Kitty y el parque de atracciones (Kitty)

Paula Harrison

Fragmento

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Kitty brincaba por el patio del colegio al salir de clase.

—¿Sabes qué? —Sonrió a su padre y a Max, su hermanito—. Hay un nuevo parque de atracciones en Taylor’s Green.

—¿En serio? ¡Suena genial! —le dijo su padre, también sonriendo.

—¡Y abre mañana! —dijo muy emocionada Kitty—. Dicen que habrá manzanas de caramelo y de todo. En clase hoy nadie hablaba de otra cosa.

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A Max se le pusieron los ojos como platos.

—Hala, ¡manzanas de caramelo!

Kitty entrelazó las manos como si se fuera a poner a rezar.

—¿Podemos ir, porfi?

—Igual el fin de semana —respondió su padre mientras los guiaba hacia la puerta del colegio—. A ver qué dice mamá.

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Kitty se alejó dando brincos, con la cabeza llena de algodón de azúcar y de vueltas en la noria. Cruzó corriendo la verja del parque. Los polluelos cantaban en los árboles y el sol brillaba entre las ramas. Kitty notaba sus superpoderes burbujeando en su interior. Se echó una carrera y dio tres saltos mortales seguidos, aterrizando de pie con elegancia.

Kitty tenía un secreto muy especial. Tenía superpoderes gatunos, y por eso le resultaba tan sencillo dar brincos y volteretas. Con sus sentidos tan agudos, podía ver en la oscuridad y detectar sonidos a kilómetros de distancia.

Lo que más le gustaba de ser superheroína en prácticas era poder hablar con los animales. Le encantaba vivir aventuras a la luz de la luna con su pandilla gatuna y surcar los tejados al anochecer.

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Kitty dio un brinco para columpiarse en una rama. Su padre y Max iban bastante atrás, y sabía que debía esperarlos. Pero, de repente, vio de reojo que una gata blanca de pelaje largo asomaba tras el tronco de un árbol.

—¡Sal, Misi! Sé que estás ahí. —Sonrió. Misi era uno de los miembros de su pandilla gatuna. La gatita blanca era muy traviesa y le encantaba gastarle bromas a todo el mundo.

—¡Miau! ¡Te he pillado, Kitty! —Misi se abalanzó sobre Kitty y rebotó en su pie.

—¡Hola, Misi! —la saludó Kitty, riendo—. ¿Qué haces aquí?

—Vengo con noticias frescas. —A Misi le brillaban los ojos verdes—. He hecho una nueva amiga, una gata que se llama Hada. Me ha enseñado a hacer un montón de trucos muy chulos. ¡Mira este, por ejemplo!

Misi corrió hacia los columpios y se colgó por la cola en uno de ellos. Luego se montó en el balancín, apoyándose sobre la punta de las patas.

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—¡Mola! —dijo Kitty, asombrada.

Misi bajó al suelo.

—Le he contado que eres una superheroína y todas las aventuras que hemos vivido juntas. Dice que quiere conocerte. ¿Puedo llevarla a tu casa esta noche?

—¡Claro que sí! —dijo Kitty—. Me encantaría conocer a tu nueva amiga.

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—¡Gracias, Kitty! Nos vemos luego. —Y Misi se alejó brincando entre los árboles.

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Antes de irse a la cama, Kitty estaba esperando a Misi en el alféizar de la ventana. Su mejor amigo, un gatito anaranjado que se llamaba Mandarino, estaba hecho un ovillo a su lado. Kitty le había conocido en la primera aventura que vivió como aprendiz de superheroína.

Ahora vivía con ella y dormía siempre en su cama.

El cielo se oscureció y la luna, llena y brillante, se elevó sobre las casas y los edificios. Abajo, en la calle, pasaban coches con sus faros cegadores.

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Kitty se asomó por la ventana, esperando ver a Misi sorteando con agilidad los caños de las chimeneas.

—¿Seguro que ha dicho que vendría esta noche? —Mandarino bostezó.

—Segurísimo. —Kitty frunció un poco el ceño—. Aunque igual ha cambiado de idea.

—Creo que deberíamos irnos a dormir. —Mandarino se acurrucó contra su brazo—. ¡Tengo mucho sueño!

—¡Mira, por ahí viene! —Kitty avistó a la gata a lo lejos. Entonces, con su visión nocturna, se fijó mejor—. No, espera. ¡Ese es Fígaro!

Fígaro saltaba por los tejados, y sus patitas blancas resplandecían a la luz de la luna.

Subió de un salto a la ventana de Kitty y se alisó los bigotes oscuros.

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—Buenas noches, Kitty. Me temo que traigo malas noticias. Me ha parecido que era mejor que lo supieras por mí.

—¿Qué ha pasado? —dijo Kitty, asustada—. ¿Alguien necesita mi

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