Cole de locos 1 - ¡Esta clase mola un montón!

Dashiell Fernández Pena

Fragmento

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¡Menudo día más g-e-n-i-a-l! El sol brillaba, los pajaritos cantaban y todavía hacía suficiente calor como para comerse un helado, pero no tanto como para que se te derritiese encima y te dejase la ropa hecha un asco.

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Pero eso no era nada comparado con el NOTICIÓN DEL DÍA: ¡acababa de empezar un nuevo y divertido curso en el COLE DE LOCOS! Seguramente ese cole no te suena de nada y quizá estás pensando que empezar un nuevo curso no puede ser divertido de ninguna manera. Pues si es así, ¡piensa otra vez! Ir al cole puede ser divertidísimo y resulta que en este, además, pasan todo tipo de locuras (por eso se llama COLE DE LOCOS, claro... ¡si solo pasasen cosas normales se llamaría «el Cole» a secas!).

Pero de momento, era primera hora y el aula de 2.°-A estaba tranquila, muy tranquila, demasiado tranquila. Era tan temprano que solo había un niño sentado en su pupitre. Ese niño llevaba el pelo alborotado, como si no se lo hubiese peinado en meses —la verdad es que no lo había hecho— y sonreía como si no hubiese roto un plato en su vida —en cambio, eso sí que lo había hecho—. Se llamaba Lucas y era la primera vez en su vida que llegaba a esa hora al cole.

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Para que entiendas qué clase de persona era, te diré que si existiese algún aparato con el que detectar la capacidad de gastar bromas de la gente... Lucas lo escondería para gastarte una broma. Si estaba allí era porque tramaba algo. Pero, ¿qué podría ser?

Poco a poco, el aula comenzó a llenarse de niños y niñas. Todos querían saludar a Lucas, chocarle los cinco y preguntarle qué tal le había ido el verano, pero él no apartaba la mirada de un pupitre y una silla que tenía al lado. En la silla había un misterioso cojín de aspecto blandito, blandito. Entonces entró un chico mucho más alto que el resto. Tenía el pelo rizado, la piel morena y una expresión de molar a saco.

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Lucas recordaba a ese chico como si fuese ayer, porque... lo había visto ayer. Se llamaba Asim, y Lucas había quedado con él para echar unas canastas. O mejor dicho, para que Asim echase unas canastas, porque Lucas no había logrado meter ni una. Y no es que Lucas fuese malo, es que Asim era muy, pero que muy bueno. Tanto, que corría la leyenda de que una vez unos niños de 4.° le habían pedido de rodillas que jugase con ellos. En realidad esa historia se la había inventado el propio Asim, pero ¡podría haber sido cierta!

Asim echó un vistazo entre los pupitres y descubrió la silla con cojín. Puso cara de «¡ah, mira qué bien!» y se dirigió hacia allí tan campante. En cuanto Lucas se dio cuenta, se levantó de su sitio como si le hubiesen puesto un muelle en el culo y se abalanzó sobre Asim

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—¿Se puede saber qué te pasa, tío? Yo también me alegro de verte, ¡pero esto es demasiado! —dijo Asim, muy confundido.

—No lo entiendes, Asim. ¡Tú no puedes sentarte ahí! —contestó Lucas recobrando la calma—. Es que me he enterado de que va a venir un novato a nuestra clase y... ¡quiero gastarle un bromón del copón!

Lucas le explicó su maléfico plan a su amigo: el cojín era de broma, y cuando alguien se sentase encima, haría el ruido de un PEDORRO TREMENDO. ¿Y quién se sentaría en él? ¡Pues el nuevo, por supuesto!

—Qué quieres que te diga, Asim... ¡Me gustan las bromas clásicas! —rio Lucas entre dientes.

—¿Todavía no hemos empezado el curso y ya estás tramando una de las tuyas? —dijo una voz detrás de él—. ¡Creo que acabas de batir tu propio récord, Lucas!

La dueña de esa voz era una chica pelirroja con expresión despierta. Era maja, aunque tenía pinta de no aguantar demasiadas tonterías de nadie.

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—Guau, ¡sí que has cambiado durante el verano, Isa! —contestó Lucas—. ¡Casi ni te reconozco!

—¡Pues claro que no me reconoces, melón! ¡Porque no soy Isa!

Lucas se puso rojo de golpe:

—¡Jo, lo siento, Claudia! Eso es lo que pasa cuando

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