Cuentos para entender el mundo

Eloy Moreno

Fragmento

Las estrellas de mar

LAS ESTRELLAS DE MAR

Una mañana de invierno, un hombre que salía a pasear cada día por la playa se sorprendió al ver miles de estrellas de mar sobre la arena, prácticamente estaba cubierta toda la orilla.

Se entristeció al observar el gran desastre, pues sabía que esas estrellas apenas podían vivir unos minutos fuera del agua.

Resignado, comenzó a caminar con cuidado de no pisarlas, pensando en lo fugaz que es la vida, en lo rápido que puede acabar todo.

A los pocos minutos, distinguió a lo lejos una pequeña figura que se movía velozmente entre la arena y el agua.

En un principio pensó que podía tratarse de algún pequeño animal, pero al aproximarse descubrió que, en realidad, era una niña que no paraba de correr de un lado para otro: de la orilla a la arena, de la arena a la orilla.

El hombre decidió acercarse un poco más para investigar qué estaba ocurriendo.

—Hola —saludó. —Hola —le respondió la niña.

—¿Qué haces corriendo de aquí para allá? —le preguntó con curiosidad.

La niña se detuvo durante unos instantes, cogió aire y le miró a los ojos.

—¿No lo ves? —contestó sorprendida—. Estoy devolviendo las estrellas al mar para que no se mueran.

El hombre asintió con lástima.

—Sí, ya lo veo, pero ¿no te das cuenta de que hay miles de estrellas en la arena? Por muy rápido que vayas jamás podrás salvarlas a todas... Tu esfuerzo no tiene sentido.

La niña se agachó, cogió una estrella que estaba a sus pies y la lanzó con fuerza al mar.

—Para esta sí que ha tenido sentido.

Los zapatos del hombre afortunado

LOS ZAPATOS DEL HOMBRE

AFORTUNADO

Hace ya mucho, mucho tiempo..., en un reino muy, muy lejano... había un rey cuyo poder y riqueza eran tan enormes como profunda era la tristeza que cada día le acompañaba.

Lo tenía todo y aun así no conseguía ser feliz, siempre sentía que le faltaba algo. Un día, harto de tanto sufrimiento, anunció que entregaría la mitad de su reino a quien consiguiera devolverle la felicidad.

Tras el anuncio, todos los consejeros de la corte comenzaron a buscar una cura. Trajeron a los sabios más prestigiosos, a los magos más famosos, a los mejores curanderos..., incluso buscaron a los más divertidos bufones, pero todo fue inútil, nadie sabía cómo hacer feliz a un rey que lo tenía todo.

Cuando, tras muchas semanas, ya todos se habían dado por vencidos, apareció por palacio un viejo sabio que aseguró tener la respuesta:

Si hay en el reino un hombre completamente feliz, podréis curar al rey. Solo tenéis que encontrar a alguien que, en su día a día, se sienta satisfecho con lo que tiene, que muestre siempre una sonrisa sincera en su rostro, que no tenga envidia por las pertenencias de los demás... Y cuando lo halléis, pedidle sus zapatos y traedlos a palacio.

Una vez aquí, su majestad deberá caminar un día entero con esos zapatos. Os aseguro que a la mañana siguiente se habrá curado.

El rey dio su aprobación y todos los consejeros comenzaron la búsqueda.

Pero algo que en un principio parecía fácil resultó no serlo tanto: pues el hombre que era rico estaba enfermo; el que tenía buena salud era pobre; el que tenía dinero y a la vez estaba sano se quejaba de su pareja, o de sus hijos, o del trabajo... Finalmente se dieron cuenta de que a todos les faltaba algo para ser totalmente felices.

Tras muchos días de búsqueda, llegó un mensajero a palacio para anunciar que, por fin, habían encontrado a un hombre feliz. Se trataba de un humilde campesino que vivía en una de las zonas más pobres y alejadas.

El rey, al conocer la noticia, mandó buscar los zapatos de aquel afortunado. Les dijo que a cambio le dieran cualquier cosa que pidiera.

Los mensajeros iniciaron un largo viaje y, tras varias semanas, se presentaron de nuevo ante el monarca.

—Bien, decidme, ¿lo habéis conseguido? ¿Habéis localizado al campesino?

—Majestad, tenemos una noticia buena y una mala. La buena es que hemos encontrado al hombre y en verdad que es feliz. Le estuvimos observando y vimos la ilusión en su mirada en cada momento del día. Hablamos con él y nos recibió con una amplia sonrisa y con la alegría reflejada en sus ojos...

—¿Y la mala? —preguntó el rey impaciente.

—Que no tenía zapatos.

Cruzar el río

CRUZAR EL RÍO

Un maestro envió a dos jóvenes monjes a una aldea cercana para realizar unas compras. Como estos nunca habían salido al mundo exterior les avisó de que se encontrarían con peligros y tentaciones que debían saber aco

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