Los BuscaPistas 1 - El caso del castillo encantado

José Ángel Labari
Teresa Blanch

Fragmento

Capítulo 2

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Maxi Casos se detuvo frente a la verja del jardín de Pepa Pistas. A su lado, la madre de Maxi daba las últimas instrucciones a su hijo para el fin de semana, mientras Mouse, su mascota, asomaba el hocico desde la capucha de la sudadera.

—¡Pórtate bien! —advirtió la señora Casos, y estampó un sonoro beso en la mejilla del niño—. Y diviértete mucho.

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Maxi asintió y la observó alejarse apresuradamente hacia el supermercado en el que trabajaba. Luego se dirigió hacia la puerta principal e hizo sonar el timbre:

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—¡Hola! —saludó el niño cuando la señora Pistas abrió, con una cría de cobaya en sus brazos—. ¿Y este?

—Uno de mis pacientes. —La madre de Pepa era veterinaria y acostumbraba a llevar a casa a sus clientes más pacíficos—. ¿Preparado para un increíble fin de semana con el abuelo?

Maxi sonrió. Bebito, el hermano pequeño de Pepa, apareció cabalgando sobre el lomo de Pulgas.

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—¡Bájate de ahí! ¡Menudo trasto estás hecho! —Era la voz del señor Pistas que asomaba la nariz desde la puerta de su estudio. El padre de Pepa pasaba casi todas las horas del día encerrado frente a su ordenador, escribiendo novelas de misterio.

—Pepa está en su habitación... Adelante, conoces el camino. —Y la señora Pistas volvió a sus quehaceres.

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Maxi conocía aquella casa como la palma de su mano, porque pasaba allí la mayor parte del tiempo libre. Y es que Pepa y Maxi eran amigos desde...

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El niño sonrió al recordar el día en que se adueñaron de la casita de Pulgas y la convirtieron en la Agencia de Detectives Los Buscapistas.

Maxi se apresuró a subir las escaleras hasta la primera planta. Cuando entró en la habitación, lo primero que vio fue a Pepa peleándose con su bolsa de viaje.

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—¿Qué haces? —Maxi dejó la maleta sobre la cama.

—¡La cremallera se ha atascado! —exclamó la niña con la cara enrojecida por el esfuerzo.

—Déjame ver. Si tiro con fuerza seguro que...

Y ante la cara de asombro de Pepa, Maxi se quedó con la cremallera en la mano.

—¡Uy! Se ha roto... —dijo mirando atónito la lengüeta.

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Pepa dejó escapar un leve suspiro de resignación y sin perder tiempo se dirigió al armario en busca de otra bolsa en la que guardar sus cosas.

—¿Has traído el kit de detectives? —quiso saber Pepa.

—No lo vamos a necesitar.

Pepa pensó que su amigo tenía razón. Los fines de semana con el abuelo eran tranquilos: excursiones por el bosque, salidas en bicicleta, juegos de mesa... Por eso decidió llevarse el libro de Detectives y sabuesos, su serie favorita protagonizada por el inspector Lupita y su sabueso Olfato, que tenía a medio leer.

—Por cierto, ¿adónde iremos? —preguntó Maxi.

—¡Ni idea! —respondió Pepa—. Solo sé que conoceremos a unos viejos amigos suyos. ¡Nada más!

En aquel instante, un auto rojo y destartalado, que parecía a punto de desarmarse en cualquier momento, se detuvo bruscamente frente a la verja del jardín de la familia Pistas e hizo sonar suavemente el claxon un par de veces.

—¡El abuelo ha llegado! —exclamó desde el exterior la madre de Pepa.

Pepa y Maxi se apresuraron a recibirlo y, tras dejar el equipaje en el maletero y despedirse de la familia, ocuparon los asientos traseros del coche.

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—¿No habéis olvidado nada? —preguntó el abuelo.

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