Ana de las tejas verdes 8 - Hasta siempre, señorita Shirley

Lucy Maud Montgomery

Fragmento

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Álamos Ventosos

Callejón del Susto

14 de septiembre

Me cuesta muchísimo aceptar que nuestros dos preciosos meses juntos hayan terminado. Han sido demasiado bonitos, ¿verdad, mi amor? Y ahora que da comienzo mi segundo año en Seaside, únicamente faltan dos para que…

(Se omiten varios párrafos).

Pero volver a Álamos Ventosos también ha tenido muchas cosas buenas. Me ha gustado incluso ver de nuevo a Dusty Miller tomando el sol en el alféizar de la ventana de la cocina.

Las viudas se alegraron de verme, y Rebecca Dew me dijo con mucha sinceridad:

—Qué bien que esté aquí otra vez.

La pequeña Elizabeth opinó lo mismo, tuvimos un reencuentro exultante junto a la puerta verde.

—Me daba un poco de miedo que se hubiera ido al mañana sin mí —me confesó.

—¿No hace una tarde maravillosa? —pregunté.

—Si está usted, siempre es una tarde maravillosa —me contestó.

¡Menudo piropo!

—¿Qué has hecho este verano, cariño? —quise yo saber.

—Pensar… —contestó la pequeña Elizabeth en voz baja—en todas las cosas buenas que ocurrirán en el mañana.

Entonces subimos a la habitación de la torre y leímos un cuento sobre elefantes. La pequeña Elizabeth siente un gran interés por los elefantes en estos momentos.

—Los elefantes tienen algo mágico hasta en el nombre, ¿no cree? Espero conocer muchos elefantes en el mañana.

Pusimos una reserva de elefantes en nuestro mapa del País de las Hadas. No tiene ningún sentido darse aires de superioridad y adoptar una expresión desdeñosa, como sé que harás al leer esto, Gilbert mío. ¡El mundo siempre tendrá hadas! No puede funcionar sin ellas, y alguien tiene que suministrarlas.

También es bastante agradable haber vuelto al instituto. Katherine Brooke no se ha vuelto más simpática, pero mis alumnos parecieron alegrarse de verme y Jen Pringle quiere que la ayude con el vestuario de los ángeles para el concierto de la iglesia.

Creo que académicamente este curso va a ser mucho más interesante, porque han añadido la asignatura de historia canadiense al programa.

Vamos a reorganizar el club de teatro y a pedirle a todas las familias relacionadas con el instituto que paguen una suscripción. Lewis Allen y yo visitaremos todas las casas de Dawlish Road el sábado por la tarde para intentar convencerlos, y Lewis matará dos pájaros de un tiro y sacará fotografías de las granjas que visitemos para presentarlas a un concurso. El premio son veinticinco dólares, y con eso podría comprarse un traje y un abrigo, que le hacen mucha falta. Ha trabajado en una granja todo el verano y este año vuelve a encargarse de las tareas domésticas en su casa de huéspedes. No debe de gustarle mucho la situación, pero jamás se queja de ella. Me cae bien. Este es su último año en el instituto, y después aspira a asistir un año a la Universidad de Queens. Las viudas van a invitarlo a cenar todos los domingos que puedan este invierno. Hablé con la tía Kate y la convencí de que me dejara cubrir esos gastos extra. Por supuesto, no intentamos persuadir a Rebecca Dew, sino que le pregunté a la tía Kate delante de ella si podía invitar a cenar a Lewis Allen al menos dos domingos al mes, y ella me contestó con frialdad que no podían permitírselo.

Rebecca Dew soltó un grito de angustia.

—¡Esta sí que es la gota que colma el vaso! ¡Ser tan pobres que no podemos permitirnos dar de comer de vez en cuando a un chico serio y responsable que está intentando recibir una buena educación! Se gastan más en comida para Ese Gato, que está a punto de reventar. Quítenme un dólar de mi salario si es preciso e inviten al muchacho.

¡Mi querida Rebecca Dew! Al final ni su salario ni la cantidad de comida de Dusty Miller serán menores, y Lewis Allen vendrá a cenar de vez en cuando los domingos.

Anoche la tía Chatty se coló en mi habitación para decirme que quería una capa con abalorios, pero que la tía Kate le había dicho que era demasiado vieja para eso y había herido sus sentimientos.

—¿Cree que tiene razón, señorita Shirley? No quiero ir haciendo el ridículo, pero las capas con abalorios siempre me han parecido muy alegres y ahora vuelven a estar de moda.

—¡Demasiado vieja! —contesté—. Pues claro que no lo es, querida —la tranquilicé—. Nadie es nunca demasiado viejo para ponerse lo que le apetezca. Si fuera demasiado vieja, no le apetecería ponérsela.

—Me la compraré y desafiaré a Kate —dijo la tía Chatty con una expresión de todo menos desafiante.

Pero creo que lo hará y creo que sé cómo conseguir que la tía Kate lo acepte.

Estoy sola en mi torre. Fuera reina la quietud de la noche y el silencio es aterciopelado. Ni siquiera los álamos se mueven. Acabo de asomarme por la ventana y he lanzado un beso en dirección a alguien que está a menos de ciento cincuenta kilómetros de Kingsport.

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Dawlish Road era un camino serpenteante que aquella tarde invitaba a pasear, o eso les parecía a Ana y a Lewis Allen mientras lo recorrían. De vez en cuando se detenían para disfrutar de la luz que se filtraba entre los árboles o para fotografiar alguna casita pintoresca situada en una hondonada frondosa. Lo que no era tan agradable, quizá, era ir llamando a las puertas para pedir a la gente que se suscribiera al club de teatro, así que decidieron hacer turnos para hablar.

—¿No te parece que los caminos son interesantes, Lewis? No los rectos, sino los que tienen curvas y recodos tras los que puedes encontrarte cosas hermosas y sorprendentes. Siempre me han encantado las curvas de los caminos.

—¿Adónde va a parar Dawlish Road? —preguntó Lewis con pragmatismo, aunque al mismo tiempo pensó que la voz de la señorita Shirley siempre le recordaba la primavera.

—¿Qué más da? A lo mejor va hasta el fin del mundo y vuelve. Esta tarde no tenemos ninguna prisa ni ningún destino, nuestro objetivo es disf

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