Elfos en el quinto piso

Francesca Cavallo

Fragmento

cap-1

Queridos lectores:

Os escribo con gran alegría para daros la bienvenida a la ciudad de R.

Dentro de unas páginas descubriréis este lugar tan raro y os divertiréis correteando por sus calles nevadas con los pequeños protagonistas de nuestra historia, pero antes quiero deciros un par de cosas.

La Navidad es uno de mis momentos preferidos del año. Vengo de una familia numerosa y desde que nací siempre hemos pasado las fiestas juntos. Cuando era niña me encantaba ver a las familias de las películas de Navidad que daban por la tele y luego volverme y encontrarme a la mía en el sofá. Más tarde, al ir creciendo, descubrí que yo quería formar mi propia familia con otra mujer, no con un hombre, y me empezó a preocupar que en ninguna de las historias de Navidad que había leído o visto apareciera una familia como la que yo deseaba.

Me habría gustado compartir con alguien esta preocupación, pero estaba convencida de que, si en las historias que leía no había familias con dos madres, algún motivo habría y me daba vergüenza pedir explicaciones.

Hasta que fui mayor y descubrí que no había ningún motivo y que no tendría que haberme avergonzado de nada.

Algunos creen que a los niños no hay que hablarles de las familias con dos madres o dos padres, porque «los niños son demasiado pequeños para entenderlo». Pero ¿qué hay que entender? El amor es algo muy sencillo. Crecer considerando normales las familias distintas a la nuestra es muy importante para crear un mundo donde todos los niños se sientan acogidos, donde no se le pida a nadie que oculte partes de sí mismo.

Yo creía que los adultos siempre tenían razón y que ciertas preguntas no se podían hacer. Si los mayores habían decidido que determinadas historias no podían aparecer en los libros infantiles, debían de tener razón.

Los protagonistas de Elfos en el quinto piso son mucho más despiertos de lo que yo lo era. Estos niños hacen como Malala Yousafzai, Greta Thunberg y otras jóvenes activistas de nuestro tiempo: no dejan de preguntar «por qué» y de desobedecer las reglas sin sentido de los adultos. Y así es como cambian el mundo.

Si pudiera viajar atrás en el tiempo, me gustaría encerrarme en la habitación de la abuela Anna con mi hermana y mis primas a leer con ellas Elfos en el quinto piso mientras los adultos juegan a las cartas en la sala, en una larga mesa forrada de paño verde.

Deseo que esta mágica aventura también os haga compañía a vosotros y a vuestras familias en las noches navideñas, que os ayude a ser más acogedores y a sentiros más acogidos.

Feliz Navidad,

FRANCESCA CAVALLO

imagen

cap-2

LA LLEGADA A
LA CIUDAD DE R.

El 22 de diciembre la familia Greco Aiden llegó a la ciudad de R. Eran cinco: Isabella, Dominique y sus tres hijos, Manuel, Camila y Shonda.

Cansados del largo viaje, bajaron del vagón de tren. Cuando estaban a punto de dirigirse al comienzo del andén, apareció una niña montada en una maleta que parecía que fuera motorizada y chocó contra la pila de equipaje de la familia.

—¡Olivia! —gritó una mujer desde lejos.

Isabella y Dominique corrieron hasta la niña.

—¿Te has hecho daño? —le preguntaron, inquietas.

—No, gracias, estoy bien —respondió tranquilamente Olivia, sacudiéndose el polvo de la chaqueta.

—¿Qué es eso? —preguntó fascinada Shonda, señalando la extraña maleta en la que Olivia se les había echado encima.

imagen

—Es una Maletamóvil —aclaró ella, muy orgullosa—. La he hecho yo. Vosotros no sois de aquí, ¿a que no?

—No —contestó Manuel—, acabamos de llegar. Nos hemos mudado aquí.

—¿Y dónde vais a vivir? —preguntó Olivia con curiosidad.

—En la calle de las Chimeneas Espaciosas número 10 —respondió Camila—. ¿Sabes dónde está?

—Pues claro —aseguró Olivia sacando un mapa del bolsillo—, está cerca de la estación. Mira, es la calle de la derecha de la plaza de Quien Va y de Quien Viene. —Y puso el dedo en una calle llena de curvas, al lado de la estación.

—¡Olivia! —insistió la mujer que antes la había llamado desde lejos—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no hables con desconocidos?

Y, sin saludar a nadie, cogió a Olivia del brazo y se la llevó.

—¡Bienvenidos! —gritó Olivia mirando atrás antes de desaparecer con su madre entre la multitud ordenada de viajeros. Las madres y los tres hijos, confusos y divertidos por el extraño encuentro, se dirigieron a la salida y, al llegar a la plaza de delante de la estación, se quedaron boquiabiertos: la ciudad de R. era preciosa.

A pesar del día nublado e invernal, los colores de las fachadas de los edificios brillaban como un arcoíris después de una tormenta: rosa, amarillo canario, azul, verde agua... Ya debían de haber empezado las vacaciones, porque las calles estaban llenas de niños con sus padres. Los tres hermanos vieron a dos padres y a una niña que se perseguían en la pista de patinaje sobre hielo, a una madre, un padre y dos gemelos pequeños que entraban corriendo en una tienda de juguetes, a una madre y tres niñas, bien tapadas con bufandas de lana, sentadas en un banco verde comiendo castañas asadas.

En la pared de detrás del banco había un cartel gigante, el único punto sin colores de la plaza de Quien Va y de Quien Viene. El cartel era una foto grande de un hombre menudo y canoso que sonreía sin abrir la boca, con una comisura hacia abajo y la otra hacia arriba. Vestía un traje gris oscuro, una camisa gris claro y una corbata de un gris intermedio.

Bajo la foto se leía en letras enormes: «Nuevo récord: hace cinco años que no ocurre nada malo en R. Feliz Navidad de vuestro alcalde». Firmado: Señor Aburrimiento.

—¡Qué nombre tan curioso! —comentó haciendo una mueca Camila, y se apresuró a alcanzar al resto de la familia, que estaba girando por la calle de las curvas que les había indicado Olivia en el mapa.

Caminaban despacio bajo la montaña de maletas, bolsas y mochilas, pero enseguida llegaron al número 10. La fachada del edificio se curvaba con la esquina y estaba pintada de naranja, aunque en muchos puntos había desconchones y se entreveían ladrillos rojos. Los tres niños miraron hacia arriba para buscar las ventanas. Su nueva casa estaba en el último piso, el quinto.

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos