TinenQa y el secreto del juego

TinenQa

Fragmento

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Eso es lo primero que pensé cuando vi el anuncio del nuevo juego. Entre dibujos de espirales y puntos de colores, una voz gutural anunciaba, de forma repetitiva:

ES EL VIDEOJUEGO DEFINITIVO,

EL GAME QUE QUERRÁS TENER.

DESPUÉS DE ESTE,

NO PODRÁS PROBAR OTRO.

Yo me reí. En el anuncio, acto seguido, aparecían una serie de pantallas que me resultaban muy familiares. Eran, sin duda, UNA MEZCLA DE VIDEOJUEGOS a los que yo había jugado ya alguna vez.

—Mira, Amaya —le dije a mi hija—. ¿Quién crees que va a querer ese juego? ¡Es una copia demasiado obvia!

En ese momento Amaya mordisqueaba una galleta y dejaba un rastro de migas por el suelo.

—¿Tatie?

—Exacto, nadie.

Y me olvidé del anuncio, porque el deber me llamaba: Amaya ya se había cansado de la galleta y había decidido meterse el mando del televisor en la boca.

Aquella noche, mientras cenábamos, me pareció que Manu estaba en otro mundo.

—¿No te gustan los huevos fritos?

Yo sabía que eran uno de sus platos favoritos y que, cuando ponía así la boca (cerrada y pequeña, como si quisiera esconderla dentro de la cara), era porque tenía alguna cosa en la cabeza.

Amaya, mientras tanto, había repartido el huevo frito por toda la trona y la yema amarilla le goteaba desde la barbilla hasta el babero.

Manu pasó el trapo, pero estaba tan distraído que lo único que hizo fue esparcir aún más el huevo.

—Manu, ¿estás bien?

—¿Has visto el nuevo VIDEOJUEGO?

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—¿Cuál? —Intenté hacer memoria.

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Entonces me acordé del anuncio, de las espirales y de los puntitos de colores. Me reí.

—Sí, qué juego más tonto, ¿verdad? Es como una mezcla de Minecraft y de Granny Simulator, ¡o incluso de Piggy!

»UNA COPIADA TOTAL,

VAMOS.

—Pues a mí me parece interesante.

Justo en ese momento, Amaya decidió coger la clara del huevo y restregársela por el pelo. Esta vez fui yo quien acudió al rescate: frené a la pequeña antes de que el huevo hiciera de champú.

—¿Interesante? Pero si no es nada nuevo.

—Puede que tenga cosas de otros VIDEOJUEGOS, pero eso no significa que sea una copia. Mira los artistas, todos se copian para luego crear algo nuevo. De verdad, Tina, yo creo que puede ser EL VIDEOJUEGO DEFINITIVO.

Amaya había metido lo que quedaba de huevo en el vaso de agua. Pero esta vez ni nos inmutamos: la chapuza ya estaba hecha. Manu siguió hablando:

—Además, ya está en todos los foros y todo el mundo habla de él. ¡Tenemos que probarlo!

A mí, para ser sincera, sus argumentos no me habían terminado de convencer. Había algo en ese VIDEOJUEGO que

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Y yo, aunque ya hacía años que había colgado mi capa de superheroína, siempre había hecho caso a mis intuiciones.

—¿Mamos cama?

Toda la mesa estaba ahora salpicada de huevo e incluso Manu tenía un trozo de yema colgando de la oreja. En fin, cosas de niños.

—Sí, cariño. Papá te lleva.

Aquella noche era Manu quien acostaba a Amaya y yo me quedé recogiendo la cocina.

Cogí una servilleta de papel y froté los restos de comida. ESTABA UN POCO INQUIETA y sabía que tenía algo que ver con ese VIDEOJUEGO, pero intenté no pensar en ello. Al fin y al cabo, era solo un juego. ¿O no?

El día del lanzamiento del videojuego había generado tanto interés que incluso había gente que había decidido dormir la noche al raso o bajo tiendas de campaña para hacer cola. Querían ser los primeros en comprarlo.

No dejaba de SORPRENDERME que, con el frío que hacía, hubiera gente tan valiente.

La ciudad se había levantado cubierta de nieve y aquella noche Amaya había venido a nuestra cama a dormir con nosotros.

NO HABÍAMOS PEGADO OJO: cuando Amaya se escapaba de su cuna y venía a nuestra cama, siempre parecía estar en un combate callejero. Aunque dormía profundamente, arrojaba tantas patadas y puñetazos que parecía una karateca. Dormir con un niño pequeño puede ser peor que dormir con un león escapado del zoo.

Manu fue el primero en despertarse, o por lo menos el primero en querer levantarse de la cama.

—¿Por qué tan TEMPRANO? —pregunté.

—Papá, a momir —balbuceó Amaya.

—Pero ¿no os acordáis? —dijo él con una sonrisa de felicidad—.

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—Pero hace mucho frío —dije yo, intentando arrebujarme entre las sábanas.

—Papá, a momir —repitió Amaya.

—¡Venga, vestíos, por favor! ¡Voy a ir preparando el desayuno!

—Mamá, teno sueno.

—Yo también, hija, yo también.

Vestir a Amaya siempre me había parecido una odisea. Cuando le ponía el pañal, intentaba escaparse y era más escurridiza que un plato de espaguetis llenos de mantequilla.

—Por favor, Amaya —le decía intentando ponerle encima el bodi, las camisetas térmicas, el chándal, el buzo, los guantes, el gorro, la bufanda, los calcetines y las botas forradas. Cuando terminé parecía una estrella, como estaba era incapaz de cerrar las piernas y los brazos. Para poder meterla dentro del carrito casi tuve que ajustarla. La pobre quedó encajonada y apenas se podía mover. Se me escapó la risa, ESTABA MUY GRACIOSA.

De fondo oí que en la radio de la cocina anunciaban el VIDEOJUEGO definitivo.

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La ciudad estaba llena de carteles con escenas del VIDEOJUEGO. Los había por todas partes: en las farolas, en los buzones, colgados de los árboles. Cada vez me daba peor impresión.

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Y ¿quién tenía tanto poder como para dominar la ciudad de aquella manera? Había algo

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El carrito de Amaya se atascaba todo el rato en la nieve, que se había ennegrecido. A pesar de que me había puesto unas botas de esas que son resistentes a todo, yo también me resbalaba. Había mucha gente en la calle. Parecía que todo el mundo había decidido madrugar aquella mañana.

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—Venga, daos prisa —decía Manu—, que, si no, cuando lleguemos, no quedará ninguno.

—Teno hame —dijo Amaya.

—Pero, hija, ¡si acabas de comer! Estás hecha una tragona.

Saqué un palito de pan y Amaya enseguida lo convirtió en una papilla blanda. <

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