¡Liberad al monstruo! (Serie Bat Pat 28)

Roberto Pavanello

Fragmento

cap-2

Image

Image

e hecho, al día siguiente tampoco lo vimos.

Al principio no nos pareció extraño, pero después empezamos a preocuparnos.

Durante toda la semana Martin solo aparecía a la hora del almuerzo y de la cena. Comía sin apartar la vista del plato y después volvía a su habitación a leer. Los señores Silver intentaron razonar con él, y sus hermanos, distraerlo (¡Leo incluso se disfrazó de Hércules!). Pero todo fue inútil.

El caso es que aquella historia acabó convirtiéndose en una auténtica... tragedia griega.

—No aguanto verlo así —soltó Rebecca un día—. ¿No hay nada que podamos hacer para que no esté tan abatido?

Image

—Ya oíste a papá y mamá —replicó Leo—. Ir a Grecia es muy caro. No querrás que papá se endeude por un capricho de Apolo-Martin, ¿verdad?

—No, claro que no. Pero tiene que haber alguna forma de ir de vacaciones reduciendo los gastos al mínimo. No sé, alguna alternativa más económica...

—Sí, podríamos alquilar el hueco de una escalera en algún hotel o una cabaña encima de una palmera a orillas del mar —bromeó Leo—. También podríamos proponerle a algún millonario que intercambiáramos su mansión con piscina por nuestra casa de dos pisos con jardín en el patio trasero. ¿Qué te parece?

—Que solo sabes decir tonte... ¡Eh, un momento! ¿Has dicho intercambio?

—Te estaba tomando el pelo, hermanita. La gente no intercambia las casas como si fueran cromos.

—Te equivocas, listo. Ya lo creo que se hacen intercambios de casas. Enciende el ordenador.

Mi brillante ama tenía razón. Ni Leo ni yo lo sabíamos, y los señores Silver tampoco. Por eso se quedaron de piedra cuando aquella noche Rebecca y Leo se presentaron con quince propuestas de «intercambio de apartamentos».

—¿Me estás diciendo que tendría que dejar mi casa a unos desconocidos? ¡Ni hablar, señorita! —exclamó la señora Silver.

Image

—No funciona así, mamá —replicó Rebecca—. Solo hay que buscar una agencia seria que seleccione a los candidatos meticulosamente.

—Y vosotros ya la habéis encontrado, verdad? —intuyó el señor Silver, que parecía mucho más predispuesto que su mujer.

—¡Claro! Hemos consultado más de veinte. La que tiene mejores referencias es Dulcehogar.

—¡El único «dulce hogar» que conozco es este! —insistió la señora Silver.

—Mamá... Muchas familias desconfiaban como tú antes de haberlo probado. Y ahora ya llevan años viajando así y han visto medio mundo gastando poquísimo.

—Hay que admitir que eso es una gran ventaja... —asintió el señor Silver.

—Además, puedes seleccionar qué tipo de familia estás dispuesto a aceptar —precisó Leo—. Con hijos, sin hijos, con animales, sin animales, fumadores, no fumadores...

—¿Fumadores? ¡De eso ni hablar! —exclamó la señora Silver, encolerizada—. No quiero que la casa huela a cenicero cuando vuelva.

—¿Te parecerían bien dos jubilados griegos que sueñan con visitar nuestro país desde hace años? —propuso Leo mostrando uno de los anuncios que había seleccionado con su hermana.

—¡Serían perfectos! —respondió el señor Silver, entusiasmado—. ¿Qué opinas, Elizabeth?

ImageObservamos ansiosos la expresión de la señora Silver, que se debatía entre sentimientos encontrados: por un lado, quería evitar que unos extraños entraran en su casa; por otro, poner remedio a la tristeza de Martin.

Pero a final cedió.

—De acuerdo. Al fin y al cabo, hace años que quiero ir a Grecia... —murmuró.

Explotamos de entusiasmo.

—¿Qué pasa? —preguntó Martin al oír nuestros gritos.

—Haz las maletas, Apolo. ¡Nos vamos a Grecia! —le contestó Leo, satisfecho ante la cara de incredulidad de su hermano.

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos