de nuestra voluntad

él lo hace evaporar con astucia de químico.

¡El Diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!

Encanto hallamos en lo más repugnante;

cada día avanzamos un paso hacia el infierno,

sin horror, a través de tinieblas pestilentes.

Y como el pobre degenerado que besa y muerde

el pecho lacerado de una vieja ramera,

robamos, al pasar, un placer clandestino

que exprimimos con furia como naranja seca.

Denso y hormigueante, como un millón de helmintos,

salta en nuestro cerebro un pueblo de demonios,

y, cuando respiramos, la Muerte a los pulmones

desciende, como un río de quejas y sollozos.

Si el estupro, el veneno, el incendio, el puñal,

no han bordado hasta ahora sus dibujos siniestros

en este cañamazo que llamamos destino,

es porque, ¡ay!, nuestras almas a ello no se atrevieron.

Mas entre los chacales, las panteras, los linces,

los monos y escorpiones, los buitres y serpientes,

los monstruos que aúllan y gruñen rampantes,

de esa fauna de vicio, uno solo aparece,

todavía más feo, más malo, ¡más inmundo!

Sin gesticulaciones ni desgarrados gritos

va haciendo de la tierra un inmenso despojo

y se traga el mundo de un bostezo infinito.

¡Es el Tedio! —Es el ojo que, involuntario, llora

mientras fuma su pipa, soñando en el cadalso.

¡Tú conoces, lector, ese terrible monstruo

—hipócrita lector—, tú que eres mi hermano!

cap-2

BENDICIÓN

Cuando, por un decreto de potencias supremas,

el Poeta aparece en este mundo hastiado,

su madre, horrorizada, con voz blasfematoria,

alza el puño hacia Dios, que la atiende apiadado.

—«¡Ah, no haber concebido un nido de serpientes

antes que dar a luz esta pobre irrisión!

¡Maldita sea la noche de placeres efímeros

en la que concebí mi propia expiación!

Y pues que me elegiste entre tantas mujeres

para ser el disgusto de mi triste marido

y, puesto que no puedo arrojarlo a las llamas

como carta de amor, este monstruo parido,

yo he de hacer recaer tu odio inacabable

sobre este instrumento de tu perversidad;

he de hacer retorcer este árbol miserable

para que nunca lleguen sus frutos a granar.»

Ella declara así la espuma de su odio,

y, sin imaginar los designios eternos,

ella misma prepara en infernales simas

las hogueras que expían los crímenes maternos.

Mas, bajo la tutela invisible de un ángel,

el niño desdichado bajo el sol se extasía,

y en todo cuanto bebe y en todo cuanto come

encuentra el rojo néctar que le sabe a ambrosía.

Él juega con el viento, habla con el celaje

y se embriaga cantando, camino de su cruz;

y el espíritu bueno que siempre le acompaña

llora al mirarle alegre cual pájaro en la luz.

Aquellos a quienes ama le observan con recelo,

atentos al peligro de su pasividad,

buscando la manera así de provocarle

y hacer en él la prueba de su ferocidad.

En el vino y el pan que ha de gustar su boca

entremezclan ceniza con esputos impuros;

y solapadamente rechazan lo que él usa

y le acusan de no llevar pasos seguros.

Su mujer va gritando por las públicas plazas:

«Ya que él me encuentra bella y me quiere adorar,

he de ser como un ídolo de los antiguos tiempos,

y de igual modo que ellos he de hacerme dorar;

me embriagaré de nardo y de incienso y de mirra,

y de genuflexiones, de manjares y vinos,

para saber si puedo de un alma que me admira

usurpar, sonriendo, homenajes divinos.

Y cuando quede hastiada de esas impías farsas,

he de poner sobre él mi fuerte y frágil mano,

y mis uñas, iguales que las de las arpías,

buscarán en su pecho su corazón humano.

Como un pequeño pájaro que palpita y que tiembla

el corazón sangrante así le he de arrancar

y para que se sacie mi animal favorito,

con desdén, por la tierra se lo habré de arrojar».

Al cielo, donde advierte un magnífico trono,

el Poeta levanta sus dos brazos piadosos

y los claros fulgores de su espíritu lúcido

le ocultan la visión de los pueblos furiosos.

—«¡Sé bendito, Dios mío, que das los sufrimientos

como Sabio remedio a nuestras impudicias!

Y como la más pura y la mejor esencia

que prepara a los fuertes a las santas delicias.

Yo sé bien que Tú guardas un lugar al poeta

en las filas celestes de tus santas legiones,

y que predestinado está para la fiesta

con los Tronos, Virtudes y las Dominaciones.

Yo sé que es el dolor la única nobleza

que el infierno y los hombres jamás corromperán

y que la gran corona de la riqueza mística

los siglos y universos por siempre tejerán.

Los tesoros perdidos de la antigua Palmira,

los metales ignotos y las perlas del mar

montadas por tu mano, no serían bastantes

para ornar esta clara diadema celestial,

porque será tejida del resplandor más puro

de la luz primitiva de eternales reflejos,

y nuestros ojos mortales, ante estas claridades,

¡no son sino empañados y pálidos espejos!»

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