Kitty y la desaparición misteriosa (Kitty)

Paula Harrison

Fragmento

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—¿Tienes ya en casa a tu nuevo hámster? —le preguntó Kitty a su amiga Emily.

Estaban almorzando en el comedor del colegio. Emily se comió una galleta y los ojos le brillaron por la emoción.

—Ayer le rescatamos del refugio de animales. Tiene el pelo blanco más suave del mundo mundial y, cuando se acurruca para irse a dormir, ¡parece una bolita de peluche! De hecho, duerme muchísimo.

Kitty sonrió. Ella sabía lo estupendo que era cuidar a un animal especial. Mandarino, su gatito anaranjado de rayas, era su mejor amigo. Le había rescatado de la torre del reloj cuando era pequeño, y desde entonces vivía con ella y con su familia.

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—Le he llamado Marvin —añadió Emily.

Kitty acabó el zumo de manzana y cerró su táper.

—¡Qué ganas tengo de conocerle! Por lo que cuentas, ¡parece adorable!

—Le voy a preguntar a mamá si puedes hacernos una visita —dijo Emily entusiasmada. Aunque luego le cambió la cara—. Pero me temo que este finde no va a poder ser, porque vamos a ir a ver a mi abuela y no volveremos hasta el domingo por la noche. Me preocupa un poco dejar aquí solo a Marvin, la verdad. Mis padres me dijeron que le puedo preparar un montón de comida y que así no pasará hambre, pero ¿y si se siente solo? ¿Y si se le acaba el pepino? Es su comida favorita.

—¿Y si voy a verle mientras tú no estás? —dijo Kitty—. Así puedo darle una ración extra de pepino.

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—¡Sería genial! —dijo Emily supercontenta.

—Se lo tengo que preguntar a mis padres, pero seguro que no me pondrán ningún problema. Les encantan los animales. —Kitty sonrió mientras se dirigían al patio. Existía un motivo muy concreto por el que a su familia le gustaban tanto los animales.

Kitty, su madre y su hermano pequeño tenían superpoderes gatunos. Kitty podía correr, saltar y mantener el equilibrio igual que un gato. También tenía un superoído y una visión nocturna alucinante. Y lo mejor de todo era que podía hablar con los animales y entender lo que decían. Aún estaba entrenándose para convertirse en una superheroína, pero, siempre que podía, no dejaba pasar la oportunidad de ayudar a los demás, ¡aunque fuera dándoles una ración extra de pepino!

—La casa de Emily es la del rosal de rosas rosas —dijo Kitty, que iba paseando al día siguiente delante de su padre y de su hermanito Max.

A sus padres les pareció estupendo que Kitty echara una mano con el hámster, y los padres de Emily les habían dejado las llaves por la mañana. Kitty abrió la verja y corrió por todo el sendero hasta llegar a la puerta principal de Emily.

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—Nos quedaremos en la planta de abajo —le dijo su padre mientras abría la puerta—. Tarda todo lo que quieras y comprueba que el hámster tenga cuanto necesite.

—¡Gracias, papá! —Kitty corrió a la nevera y cogió un táper con palitos de pepino. Luego subió con paso ligero las escaleras. Kitty había estado en casa de Emily un montón de veces, pero nunca había conocido a Marvin. El pequeño hámster corría dentro de su rueda, y sus patitas iban arriba y abajo, arriba y abajo.

Kitty se acercó a su jaula y sonrió:

—Hola, Marvin. Soy Kitty y he venido a cuidar de ti hasta que vuelva Emily.

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Marvin no se paró a mirar a Kitty. La rueda chirriaba mientras corría.

—Te voy a cambiar el agua y la comida —añadió Kitty—. ¿Te apetece un poco de pepino?

Abrió la puertecita de la jaula y le cambió la comida. Luego le rellenó el agua. Por último, abrió el táper de pepino y puso unos palitos dentro de la jaula.

—¿Así está bien? —le preguntó a Marvin—. Emily no me dijo cuánto comes exactamente.

Marvin no se giró ni levantó las orejas. Simplemente, seguía corriendo. Kitty frunció el ceño. Le parecía raro que Marvin hiciese tanto ejercicio cuando Emily le había contado que era un dormilón. ¿A lo mejor estaba nervioso por si le habían abandonado?

Volvió a acercarse a su jaula.

—Escúchame, ¡todo saldrá bien! —dijo suavemente—. Emily volverá muy pronto.

Las patitas de Marvin seguían golpeando la ruedecita.

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—Solo va a estar fuera hasta mañana por la noche —intentó de nuevo Kitty—. Y sé lo mucho que le encanta cuidarte.

Marvin no contestó. Le temblaban los bigotes al correr. Tenía la mirada fija en algún punto al otro lado de la ventana que tenía enfrente.

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Kitty le observaba inquieta. Estaba segura de que algo iba mal.

—¿Estás bien? Si necesitas algo más, puedo ir a buscarlo.

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