Max y la pandilla medieval

Lincoln Peirce

Fragmento

cap-1

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Voy a confesaros algo: ser trovador es bastante rollo.

Eso de «trovador» ya sabéis lo que es, ¿verdad?

Los trovadores trovan: son como cómicos, siempre de viaje. Y el trovador no soy yo, sino mi tío Budrick. Él se encarga de todas las canciones y de todos los malabares. Yo lo acompaño más que nada para ocuparme del caballo.

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Se podría decir que aprendo con él... Se supone que practico con el laúd (ese instrumento que toca él y que parece un muslo de pollo gigante), que memorizo todas las canciones y que me preparo por si al tío Budrick le da un achuchón. Pero hay un problema:

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¿Que por qué no? Bueno, pues porque te pasas el día en la carretera, eso primero. Es un rollo total. Así también cuesta hacer amigos, además, porque siempre te estás moviendo de un pueblo a otro. Y este carromato en el que vivimos no es lo que se dice un hotel de cuatro estrellas... Y... ¿Y qué más? Ah, sí...

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Pero hablo del siglo XIV, ¿eh? Vaya, que hay un montón de cosas que todavía no se han inventado: como las carreteras asfaltadas, los cepillos de dientes y esas tuberías que facilitan la circulación de agua en las casas. Así que es una vida bastante dura, y —ya me disculparás, tío Budrick— no veo cómo unas cuantas canciones y unos trucos manidos podrían ayudar a hacerla más fácil.

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Para que me entendáis, así se supone que tiene que funcionar todo ese asunto trovadoresco: Resulta que acabas yendo a parar a alguna ciudad, y que la multitud se reúne en la plaza. Tú haces un espectáculo. La gente aplaude y te echa monedas en una cesta. Tú utilizas las monedas para comprar comida y así no te mueres de hambre.

Parece sencillo, ¿verdad? Es un intercambio básico en el mundo de los negocios. Pero es que tío Budrick como hombre de negocios es de pena. No se concentra en el dinero. Se distrae con otras cosas, como...

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Es algo que pasa mucho. Eso no significa que todos los días hagan puntería con nosotros, pero esquivamos más flechas de las que podríais pensar. Por lo visto a la gente no le gusta que los extraños tomen atajos que pasan por su propiedad. O tal vez sea que no les gusta cómo canta tío Budrick. Sea como sea, cuando conseguimos dejar atrás al señor Abusón, ya se está haciendo de noche.

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A mí me parece la mar de bien. Nos detenemos junto a unos cuantos árboles y desengancho el coche. «¿Quieres que haga un fuego?», pregunto.

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Pero tío Budrick me mira con expresión avergonzada. «He... He tirado... Se me ha caído la col cuando escapábamos —me dice—. Hoy no habrá sopa, lo siento.»

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Eh... Sí, bueno, me gusta ese optimismo, pero...

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Por suerte para nosotros, resulta que entre mis habilidades está la de subir a los árboles. Así que trepo por entre las ramas mientras tío Budrick espera abajo.

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«¡Vaya, vaya!», dice tío Budrick, cada vez con más emoción en la voz.

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Bueno, ESO llama mí atención.

«¿Qué significa eso de que TUVISTE que partir?»

«Estaba a punto de suceder una desgracia —contesta tío Budrick con un estremecimiento—. Si me hubiese quedado en Byjovia, Max, tal vez me habría convertido en...»

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Uups. Eso ha sonado mal. Pero me quiere tomar el pelo, ¿no? Todo el mundo sabe que los caballeros son valientes y fuertes y todo eso, ¿verdad? En cambio, tío Budrick es...

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Lo que os decía: tío Budrick es un gallina total.

«Bien, ¿qué? —dice—. ¿Comemos?»

«No tan rápido», le digo.

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«En Byjovia —empieza a explicar tío Budrick—, cuando un muchacho cumple los diez tiene que empezar a estudiar un oficio. La mayor parte de los chicos aprenden de sus padres. Si tu padre es panadero, te haces panadero. Si tu padre es herrero, te haces herrero.»

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«Bueno, pues mi padre era caballero —siguió diciendo—, aunque uno poco importante. No era mucho más que un escudero, en realidad. Pero estaba impaciente por apuntarme a la escuela de caballeros.»

Eso me ha dejado boquiabierto.

«¿Había una ESCUELA de CABALLEROS?»

«¡Y tanto que sí! —dice tío Budrick—. Allí es donde te enseñan todos los cometidos caballerescos.»

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«No lo dirás en serio, ¿verdad? —le dije—. ¿POR QUÉ NO ibas a querer?»

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Tío Budrick niega con la cabeza. «No estaba interesado en aventuras. No quería que ningún dragón me tratara como una chocolatina.»

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«Después de verlo actuar, me dije: “¡ESTE sí que es un oficio con el que ganarse el sustento!”»

«Lo dices porque le pagaban dinero, ¿no?»

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«Pero lo más importante de todo es que me tomó como aprendiz. Salí de Byjovia y nunca miré atrás. Había empezado mi carrera como trovador...»

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