Pita Amor: Un caso mitológico

Michael K. Schuessler
Eduardo Sepúlveda Amor
Pita Amor

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PITA AMOR: APUNTE BIOGRÁFICO

Eduardo Sepúlveda Amor

Mujer polémica y contradictoria, Guadalupe Amor, mejor conocida como Pita Amor, fue una poeta admirada —aunque también criticada— tanto por los que la trataron a lo largo de su vida como por los que la han conocido a través de su obra poética. En esta, Pita plasmó y expresó sus angustias existenciales, sus dudas sobre Dios, sus ansias sobre la muerte, sus pulsiones amorosas y eróticas y sus visiones acerca de sí misma y del mundo. En su vida cohabitaron el talento —rayano en lo sublime— con el hedonismo; el arrebato místico con los placeres mundanos; la vanidad exultante con las heridas inferidas por las tragedias personales. Con descarnada sinceridad —sólo en ocasiones y de manera velada—, Pita desnudó a través de su poesía estas facetas de su agitada existencia.

Nacida en el seno de una familia de raigambre porfiriana venida a menos tras la Revolución, Pita mostró ya desde su más tierna infancia los rasgos de excentricidad y caprichosa rebeldía que la caracterizaron a lo largo de su vida. También había empezado a experimentar desde entonces los temores a la soledad y las hondas angustias existenciales que se intensifican con el transcurrir de la noche.

En la casona de la calle Abraham González 66, en la entonces aristocrática colonia Juárez de la Ciudad de México, Pita, la más pequeña de siete hermanos, vivió sus primeros años en un ambiente familiar en el que se combinaban la nostalgia por los privilegios perdidos, un acendrado fervor católico y un estilo de vida marcado crecientemente por las carencias materiales. En medio de las preocupaciones generadas por la sobrevivencia doméstica —resueltas a medias por una madre abnegada, pero agravadas por la indolencia de un padre senil y distante—, Pita creció relativamente arropada, tanto por sus cinco hermanas y el único hermano, como por la servidumbre fielmente adherida a la familia. En esta atmósfera de aires enrarecidos, Pita creció, en el fondo, como una niña muy solitaria. Las hondas huellas de este periodo de su vida quedaron plasmadas en los poemas de su primer poemario, Yo soy mi casa, escrito en 1946.

En el libro semiautobigráfico del mismo nombre, Yo soy mi casa, publicado en 1959, Pita plasmó con lúcida prosa sus vivencias infantiles en la casa paterna. En su mirada desolada —y en ocasiones irónica— de la vida familiar se traslucen los sentimientos de angustia, soledad y hastío que permean también su poesía.

Habiéndose desprendido del hogar familiar desde su adolescencia, después de los veinte años Pita se vinculó con círculos artísticos del cine y del teatro antes de inclinarse por su vocación poética. En los años cuarenta actuó en películas como La guerra de los pasteles, de Emilio Gómez Muriel; Tentación, de Fernando Soler; El que murió de amor, de Miguel Morayta y Los cadetes de la naval, de Fernando A. Palacios, con Ricardo Montalbán y Abel Salazar. Pita probó suerte también como actriz teatral, en obras como Casa de Muñecas y La dama del Alba. Su paso por las candilejas fue, sin embargo, tan efímero como intrascendente. No muy lejos de cumplir treinta años, y ante su poco éxito en la actuación, Pita decide alejarse de ese mundo para descubrir al poco tiempo, en un súbito impulso, su profunda vocación poética.

Por esa época, Pita frecuentó también los círculos artísticos e intelectuales de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, lo que le permitió entrar en contacto con algunas de las figuras más prominentes del mundo literario de ese momento, como Alfonso Reyes, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Juan José Arreola, Enrique González Martínez, Carlos Pellicer y Manuel González Montesinos. En particular, Reyes, González Martínez y Villaurrutia ejercieron una influencia determinante en los inicios de su vocación poética. De este aprendizaje surgieron algunos de sus mejores sonetos, liras y décimas.

Yo soy mi casa, el primer poemario de Guadalupe Amor, sale a la luz en 1946, cuando ella tiene 28 años. Publicado por la editorial Alcancía en edición de Edmundo O’Gorman y Justino Fernández, los veinticinco poemas que lo integran causaron muy pronto revuelo y admiración en el mundo artístico y cultural de aquellos años, y provocaron que su maestro Alfonso Reyes lanzara su ya famosa y contundente sentencia, de la que se deriva el título de esta antología: “¡Silencio! Y nada de comparaciones odiosas. Aquí se trata de un caso mitológico”. A pesar de la indudable valía de este espaldarazo, no faltaron voces que afirmaban que ese volumen de versos extraordinarios no había sido escrito por Pita Amor, sino por alguno de sus mentores.

A Yo soy mi casa y siguieron los poemarios Puerta obstinada, Círculo de angustia y Polvo, publicados entre 1947 y 1949. Todos ellos recibieron calurosos elogios de una parte importante de la crítica, y contribuyeron a la fama de una poeta ya considerada como insólita en el medio cultural y artístico de la época. En 1953 se publica Décimas a Dios, su sexto libro, con amplia resonancia en la crítica y entre el público lector. Un año más tarde, en 1954, Pita graba su primer disco con las décimas de esta trascendente obra en la inimitable voz de su autora.

Además de su amistad con eminentes figuras literarias, como Reyes y Villaurrutia, en esos años Pita entró también en contacto con algunos de los pintores mexicanos más talentosos del siglo XX, como Diego Rivera, Antonio Peláez, Juan Soriano, Roberto Montenegro, Cordelia Urueta y Raúl Anguiano, los que —cada uno en su estilo y en diferentes momentos— capturaron en el lienzo su impactante belleza. Pita posó desnuda para varios de ellos, provocando —sin duda para regocijo de la propia escritora— el escándalo de las buenas conciencias de la época.

A lo largo de toda la década de los cincuenta, Pita continúa evolucionando en su vocación poética sin dejar de involucrarse activamente en la vida bohemia del mundo artístico e intelectual mexicano de aquellos años. A los primeros poemarios le siguen en el curso de la década algunas de sus mejores obras: Otro libro de amor (1955) —en el que incursiona en la poesía de corte erótico—, Sirviéndole a Dios de hoguera (1958) y Todos los siglos del mundo (1959).

Culmina la década con la publicación, en 1959, del relato semi-autobiográfico Yo soy mi casa, en el que proyecta con ironía y melancólica lucidez momentos de su infancia; y de Galería de títeres, su segunda y última obra en prosa, consistente en retratos literarios de personajes pertenecientes a diferentes círculos sociales, dibujados con cruel mordacidad.

Al iniciar la década de los sesenta, Pita, con 42 años, se encontraba en la plenitud de su carrera literaria, siendo reconocida ya como una de las máximas exponentes de la poesía en habla hispana. Su éxito, sin embargo, se vio ensombrecido por la tragedia personal, provocada por la muerte accidental, en 1961, de su p

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