Bat Pat 38 - Naufragio en la Isla Colmillo

Roberto Pavanello

Fragmento

cap-1

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odo empezó un sábado de primavera por la tarde.

El cielo estaba un poco nublado, pero no lo bastante como para impedir que la familia Silver montara una exquisita barbacoa en el jardín. El encargado de preparar la comida, como siempre en esos casos, era el señor Silver, pero para el puesto de pinche se ofreció voluntario Leo, que desde hacía un par de semanas vivía entregado a una pasión obsesiva por las llamadas «técnicas de supervivencia». ¿Sabéis lo que son? Pues construir un puente encima de un precipicio, hacerse una cabaña, extraer agua de los cactus... Puede que las aventuras demenciales que habíamos vivido juntos lo hubieran convencido para prepararse mejor. Sacó dos piedras largas y negras que había pedido por correspondencia y exclamó con aire triunfal:

—¡Son pedernales! ¡Con esto enciendo un buen fuego en menos que canta un gallo!

Dio tiempo a que cantara un gallo. Y otro. Y un tercero, un cuarto y un quinto. Pero lo único que vimos encenderse fue la cara de Leo: a fuerza de restregar los dos pedruscos y de soplar las chispas que salían, se le puso... ¡incandescente!

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—¡Qué rabia! —exclamó—. Y mira que en YouTube parecía fácil...

—¡Tranquilo, Leo, que también se puede sobrevivir comiendo carne cruda! —se burló Rebecca.

—¡Qué graciosa! ¡Un día mis pedernales te salvarán la vida! —contestó él, ofendido.

¿Sabéis una cosa? Ahora puedo deciros que no tendríamos que habernos reído tanto de aquellas palabras.

En cualquier caso, al final encendieron el fuego. Leo se puso las botas y recuperó el buen humor, Martin y Rebecca decidieron jugar a las cartas y el señor Silver cogió el Eco de Fogville. Pero no le dio tiempo ni a abrirlo, porque empezaron a caerle encima unas gotas bien gordas. En cuestión de segundos se desencadenó un temporal furibundo que nos obligó a refugiarnos en casa: ¡llovía tan fuerte que no se veía la pared del fondo del jardín!

Me puse a admirar aquel espectáculo de la naturaleza y de repente me pareció distinguir una silueta larga y flaca que pasaba por delante de la ventana. Cuando sonó el timbre todos nos sobresaltamos y seguimos al señor Silver, que se dirigió con desconfianza hacia la puerta. Al abrir se encontró delante a un individuo muy alto cubierto por un impermeable amarillo. Llevaba sombrero y tenía una nariz enorme, que goteaba.

—¿La familia Silver? Vengo a entregar esto. Es urgente —dijo, y endilgó a un estupefacto señor Silver un paquete de color gris. A continuación hizo un gesto con la mano y añadió—: ¡Por cierto, feliz Día de San Borondón a todos!

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Y dicho eso dio media vuelta y volvió a sumergirse en la lluvia.

Rebecca le quitó el paquete de las manos a su padre, que aún no se había recuperado de la impresión, y al abrirlo encontró dentro una carta que iba dirigida a Martin, a Leo y a ella misma. La abrió al instante: contenía una imagen antigua. Era muy rara, a decir verdad: representaba a un grupito de monjes, apiñados en un barquito minúsculo rodeado por un pez enorme que se comía la cola.

—¿Qué diantres es esto? —refunfuñó Leo mirando el dibujo con una mueca—. ¿Una broma?

—No lo entiendo... —añadió Rebecca dando vueltas a la imagen.

014-bp48.psd—¡Yo sí! —terció entonces Martin—. ¡Bat, ve volando a buscar a ese señor, corre! ¡Nosotros te seguimos lo más rápido posible!

Claro. ¡Siempre igual! Cada vez que hay un trabajito pesado, y más aún si hay que mojarse... ¡se piensa inmediatamente en Bat Pat, al que, como todo el mundo sabe, le encanta salir por ahí cuando está cayendo el diluvio universal! ¡Por todos los mosquitos!

La persecución, por suerte, fue breve. Encontré al señor del impermeable parado delante de la puerta de un pub. Parecía que me esperase. De hecho, nada más verme entró.

Al cabo de un momento aparecieron detrás de mí los cinco Silver, también ellos con impermeable y con botas de agua. ¡Yo era el único pánfilo que se había empapado hasta las cejas!

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