Ancas fatales (Un caso de Batracio Frogger 2)

Jorge Liquete
Andrei

Fragmento

cap-1

1

Un nuevo caso

Una vez más me encontraba en el subsuelo de Ancas City, pero esta vez había una buena razón para ello: celebrar que había resuelto mi último caso con éxito. Así que allí estaba yo, en uno de los peores antros de la ciudad, rodeado por... ¡cientos de cucarachas!

—Yum... Yum... Está todo delicioso, Batracio —me dijo mi amigo Ku, sin apartar sus antenas de la comida.

—Me alegro mucho, Ku.

—Siempre he dicho que eres una rana de palabra.

—Te dije que invitaría a toda tu familia por haberme ayudado a resolver el caso del falsificador de billetes. Sabía que tenías mucha familia... ¡pero no imaginaba que vendrían todos!

—Ya sabes que... yum... a comer gratis... yum... siempre se apuntan. Sobre todo, mis dos docenas de primos. Yum... ¡Están deliciosas estas albóndigas!

—¿Cómo conseguiste atrapar al falsificador? —me preguntó la mujer de Ku, que estaba embarazada de nuevo.

—Bueno, si quieres que te diga la verdad, realmente lo fastidió cuando empezó a poner su propia cara en los billetes que hacía. Le perdió el ego. Era cuestión de tiempo que acabara cayendo antes o después.

—Yum... Yum... ¿Qué tal tu novia? ¿Cómo le va por...? ¿Dónde diantres era?

—Está en Rhanna. Le va bien. Sigue trabajando en sus misiones ranitarias.

—¿Y tú? ¿Estás metido en algún caso?

—Sí —dije levantando mis ancas de la silla—, la verdad es que ahora mismo tengo una cita con un nuevo cliente y debo irme.

—¿De qué se trata?

—No tengo ni idea. Todo es muy misterioso y muy secreto.

—Antes de irte, pídele al camarero otra ración de... yum... estas fabulosas albóndigas. ¿Qué llevaban?

—¡Mejor no saberlo, Ku! ¿No has comido ya suficiente? Despídeme de TODA tu familia, que llevo algo de prisa.

—Claro, Batracio.

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Dejé a la enorme prole de Ku comiendo y salí de aquel tugurio de las alcantarillas. Ascendí por una escalera y regresé a la superficie, a mi querida Ancas City. Aspiré de nuevo ese aire contaminado que tanto me gusta. Mientras caminaba hacia mi destino, contemplé la ciudad iluminada con sus farolas y sus neones, tan hermosa como una tarta de cumpleaños adornada con muchas velas. No se veía a demasiada gente andando por las calles. Algo normal, si tenemos en cuenta que esa noche emitían por la tele el llamado «partido del año», que enfrentaba nada menos que a los SuperSapos contra el Real Anfibio Club. Menos mal que a mí no me gusta el deporte.

Llegué a mi objetivo: un enorme rascacielos en el centro de la ciudad. En la última planta del edificio había un cartel luminoso que anunciaba el último producto de la empresa: un perfume para ranitas pudientes, ANCANEL N.º 7. Mi nuevo cliente era el director. ¿Para qué charcas necesitarían a un detective en una empresa de cosmética y perfumería?

Al cruzar la puerta giratoria tuve el primer contacto con el guardia que vigilaba la entrada. Evidentemente, estaba más preocupado en seguir en un pequeño televisor portátil las evoluciones de Ranaldo, la estrella del Real Anfibio Club (como el resto de los habitantes de Ancas City), que en echar un ojo a los monitores de las cámaras de seguridad. Al acercarme a él noté que mi inesperada visita le molestaba.

—Buenas noches —le dije mientras veía como apartaba sus dedos membranosos del siguiente bollo relleno de una enorme caja—. Tengo una visita concertada con el presidente.

—¿A estas horas? Un poco tarde para visitas, ¿no?

—No me lo pregunte a mí. Hable con su jefe.

—Vale, vale. Ya voy.

Con algo de fastidio levantó su culo del asiento, cogió el teléfono e intercambió unas palabras con alguien. Después de colgar, volvió a sentarse frente a la tele y agarró el olvidado bollo.

—Coja ese ascensor —dijo señalando hacia una dirección indeterminada— y vaya a la última planta. Lo están esperando.

Dicho esto, se zampó el bollo relleno (ni siquiera me dio tiempo a ver de qué estaba relleno) y pasó completamente de mí, sin apartar su mirada del televisor.

—Gracias —le dije, aunque, visto lo poco que le importaba, podría haberme ahorrado la saliva.

Me encaminé hacia el ascensor y pulsé el último botón, la planta 13. No quiero ser una de esas ranas supersticiosas, pero no me dio buena espina. Las puertas automáticas se cerraron y, mientras el ascensor subía, pensé que tenía gracia trabajar para una empresa de perfumes, cuando yo jamás en mi vida he usado colonia. Como siempre decía mi madre: «Ranita limpia y lavada, no ha de oler a nada».

Mi pensamientos quedaron interrumpidos cuando el ascensor se detuvo en la planta de destino. Avancé por un larguísimo pasillo hasta llegar frente a la puerta de doble hoja que conducía al lujoso despacho del director de Ancanel.

—Adelante —me dijo una voz desde el interior. Obedecí y pasé adentro—. El señor Batracio Frogger, supongo...

—El mismo que viste y calza —le respondí mientras observaba con atención a mi nuevo cliente: un corpulento sapo que vestía una camisa minimalista, diseñada por Francco Moschitto o algún otro de esos carísimos modistos. Me fijé en las ojeras que enmarcaban sus ojos: llevaba varias noches durmiendo mal, muy poco o nada. Tenía problemas; problemas muy serios.

—Vaya... Por su anuncio, ¡creía que sería usted más alto! —me soltó mientras apagaba su ordenador—. ¿Y no es usted demasiado joven?

—¡Bueno! La altura no es una condición demasiado importante para ser un buen detective privado —me defendí—. En cuanto a la edad..., sepa usted que, pese a mi apariencia juvenil, llevo mucho tiempo en esto y he resuelto docenas de casos satisfactoriamente. El último, sin ir más lejos...

—Está bien, está bien. No quería ofenderle, señor Frogger —me interrumpió, algo nervioso—. La verdad es que necesito su ayuda desesperadamente.

Eso ya me sonaba mejor.

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—Bueno, comencemos por el principio: ¿es un asunto de amor o de dinero?

El sapo dio un respingo y me miró con cierto recelo.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque siempre es un asunto de amor o de dinero. Así que... ¿de qué se trata?

—Se trata de dinero, de muchísimo dinero. Verá, mi compañía lleva años luchando por ser la número uno, pero, lamentablemente, de momento solo somos la número dos. Sin embargo, eso pronto va a cambiar porque estamos trabajando en una nueva línea de productos que nos va a distanciar de nuestros competidores. Hemos descubierto un nuevo ingrediente, secreto, por supuesto, que rejuvenece la piel como jamás se ha visto antes.

—Y se lo han robado, ¿verdad? —me anticipé.

—No, todavía no. Por eso le necesitamos. He recibido una serie de anónimos. ¡Mire, aquí los tiene!

Sacó varias notas de un cajón y me las enseñó. Les eché un vistazo: «TU SECRETO SERÁ PRONTO MÍO». «VUESTRA EMPRESA ESTÁ ACABADA.» «SÉ LO QUE PLANEAS».

—¿Por qué no llama a la policía?

—No, no, nada de

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