Romancero gitano | Poema del cante jondo (Poesía completa 2)

Federico García Lorca

Fragmento

cap-2

PRÓLOGO

La Andalucía lorquiana

Miguel García-Posada

García Lorca ha sido el máximo intérprete poético de Andalucía, como su admirado Falla lo sería en la música. Esa interpretación de Andalucía descansa en buena medida, complementada por las tragedias, sobre el Poema del cante jondo y el Primer romancero gitano, los dos libros lorquianos de poesía de materia exclusivamente andaluza.

La superioridad de la Andalucía lorquiana sobre las otras (la de Manuel Machado, por ejemplo) reside en su condición mítica, arquetípica, «lucha y drama del veneno de Oriente del andaluz con la geometría y el equilibrio que impone lo romano, lo bético», según reza la conferencia del cante jondo. Como todo mito, este espacio es transhistórico; por eso afirmaba el poeta que en el Romancero gitano, «las figuras sirven a fondos milenarios y [...] no hay más que un solo personaje grande y oscuro como un cielo de estío, un solo personaje que es la Pena...». Es esta Andalucía espacio además invisible; de ahí la afirmación que hace en la conferencia-recital sobre el Romancero, al señalar que «es un libro donde apenas si está expresada la Andalucía que se ve, pero donde está temblando la que no se ve». A partir de estos supuestos se explican las referencias de Juego y teoría del duende, en el que aparecen desde los viejos cantaores hasta Argantonio, la romanidad, los linajes superiores, Gerión, Creta, «el dionisíaco grito degollado de la siguiriya de Silverio», la «Andalucía mundial» que vio en la Cuba de 1930.

Este espacio mítico es romano —así la Córdoba del Romancero, la dignidad estoica del Amargo, la «Roma andaluza» que vería en la Sevilla de Ignacio —, sin que falten la nota mora (el «arcángel aljamiado», «San Rafael»), ni judía (la Andalucía del romance de Thamar y Amnón, Judea andaluza como levantina es la Judea de Gabriel Miró). En esta conformación, lo gitano cumple un papel esencial, por ser «lo más elevado, lo más profundo, más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza y universal».

Las tres grandes ciudades andaluzas son otros tantos microespacios míticos. Sevilla es lo dionisíaco, la encarnación del amor, el amor que hiere y, a veces, mata. La Sevilla del «Poema de la saeta»:

Sevilla es una torre

llena de arqueros finos.

[...]

Sevilla para herir.

¡Siempre Sevilla para herir!

La Giralda poblada de saeteros que con sus saetas «matan» en nombre del amor. Córdoba es la ciudad de la muerte: «Lejana y sola» para el jinete que se dirige a ella en la canción, «¡Córdoba para morir!» en el mismo «Poema de la saeta». Granada, en cambio, «es como la narración de lo que ya pasó en Sevilla. Hay un vacío de cosa definitivamente acabada», como diría en su conferencia sobre el barroco granadino Pedro Soto de Rojas. Por eso son cuatro los jinetes cordobeses de la canción «Arbolé arbolé», como el jinete y los tres hermanos del «Diálogo del Amargo», y llevan «largas capas oscuras». Gradación y sentido son idénticos en el texto introductorio del Poema del cante jondo, «Baladilla de los tres ríos». Ciudad del amor Sevilla, de la muerte Córdoba, de lo que acabó Granada, pero siempre la Andalucía del ser humano condenado a la extinción, a afluir sus ríos en el mar del morir:

Lleva azahar, lleva olivas,

Andalucía, a tus mares.

Esta somera descripción ilustra bien cuánto han falsificado a nuestro poeta quienes lo han tachado de costumbrista. El pseudolorquismo ha sido la venganza más siniestra que ha debido padecer una obra situada en los antípodas de cualquier localismo. En el espacio mítico andaluz se plantean todos los grandes temas, los grandes interrogantes de la condición humana. Su alcance transhistórico en modo alguno significa que no incorpore materiales históricos. No cabe dudar de que Lorca ha expresado como nadie la frustración histórica de Andalucía, tierra de culturas superpuestas y obligada a caminar en una sola dirección, sobre una estructura social latifundista, injusta, heredada de la Reconquista. El cante jondo ha sido vehículo capital de esa frustración:

¡Oh, pueblo perdido,

en la Andalucía del llanto!,

dice el «Poema de la soleá». La lección de Falla, expresada en sus composiciones de tema andaluz y en especial en El amor brujo, fue definitiva al respecto. El músico enseñó al poeta el patetismo del cante jondo, su anclaje en los fondos últimos del misterio humano, aquella sacralidad que el músico veía en la siguiriya gitana, que había que escuchar, decía, de rodillas. Y como la Andalucía musical de Falla, la Andalucía de Lorca es superior, no por sus propósitos sino por sus resultados, no por sus gestos intencionales, sino por la corporidad resultante. Cierto no hay una sola Andalucía, cada una de las tres grandes ciudades es una de ellas, pero en lo fundamental son dos, la Bética y la Penibética, la Andalucía del Guadalquivir y la Andalucía de las serranías de Córdoba y Granada, e incluso Almería:

Tierra seca,

tierra quieta,

de noches

inmensas.

 

[...]

 

Tierra

vieja

del candil

y la pena,

según dice el mismo «Poema de la soleá». He ahí ya dibujado el escenario de las grandes tragedias rurales, en donde el cultivo de la tierra pesa como una maldición y la pasión estalla devoradora. Esa Andalucía es o ha sido una realidad, pero Lorca la interpreta y eleva a un rango superior: espacio arquetípico tan significativo como el griego de los trágicos o el inglés (El rey Lear, Macbeth) de Shakespeare.

POEMA DEL CANTE JONDO

Fue la primera gran obra poética lorquiana, escrita en lo esencial en 1921, en medio de las Suites, pero sólo publicada diez años más tarde. El autor fue consciente de su novedad sustancial: se objetivaban los materiales líricos y, por primera vez, se aplicaban técnicas de vanguardia a un tema tradicional, que él conocía desde niño. Valga su misma confesión entusiasmada, de enero del veintidós, al musicólogo Adolfo Salazar, cuando le decía que era «la primera cosa de otra orientación mía y no sé todavía qué decirte [...], ¡pero novedad sí tiene! El único que lo conoce es Falla, y está entusiasmado... [...] Los poetas españoles no han tocado nunca este tema...». No lo habían «tocado», en efecto; existían aproximaciones externas, como las de Rueda y Manuel Machado, pero adentrarse en la materia, abordando su interpretación, eso no lo había hecho nadie.

El Poema es la gran obra literaria dedicada por Lorca al flamenco; fue una de sus aportaciones, porque el cante le debe mucho. Le debió, en primer lugar, la celebración del certamen de junio de 1922, en Granada, que significó el punto de partida del flamenco en el siglo XX, porque supuso su reorientación hacia su pureza originaria, enturbiada por el comercialismo, así como su consideración de insólito y excepcional discurso m

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