Bailar con el corazón (Clase de Ballet 5)

Elizabeth Barféty

Fragmento

bailar_con_el_corazon-1

Sofia avanza deprisa por el pasillo. Delante de ella, Zoé y Colas discuten por una exposición de ciencias que han preparado juntos.

—Te pasas —suspira el niño rubio recolocándose con la mano un mechón de pelo rebelde—. ¡Tenías que encargarte de toda la segunda parte!

—Y quién ha hecho todos los dibujos, ¿eh? —protesta la pequeña pelirroja.

Sofia sonríe. Colas y Zoé se llevan bien, pero se pasan el día chinchándose... Y a veces discuten de verdad. Como ella, sus dos amigos están en quinto de primaria, aunque no siguen un plan de estudios normal. Son todos alumnos de sexto nivel en una escuela de danza, es decir, del primer año.

Los alumnos de este centro asisten a sus clases de primaria o de secundaria por la mañana y dedican la tarde a la danza y a las actividades artísticas: expresión musical, mímica... El ritmo es intenso, pero la niña italiana no se queja. Poder dedicar tanto tiempo a su pasión es una gran suerte. Y además ha hecho amigos en la escuela. Jamás habría imaginado que formaría parte de una pandilla. Sofia es tan tímida que prefiere hacer las fotos que salir en ellas.

Sin embargo, a pesar de sus dificultades con el francés, sus amigos la acogieron, la consolaron y la animaron. Además de la rebelde Zoé y del guapo Colas, la pandilla cuenta también con tres alumnos de sexto de primaria: Constance, la buena alumna, la amable Maïna y el divertido Bilal. «¿Cómo me llamarían a mí?», se pregunta de repente Sofia mientras Colas empuja la puerta del gran auditorio de la escuela. «¿Sofia la discreta?»

Es verdad que no siempre participa en las conversaciones animadas, que a veces aún sigue costándole seguir. Pero se siente en su lugar entre sus amigos, que la entienden. Gracias a ellos aguanta lejos de su familia, que vive en Turín, lejos de su país, Italia, y de su lengua materna.

Esta mañana han llamado a los alumnos al auditorio para darles una noticia.

Cuando Sofia, Colas y Zoé entran en la sala, una morena alta con la piel de color café con leche que está sentada en la tercera fila levanta una mano para que sus amigos la vean.

—¡Os hemos guardado sitio! —dice Maïna cuando llegan a su altura.

Bilal y Constance están sentados a su lado. La pandilla está al completo.

—¿Sabéis qué van a decirnos? —pregunta Bilal mientras Sofia se sienta en la primera butaca de la fila, al lado de Colas.

—Este fin de semana, Frantz nos habló de la Gala de las Escuelas —contesta este último—. ¿Será eso?

El hermano mayor de Colas también es alumno de la escuela. Está en el segundo nivel.

Maïna asiente con los ojos brillantes. Mientras Sofia intenta recordar qué es esa famosa gala, de repente el auditorio se queda en silencio.

La señorita Pita, la directora de la escuela, acaba de salir al escenario. Se queda unos segundos callada para captar la atención de todos y después empieza a hablar:

—Seguramente algunos de vosotros ya habéis oído hablar del evento excepcional que tenemos el placer de organizar este año: la Gala de las Escuelas del Siglo xxi. En esta ocasión, recibiremos a alumnos de todo el mundo, en concreto de siete escuelas internacionales: Toronto, en Canadá; San Francisco, en Estados Unidos; Londres, en el Reino Unido; Copenhague, en Dinamarca; Stuttgart y Hamburgo, en Alemania, y por último San Petersburgo, en Rusia. Nos presentarán piezas de su repertorio, y todos participaremos en el Desfile de las Escuelas.

Sofia echa un vistazo a su alrededor y enseguida lamenta no poder hacer fotos. Todos los alumnos están maravillados, sonrientes e impacientes.

—Para todos vosotros será una estupenda ocasión para conocer a jóvenes bailarines de otros países, para descubrir tradiciones y costumbres diferentes de las vuestras, para intercambiar experiencias y aprender.

A continuación, la señorita Pita explica con más detalle cómo se llevarán a cabo los preparativos e indica a los alumnos los ensayos que deberán añadir a su programa. Unos minutos después sale del escenario y los alumnos se levantan entre un alboroto entusiasta.

Como los alumnos invitados tienen entre dieciséis y dieciocho años, los que tendrán la ocasión de bailar y cambiar impresiones con ellos serán sobre todo los niveles más avanzados. Para los más pequeños es un poco frustrante.

—Me encantaría estar en el primer o en el segundo nivel solo durante el desfile —murmura Constance, pensativa.

—¿Y hacer el examen de admisión al ballet de la compañía a final de curso? —pregunta Bilal—. ¡No, gracias!

—Frantz tiene suerte —comenta Zoé—. ¿Crees que podrá presentarnos a alumnos extranjeros?

—Puedo pedírselo —le contesta Colas—. Pero durante meses me tocará escucharlo hablar de su «experiencia única» y blablablá...

La pandilla ha salido del auditorio y ahora cruza el patio interior en dirección a la cafetería. Maïna exclama:

—Debes de estar muy contenta, Sofia. ¡Podrás conocer a muchos otros alumnos como tú!

—Es verdad —añade Constance—. Aunque es una pena que no hayan invitado a ninguna escuela italiana.

—En todo caso —interviene Zoé—, ¡la escuela va a llenarse de alumnos extranjeros!

Sofia sonríe a sus amigos y asiente. Pero mientras coge su bandeja y se coloca en la cola del autoservicio, la invade un extraño malestar.

«¿Alumnos como yo?», se repite. «¿Qué quiere decir alumnos como yo?»

La niña italiana se esfuerza tanto por integrarse que no puede evitar que estas palabras la ofendan, aunque está segura de que sus amigos no lo han dicho con mala intención. «Al contrario, seguro que intentan ser amables. Pero ¿qué creen? ¿Que voy a conocer a una alumna alemana y que seremos iguales?»

Mientras elige un cuenco de tomate como entrante, recuerda el incidente de los nuggets. Fue en ese mismo comedor, poco después de llegar a la escuela...

Sofia entra en la cafetería detrás de Rose y Gwenaëlle. Todavía no es capaz de orientarse en los tres edificios de la escuela, así que de momento ha decidido no perder de vista ni por un instante a sus dos compañeras de habitación.

«Esta noche me dibujaré un plano y lo colgaré encima de la cama», se promete cogiendo los cubiertos.

Rose y Gwen, que están delante de ella, murmuran y luego se echan a reír.

—¿Qué pasa? —pregunta Sofia, con curiosidad.

No tiene del todo claro si cae bien a las dos niñas, y muchas veces le cuesta entender sus conversaciones, pero hace todo lo posible por participar.

—Oh, solo hablábamos de la primera vez que comimos ranas —le contesta Rose encogiéndose de hombros.

—¿Ranas? —repite Sofia, convencida de que lo ha entendido mal.

—¿Qué pasa? ¿Nunca has comido ranas? —le pregunta Gwen con los ojos como platos.

—¡Sabes perfectamente que en Italia no se comen! —le contesta Rose antes de que Sofia haya podido abrir la boca.

Las tres niñas llegan a la altura de los segundos platos.

—¡Perfecto! ¡V

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos