Veinte mil leguas de viaje submarino

Julio Verne

Fragmento

veinte_mil_leguas_de_viaje_submarino-5

4

El encuentro con
el monstruo marino

Al oír el grito, toda la tripulación corrió hacia Ned.

A pocos metros de allí, el mar parecía estar iluminado por debajo. ¡El monstruo proyectaba un resplandor muy muy intenso!

El barco se acercó y examiné el animal con tranquilidad. Calculé que medía unos ochenta metros. Parecía estar quieto, mecido por las olas, y el capitán decidió aprovechar la ocasión.

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La nave avanzó con cuidado y Ned se colocó inclinado sobre la barandilla, agarrado con una mano al barco y blandiendo en la otra el arpón. Apenas le separaban seis metros del animal.

De pronto arrojó con gran fuerza el arpón con el líquido tranquilizante y ¡CLANC!: el arpón chocó con algo muy duro. La luz del animal se apagó y luego dos enormes chorros de agua cayeron sobre nosotros. ¡Le habíamos enfadado muchísimo!

Las columnas de agua barrieron la cubierta derribando a hombres y rompiendo todo lo que encontraban. En medio de la confusión, no conseguí cogerme a la barandilla y caí al mar.

Por suerte soy un buen nadador y no me asusté. Intenté orientarme y buscar mi barco con la vista. ¿Se habrían dado cuenta de que me había caído? ¿Habrían lanzado un bote en mi búsqueda?

—¡Socorro! ¡Socorro! —grité nadando hacia las luces del barco, a medida que se iba alejando.

La ropa me estorbaba porque el agua la pegaba al cuerpo y paralizaba mis movimientos. Cuando las fuerzas se me estaban agotando, vi que un flotador salvavidas se dirigía hacia mí como por arte de magia.

—Aquí estoy, profesor.

¡Era Conseil! Me sujeté al flotador con fuerza mientras mi querido Conseil me ayudaba.

—Gracias, Conseil. ¿Los chorros de agua también te tiraron al mar?

—¡De ningún modo, profesor! Pero al ver que usted caía le seguí.

En aquel momento la luna asomó entre los bordes de una espesa nube. Levanté la cabeza y vi el barco ya muy lejos. Quise gritar, pero ¿me oirían a tanta distancia?

—¡Socorro! ¡Socorro! —grité.

Prestamos atención y nos pareció oír una voz diciendo «Por aquí».

—¿Ha oído, profesor?

Esta vez no había error posible. Una voz humana estaba respondiendo y guiándonos.

Continuamos nadando hasta ver una sombra de pie sobre el mar. ¿Cómo era aquello posible? Nos acercamos y chocamos con algo. La sombra nos ayudó a subir.

—¡Ned Land! —exclamé.

—¡El mismo! —respondió él con una carcajada.

—¿Ha sido arrojado al mar por el agua? —le pregunté.

—Sí, profesor, pero pude hacer pie en su narval o, mejor dicho, en el barco. Mire: la fiera está hecha de acero.

Me incorporé rápidamente sobre el objeto y lo golpeé con el pie. El lomo de color negro que nos sostenía era liso y desde luego no estaba hecho de carne, ¡sino de planchas atornilladas! Ya no había duda: el monstruo era un submarino con forma de ballena.

Justo entonces escuchamos un ruido procedente de la parte trasera del submarino. ¡Nos sumergíamos!

—¡Eh, abrid! ¡No nos dejéis aquí! —exclamó Ned pateando con todas sus fuerzas la plancha.

El submarino se detuvo y escuchamos ruido. Se levantó una escotilla y vimos la cabeza de un marino, que dio un grito y desapareció enseguida. Poco después, varios marineros más salieron y nos acompañaron al interior de aquella formidable máquina.

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