Bat Pat 22 - El gran gruñón de la selva

Roberto Pavanello

Fragmento

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1

HA NACIDO UNA ESTRELLA ué haríais si un equipo de televisión entrara en tromba en vuestra casa?

Eso fue lo que ocurrió una mañana de finales de agosto, en el número 17 de Friday Street, cuando la señora Silver abrió la puerta y se encontró cinco cámaras enfocándola.

—¿Es usted la señora Silver? —preguntó un operador de cámara—. ¿Podemos entrar? ¿Está contenta de ser la madre de nuestra nueva estrella?

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Mientras ella intentaba arreglarse el pelo a toda prisa para no salir despeinada, el equipo aprovechó la ocasión para colarse en el recibidor. Yo todavía estaba durmiendo en la sala de estar y el alboroto me despertó.

El señor Silver, que estaba desayunando, se asomó al recibidor y exclamó:

—¿Qué está pasan...?

Antes de que pudiera acabar la frase, uno de los cámaras le había plantado el micro justo delante.

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—¡Felicidades! —dijo una voz aguda—. ¡En esta casa vive una celebridad!

El que había hablado era un hombrecito moreno que llevaba una americana de seda de color violeta. Yo había visto fotos suyas en algunas revistas de Leo, así que lo reconocí enseguida: era Billy Triscoll, un presentador muy famoso.

—¿Ce-celebridad? —balbuceó la señora Silver. —¿Qué pasa? —preguntó Rebecca.

Mi amita había bajado por las escaleras, seguida

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de Leo y Martin. Los tres iban en pijama y tenían cara de sueño.

—¡Aquí está! —exclamó Triscoll señalando a los chicos—. ¡La estrella entra en escena!

Una maquilladora rubísima se abalanzó sobre Martin y le empolvó la nariz.

Tres cámaras empezaron a grabarlo.
—¿Aún no me he despertado?

—farfulló él—. Sí, claro, es eso, sigo soñando...

—Pues tu sueño se ha hecho realidad, Martin —exclamó Billy
Triscoll—. ¡Saldrás en la televisión! ¡Te harás muy famoso! ¿Estás contento?

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—¡BASTA! —rugió el señor Silver—. ¿Quiere explicarme qué está pasando?

—Ahora mismo —replicó el presentador—. Su hijo ha superado las pruebas de Jóvenes aventureros, el concurso más popular del momento. ¡Lo hemos elegido entre más de doscientos candidatos!

—Tiene que ser un error —gimió Martin mientras la maquilladora le arreglaba el pelo—. Yo no me he presentado a ninguna prueba.

—Creo que ese mérito es mío... —dijo Leo. Todos nos volvimos hacia él.
—Te apunté yo, hermanote —explicó con una sonrisa incómoda—. Rellené el formulario de inscripción por internet y mandé tus fotos y tus notas de la escuela. También puse que eras campeón de ajedrez y de kárate, claro.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Rebecca. —Bueno..., ¿recordáis la discusión que tuvimos la semana pasada?

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Unos días antes, Martin había regañado a Leo porque pasaba demasiado rato delante de la tele y habían empezado a discutir acaloradamente sobre los programas de televisión.

Cuando Leo había dicho que le chiflaban los concursos como Jóvenes aventureros, nuestro «cerebrín» había contestado que él no participaría en una tontería como aquella ni por todo el oro del mundo.

—Así que me puse en contacto con la productora del programa —dijo Leo—. Solo pensaba en lo que me reiría cuando te dijera que estabas en la lista de candidatos. ¡Alucina gelatina! ¿Cómo iba a saber que te elegirían?

—Bueno, ¡pues muchas gracias! —gruñó Martin. —¡Eres un genio! —exclamó Triscoll pellizcando a Leo en la mejilla—. Sin ti jamás habríamos descubierto al talento de tu hermano Martin. Quedará de maravilla en el plató de la nueva edición de Jóvenes aventureros: ¡una isla perdida al

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