Una visita de pesadilla (¿Por qué a mí me pasa esto? 1)

Issa Alen

Fragmento

Uno:

Así empezó mi día

Ese día se despertó de muy mal humor. Era sábado, ¡¿por qué tenía que levantarse tan temprano?! ¡Ay, cierto! Por el maldito trabajo de su mamá: era enfermera y le tocaba cubrir unos turnos en el hospital. Sofía solía pasarlo en la casa de su mejor amiga, pero ese fin de semana Cami no estaba y entonces la elegida para cuidarla había sido su tía abuela Gertrudis.

Apenas si la conocía. ¡Ger−tru–dis! Un nombre que daba miedo…

−Si tuviera un celular me podría quedar aquí sola –protestaba Sofi mientras se vestía a las corridas.

−De ninguna manera. Eres muy pequeña para un celular y mucho más para quedarte sola.

Y lo peor era que Gertrudis, en persona, daba muchísimo más miedo: cara llena de arrugas, nariz laaaarga y puntiaguda, orejas que le colgaban hasta los hombros, y unos pocos pelos pegoteados. Como si eso fuera poco, en medio de la frente tenía un lunar negro, blandito que no paraba de moverse de un lado para otro.

Sofía apenas tuvo tiempo de quejarse: la mamá la arrastró hasta el auto y después de un viaje bastante largo −la tía abuela vivía en las afueras de la ciudad−, la dejó en la puerta de la casa. Se despidió con unos bocinazos rápidos:

−Gracias, gracias, Gertrudis. A la tardecita la vengo a buscar. ¡Adiós, Sofi!

El auto desapareció en segundos y Sofía no supo muy bien qué hacer. La vieja la miró fijo y le dijo:

−Creo que te estás olvidando de algo, querida. ¡Todavía no me saludaste!

Y el lunar se movía de un lado a otro, negro, asqueroso.

−Ah, hola, tía. Gracias por…

Tiíta −la corrigió Gertrudis−. Quiero que me llames “tiíta”. ¿Me entendiste bien?

−Sí, sí… tía, tiíta, te entendí…

Sofía se secó disimuladamente una lágrima. Entonces la tía le dio un empujón por la espalda, la hizo entrar en la casa y cerró de un portazo. Estaba atrapada.

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