Tu lado del sofá

Patricia Benito

Fragmento

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prólogo

A ver, este prólogo no va a ser fácil.

Lo digo ya, antes de empezar. Como advertencia.

No va a ser fácil porque he visto a esta mujer contarle cuentos a mi hijo, cuidar de él mientras me duchaba, acariciarlo para calmarlo. También la he visto ponerse el pijama y quedarse a dormir en mi casa, llegar tarde al segundo desayuno, intentar inspirarse manteniendo su mirada en un pingüino de plástico. La he visto proponer ideas para mis vídeos, darme palabras para que compusiera poemas, buscar los bombones favoritos de mi marido por Logroño, encontrar un dinosaurio de madera para mi colección.

A ver cómo os lo digo. Yo es que ya quiero a esta mujer, así que esto no puede ser un prólogo. Esto se va a parecer más a una declaración de amor.

La Benito escribió un primer libro que nadie esperaba. Ahí estaba ella, viviendo una vida que no le pertenecía cuando decidió cogerla por la solapa y decirle: «Mira, tú, vida, vamos a hacer lo que yo diga». Y para ello se contó cuentos por las noches. Así, cada día amanecía más calmada, más feliz, más serena. Con menos tristeza, pero siempre con las mismas ganas. Esas que nunca se sacian. En un acto de generosidad se regaló al público y el público respondió. Vaya si respondió. Enloqueció con sus palabras, con su abrazo insomne, con su poesía cálida. Pero la historia no acababa ahí. La Benito tenía mucho más que contar, mucho más de sí que dar. Así que se desdibujó una vez más. Trató de sacar lo que tenía dentro, abrió con fuerza tirando con brusquedad de las costillas, arrancó los nervios, destrozó la carne y, cuando tuvo el corazón palpitando en sus manos, fue diseccionando pieza a pieza, ventrículo a ventrículo, sus emociones.

Aquí tenéis un poco de esa autopsia.

Yo soy privilegiada, porque pude observarla mientras la hacía a poca distancia (creo que no se dio ni cuenta). Y ahora sois vosotros los que podéis participar de todo esto, los que vais a vivir sus esperanzas, sus labios rojos, sus quiéreme siempre, su nana en pena, su mermelada, su cerveza, sus charlas con la chica que le habla desde el espejo.

Y siempre busca quien la inspire, de quien aprender.

Siempre busca subir un escalón más.

Y ay, amiga; ay, compañera; cómo te expli­co que tus palabras curan, que tus poemas sanan, que leerte enseña, que tenerte cerca nos hace mejores personas. Tal vez lo único que puedo hacer es recomendarte un libro. En serio, confía en mí.

Te va a gustar, te va a enseñar, te va a emo­cionar.

Se llama Tu lado del sofá.

Disfruta.

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te espero a la salida

Zahara y Patricia

No te soporto,

de verdad que lo he intentado,

pero es que no te soporto.

Cuento los días

para salir de esta película

que te has montado.

La casa, la alfombra, ese árbol,

tu rutina favorita de mierda.

Las cenas con velas y descaro

que llenaron el cuarto.

Ahora pienso

en todo lo que dejé dentro.

Las cajas de recuerdos infestos

ardieron junto al letargo

y a veces respiro

el aroma de los últimos cigarros.

Siguen oliendo exactamente igual

que cuando los dejaste.

La ceniza aún rueda por la casa

y sus restos se mezclan con la calma.

La misma que una vez me gritaste a la cara;

entonces era más bien aburrimiento.

Subida a los tejados

me enfrenté al invierno.

Me nevaba dentro de las cuencas de los ojos,

me ardía la cara interna de los sesos.

Me enredé con tus melenas

y te susurré bajito:

«Te espero a la salida».

Advertí:

«En el minibar, no traigas besos».

Regresaría a aquellos desastres

solo por volver a lamerte las venas.

Aunque eso ya no signifique nada,

aunque nos encontremos en lo

alto de aquella escena.

Exactamente allí,

al final de la despensa.

Y no te diré lo que me gustaba lo nuestro,

todo lo de antes no lo tendré en cuenta.

Reconocer finales,

matar tequieros,

y volar, uno tras otro,

nuestros golpes en el pecho.

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nota de la autora

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nota de la autora

Tu lado del sofá es una despedida. Son los pedazos que no me atreví a rescatar del naufragio. Es un duelo a vida contra el espejo. Un sentirme nosotras.

Es ser casa, canción de domingo y paz. Es un cuarto creciente a medio tempo. Es aprender a echar de menos sin que duela.

Son todas esas veces que dejé de hacer por miedo a perder.

Tu lado del sofá es recuperar —por fin— el metro sesenta desde el que partí.

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