El fantasma de los mares (Serie Bat Pat 36)

Roberto Pavanello

Fragmento

cap-1

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l día de Halloween me quedé solo en casa. La familia Silver se había ido de expedición al Goldenshop, el resplandeciente centro comercial de Fogville: ¡un lugar que a mí siempre me daba dolor de cabeza! Por eso, había preferido quedarme en casa a dormitar, que es lo que hacen durante el día los murciélagos normales. Bueno, también porque sabía que más tarde Rebecca me obligaría a seguirla de casa en casa mientras, disfrazada de bruja, pronunciaba la famosa frasecita «¿Truco o trato?», que en realidad quiere decir «O me das golosinas o te hago una jugarreta». (Si yo hubiera podido elegir la habría cambiado por «¿Insecto o revoloteo?», es decir, «¡O me das un insecto apetitoso o te revoloteo por la cabeza!».)

Por desgracia, me despertaron de sopetón unos ruidos sospechosos procedentes del piso de abajo: golpes secos, chirridos, un lamento ahogado y, al final, unos pasitos ligeros. ¡Miedo, remiedo! ¿Quién había entrado en casa? ¿Un ladrón? ¿Un asesino? El instinto de supervivencia me decía: «¡Sal pitando, Bat, sal pitando!», pero la fidelidad que siento por la familia Silver me ordenaba: «¡Plántale cara y échalo a la calle!».

Ganó la fidelidad. Salí con mucho sigilo del desván y me puse a explorar la casa de una punta a otra con las orejas bien tiesas, listo para salir pitan... Esto... ¡Listo para echar a la calle al malhechor! Sin embargo, al llegar al vestíbulo me encontré con un espectáculo curioso: una hilera de fantasmas blancos colgados por todas partes que se balanceaban en la penumbra. ¿Quién los había puesto allí? ¿Los hermanos Silver antes de irse? ¡No me había enterado!

De repente vi pasar por la pared del pasillo una sombra a cuatro patas... ¡GIGANTESCA! ¿Qué era? ¡No tuve tiempo de responder, porque me encontré delante unos ojos amarillos de dragón y la bestia feroz se me echó encima con las garras desplegadas! La esquivé por los pelos y luego hice lo que me enseñó desde pequeño mi padre, Demetrio: «¡Si tu adversario puede hacerte picadillo, da media vuelta y corre que te pillo!». En dos palabras: «¡Sal pitando!».

Y eso hice, pero cuando ya le había dado la espalda me pareció que alguien lo llamaba en voz baja. Me dio igual, yo me fui corriendo al desván y cerré la puerta con llave. Ya solo se oía un ruido: ¡el bum repetido de mi pequeño corazón!

Al cabo de un minuto una llave giró en la cerradura de la puerta de la calle: ¡los Silver habían vuelto!

Al instante decidí bajar a avisarlos del peligro, pero por desgracia no llegué a tiempo. Cuando entré en el vestíbulo la familia entera miraba embobada los pequeños fantasmas resplandecientes.

Bueno, todos no: Rebecca, en cuclillas, estaba acariciando sin miedo... ¡AL MONSTRUO!

El chillido de terror que estuve a punto de lanzar se me quedó atascado en la garganta. No era un monstruo, sino... ¡un gato! Sí, sí, vosotros reíd. Es que era un gato gigante: una bola de pelo blanco enorme, el doble de grande que un minino normal y con unas pedazo de uñas con las que desde luego podría haberme hecho trizas. En fin, lo que había que descubrir era qué hacía allí y, sobre todo, quién había colgado en nuestra casa las golosinas de Halloween en forma de fantasma.

—¡El gato no ha sido, seguro! —bromeó Leo, antes de dar un lametón de prueba a un fantasmita.

Rebecca, por su parte, leyó la placa del animalote.

—Aquí pone «Capitán M.» —dijo.

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—¡Esta historia me huele a chamusquina! —aseguró el señor Silver—. Lo mejor será llamar a la policía...

Ya estaba a punto de descolgar el teléfono cuando alguien llamó a la puerta.

—¡Ya están aquí los primeros cazadores de golosinas! —rio la señora Silver, pero nada más abrir soltó un chillido de puro remiedo.

¡Por el sónar de mi abuelo! En el umbral había un espectro alto y delgado que nos miraba fijamente. Encima, para dar más miedo, se puso a agitar los brazos y a aullar, pero en cuanto dijo algo se nos pasó el susto:

—¡Soy el fantasma de Amos Fortune! ¡Mostrad respeto y soltad una golosina!

—¡Eh, fuera de aquí! —contestó Leo, enfadado—. ¡Tú no eres un niño!

—¡Pues no! Pero he venido a buscar a mi gato fantasma —respondió el espectro—. ¿Por casualidad no lo habréis visto? Es blanco como yo y se llama...

—Capitán M. —se adelantó Martin—. Y me apuesto lo que sea a que navegar no le da miedo, ¿verdad..., tío?

Del fantasma salió una sonora carcajada. Luego se quitó la sábana y apareció un señor vestido de marinero, con una narizota enorme y ganchuda y un bigote muy poblado.

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