SEGÚN
Bebo de las fuentes que me encuentro,
me siento en el suelo,
la ropa me pesa:
tres kilos de mierda.
Me meto en las conversaciones ajenas
y pido tabaco a desconocidos.
Preguntando se llega a Roma.
Como poco y rápido, como un trámite.
Duermo poco y mal, como un desliz.
No me da miedo volverme a las tantas,
perder el último bus,
arrojarme a las vías.
No tengo serios trastornos,
según el día que me cojas:
más pasota o menos,
cantora o callada,
a veces sí
y a veces no;
según el día.
No obedezco a ningún credo
ni me he construido
una férrea moral
con valores ni malos ni buenos.
No hay dogma que me ocupe
más de un día de debate
ni llanto que no curen
cuatro horas de lectura.
Por norma general,
me posiciono a favor del acusado;
por norma general también,
me caen mal los abogados,
pero la defensa menos que la fiscalía.
No soy partidaria de medir
a todos con la misma vara.
No creo en una ley inmutable
comprobada científicamente.
Hay malos malísimos
que no merecen morir, como el Joker.
Hay cabrones y cabrones;
algunos me caen bien, como Sabina.
También hay genios pobres,
y poetas condenados
al ostracismo del silencio;
Vedettes en burdeles de a cuarto
y a medio siglo.
Pero ya no es la época del destape,
ningún director cutrecillo vendrá
a rescatarlas, no es temporada.
El nuevo milenio
tiembla bajo mis pies
y al compás el metro
los va arrastrando a todos.
A todos.
A veces el temblor es muy fuerte
y me agita,
y me hace escupir lo aprendido
de esta mala manera.
Otras casi no lo noto
y puedo dormir.
Dormir.
Poco y rápido, como un trámite.
Dormir.
A veces sí
y a veces no,
según el día.
MIS VERSOS
Se me tuercen los renglones,
se me caen.
Se me hunden en los mares.
Por la carga que soportan las palabras
al servir del dicho al hecho,
al sentido, inexpresable.
Se me caen.
Y aunque tenga yo el propósito
de escribirlos derechitos,
luego firman encorvados
por el peso de la vida.
Mis versos cansados, ¡ay!,
mis versos errantes,
manifestación de mí,
de mi paso por el mundo,
cual acuse de recibo,
que, aunque vivan más allá,
son la copia de la vida que yo llevo:
así, torcidos.
Y por más que tiro, que casi me ahogo
al sacarlos a flote,
no quieren nadar y subir a mi barco.
Mis versos hundidos.
Si no puedo sacarlos
que me arrastren consigo.
NO VOY A MENTIRTE
No voy a mentirte:
yo no soy de la calle,
yo vengo del campo,
canto por la sierra como mis ancestros.
Estoy sembrando una semilla
que ahora no ves,
se verá mañana,
cuando estemos todos muertos
y solo queden mis hijitos
devorándose a los vuestros,
y solo queden mis escritos
tatuaos por algún cuerpo.
PENSAMIENTO
Todo lo que no es poesía
es cajero automático[1].
Hegemonía cultural,
así de fácil se dice,
con dos palabras basta.
¡Qué barbaridad!
Yo me lo andaba oliendo, fíjate tú.
Todos esos tecnicismos impersonales,
como si las palabras no hubieran sido hechas
por y para objetivarlo todo...
Concentración de capitales, globalización,
evasión fiscal...
Lo andaba notando: la censura,
la basura mediática, el consumo masivo,
el paradigma del carpe diem
mal interpretado.
Pero eran tecnicismos aislados
de esos que todos evitamos.
Y ese día Benjamín lo fijó:
Hegemonía cultural. Así.
Con una simpleza que me aterrorizó.
Puede que fuera esa misma simpleza
la que me hizo escuchar el término
como si no lo hubiera oído nunca.
Esas dos palabras cayeron sobre mí
con todo el peso de sus barrotes y trampas.
Me aplastaron. Me estamparon contra el suelo.
Hegemonía cultural.
Me sentí tan chiquita,
con toda la presión del globo sobre mi cabeza,
la intoxicación de la propaganda,
sus fieles lobotomizados.
El dolor de la lucidez en su mayor expresión,
la verdad rebelada que te ciega la retina.
Yo venía de vuelta ya de teorías
conspiranoicas, de la élite mundial,
illuminati, Aulo, Biderberg o reptilianos,
según dicen algunos.
Pero aquello era mucho peor:
hegemonía cultural, ¡maldita sea!
Yo y unos cuantos desviados
contra el pensamiento único.
LETRA SOBRE PLIEGO
Si pudiera, fundiría mi piel
y mojaría mi pluma.
No vine a ser carne,
vine a ser espuma.
Letra sobre pliego.