Paisaje con grano de arena

Wislawa Szymborska

Fragmento

Prefacio

PREFACIO

¿Poesía filosófica, o poesía en lugar de filosofía? Una pregunta que hace dudar de la cordura de quien la plantea. Porque, ¿es posible que en el siglo XX, el del culto a la ciencia, alguien quiera enterrar en la historia del pensamiento humano una disciplina académica consagrada por una tradición milenaria, toda una rama del saber que cuenta con un refinado aparato crítico y que tantas veces ha competido en pie de igualdad con las ciencias exactas, construyendo sistemas, clasificaciones, terminologías y métodos que tenían que explicar al hombre su condición y la naturaleza del mundo que lo rodea? ¡Y a cambio de qué! ¡De unos retazos de literatura escritos en un lenguaje délfico! Imposible.

Y, no obstante, esta es la pregunta clave para entender el fenómeno de la nueva poesía polaca. Supervivientes del cataclismo de la segunda guerra mundial y náufragos en el mar de la dictadura estalinista de la posguerra, los poetas polacos que debutaron después de 1945 no pudieron evitar una reflexión global sobre la civilización europea. Sin embargo, no cedieron a la tentación de interpretar los acontecimientos de aquella época de manera simplista, concibiéndolos solamente como una invasión de la barbarie, un simple paréntesis en la evolución de la cultura del viejo continente. Al contrario, vieron con claridad que la barbarie y el genocidio eran frutos amargos que ya desde hacía siglos estaban cuajando en el propio seno de esta cultura. Tal vez no se necesitara una gran lucidez para hacer un descubrimiento así. En la Europa Central de aquellos años, la cadena que unía al verdugo vestido de uniforme con una ideología, y la ideología con un sistema filosófico, era dolorosamente palpable, y la historia les deparó a los intelectuales la triste suerte de ser testigos oculares y víctimas de esta estrecha relación entre causas y efectos. El creador sin trabas que está más allá del bien y del mal, el Übermensch de Nietzsche, convertido en un asesino de las SS; la necesidad histórica de Hegel como justificante de los campos de exterminio y los gulags\ el estado hegeliano, la forma sublime de la historia, traducido en todopoderoso sistema totalitario, eran imágenes cotidianas que destrozaron la fe en la filosofía. «... La filosofía acabó con poca gloria sus expediciones en busca del vellocino de oro de los sistemas edificados de una vez para siempre, y si no se mueve por el automatismo de su orgullo, ya sabe que se jactaba en vano», dice Czeslaw Milosz, premio Nobel de Literatura del año 1980—[1] y en otro lugar es aún más explícito: «Las ideas universales ya hace mucho tiempo que habían perdido su sabor para nosotros, los de Vilnius, Varsovia o Budapest, lo cual no quiere decir que lo hicieran en todas partes. Los jóvenes caníbales que, en nombre de principios inquebrantables, asesinaban a la población de Camboya eran discípulos de la Sorbona y, simplemente, se esforzaban por poner en práctica lo que habían leído en los filósofos. Puesto que nosotros habíamos visto con nuestros propios ojos hasta dónde llegan las cosas si en nombre de una doctrina se violan las costumbres, es decir todo lo que crece durante siglos de manera paulatina y orgánica, podíamos sólo pensar con horror en la red de absurdos en que cae una mente humana insensible a la repetición de sus errores».[2]

¿Quién de los grandes pensadores del pasado puede declararse inocente? ¿Quién es libre del imperdonable pecado de liviandad, si tantos no supieron prever las últimas consecuencias de sus elucubraciones? Quizás los presocráticos, pero ellos todavía eran poietaí, todavía desconocían el lenguaje frío de sus sucesores.

El rechazo de las doctrinas filosóficas hechas escombros bajo la presión de la experiencia directa es el denominador común de los poetas polacos de la posguerra, a excepción de los pocos que optaron por abrazar el marxismo y convertirse en los Pemanes del régimen estalinista, elección que resultó fácil para los mediocres y destructiva para los eminentes, como lo prueba el caso de Tadeusz Borowski que, desgarrado por las contradicciones internas, se suicidó en 1951.

Sin embargo, el pensamiento no soporta el vacío, y menos aún en las épocas en que la reflexión ontológica y ética sobre la condición humana se presenta como una necesidad imperiosa. Llenar el vacío que habían dejado los sistemas filosóficos era un reto, y el reto fue aceptado.

*

Casi de inmediato se planteó otra pregunta: ¿qué poesía era capaz de situarse a la altura de la tarea? Una poesía en que las palabras se refirieran a la realidad, y no la lírica pura, porque en ella las palabras no tienen más referencias que otras palabras. Los breves poemas-tratados filosóficos requerían, por una parte, una reducción del universo y, por otra, una modificación de los recursos formales.

Para ilustrar cómo se solucionó el primer requerimiento basta con citar a Szymborska: «... no hay preguntas más apremiantes / que las preguntas ingenuas». ¿Acaso no son las que más quebraderos de cabeza suelen dar a los filósofos académicos, consternándolos a hacer verdaderas acrobacias mentales? Además, el individualismo de la nueva poesía polaca impuso otro límite: no hay más universo que el que podemos contemplar en nuestra experiencia cotidiana, o bien: el universo se manifiesta y se ofrece a la contemplación hasta en los fenómenos más corrientes de una vida ordinaria.

La forma poética debía ajustarse a las exigencias del contenido. Se suprimió el exceso de metáforas, se sacrificó en parte la musicalidad del verso que, si renace con una fuerza sorprendente en algunos poemas como «Trinos» o «Cumpleaños» de Szymborska, adquiere siempre un tono jocoso, como si el autor nos hiciera un guiño. Pero el rasgo tal vez más notable es el restablecimiento de la sintaxis, que se había desmoronado con los experimentos vanguardistas de la época de entreguerras. El vocabulario rompe las barreras entre diferentes registros y no aborrece conceptos utilizados en las ciencias modernas: las matemáticas, la física cuántica, la biología o la geometría no euclidiana.

La creación de la nueva poesía polaca no necesariamente fue un proceso tan racional y intencionado como podría deducirse de la breve reconstrucción que acabamos de esbozar. Lo que une a Zbigniew Herbert, Tadeusz Rózewicz, Wislawa Szymborska, Mirón Bialoszewski, Stanislaw Grochowiak y Czeslaw Milosz no es ningún manifiesto literario, sino la misma experiencia generacional y el mismo lugar, el lugar donde la historia contemporánea mostró su faz más repugnante.

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos