El Gran Catacroac (Un caso de Batracio Frogger 6)

Jorge Liquete
Andrei

Fragmento

cap-1

1

Un día tranquilo

Me desperté. Estiré las ancas. Un nuevo día comenzaba. Bajé la escalera y allí estaba Froggy, mi querida Froggy, preparando el desayuno para los primeros clientes.

—Buenos días, dormilón.

—¿Y Ku? —pregunté extrañado al no verlo rondando por allí.

—Diría que sigue buscando el regalo especial para su esposa.

—No sé qué charcas está buscando. ¡Lleva una semana con eso y todavía no lo ha encontrado!

—A mí me parece muy romántico —dijo Froggy suspirando—. Por cierto, ¿te importa que ponga la tele? A los clientes les gusta que esté encendida.

—No, en absoluto.

En realidad no me gusta comer viendo la tele, pero no estábamos solos: las primeras ranitas comenzaban a entrar en busca de los nutritivos y saludables desayunos de El Sapo Amarillo, y no era cuestión de hundir el negocio de Froggy. Traté de desconectar de todo ese croaqueteo televisivo.

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Un cliente se sentó a mi lado, apoyando sus ancas encima de la barra. Pidió un desayuno continental. Yo seguí a lo mío. Froggy iba y venía.

—¿Le importaría subir el volumen? —preguntó el cliente que estaba a mi lado cuando vio aparecer en pantalla a Mr. Billy Onario, el famoso muchimillonario.

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Froggy pulsó una tecla y todo el local, incluido un servidor, volvió la cabeza hacia la televisión.

«Animo a todo Ancas City a asistir a la inauguración de la nueva colección de mi Museo de Arte privado, en el que se podrá contemplar en primicia una auténtica rareza, una obra maestra que llevaba años perdida: nada más y nada menos que Cabeza de Medusa, del pintor Ranavaggio. Compren ya la entrada antes de que se agoten...»

Justo en aquel momento, al cliente que estaba junto a mí se le fue el desayuno para otro lado. Parecía que algo estaba obstruyendo su garganta... ¡Aquel fulano se estaba asfixiando! Tenía que evitarlo (que un cliente muriese en el local de mi querida Froggy sería muy mala publicidad), pero no sabía qué hacer. Entonces recordé aquel cursillo de primeros auxilios que hice cuando no era más que un renacuajo. ¿Cómo se llamaba aquella maniobra? ¿Heinz? Puede que no, eso me suena a marca de kétchup. Bueno, era un nombre extranjero.

Así que, me volví hacia el tipo como si realmente supiese lo que estaba haciendo y, rodeando su torso con mis ancas, entrecrucé mis dedos y apreté. Apreté una vez y volví a apretar, y seguí haciéndolo hasta que un... gusano crudo salió despedido de su boca y, volando por los aires, aterrizó justo encima de la barra. La rana comenzó a respirar aliviada.

—¿Se encuentra mejor? —le pregunté.

—Sí, gracias —respondió, recuperando el aliento y el tono verdoso.

—Batracio, ¡le has salvado la vida! Eres un héroe —dijo Froggy, acercándose a mí y plantándome un sonoro beso.

—¿Eso quiere decir que me invitas a desayunar?

—Por supuestísimo. Y puedes repetir si quieres... A cambio, ¿me llevarás a ver la exposición esa?

—Vaya, no sabía que te gustaba el arte, Froggy.

—Hay tantas cosas que todavía no sabes de mí, Batracio...

—Eso es verdad. Oye, el local se está llenando... ¿necesitas ayuda?

—La verdad es que me apaño bastante bien yo sola. Pero gracias... ¿Qué vas a hacer hoy?

—Quizá ponga un anuncio en la prensa. La loca gente de Ancas City tiene que saber que Batracio ha vuelto a la acción.

—No olvides poner que eres «El mejor detective privado a este lado de la charca». Tener un buen eslogan que la gente recuerde es básico.

—Bueno, eso igual sería pasarse. Tampoco quiero que me denuncien por publicidad engañosa...

El cliente que casi se asfixia me miró fijamente.

—¡Ya decía yo que me sonaba su cara! Sí, eso es... ¿Usted es el detective ese?

—Batracio, Batracio Frogger —le respondí.

—Encantado; vaya, empiezo a pensar que todo esto es una señal del destino.

—No le entiendo.

—Creo que tengo un trabajo para usted, si le interesa.

—Pues la verdad es que me vendría bien algo de acción. ¿De qué se trata? ¿Dinero o amor?

—La verdad es que ni una cosa ni la otra. Se trata de arte. Pero es un asunto... como le diría... delicado. Muy delicado.

—Siempre lo son. Pero no se preocupe, soy la discreción personificada. Acompáñeme a mi despacho —dije, señalando una de las mesas vacías.

Le guiñé un ojo a Froggy, que me miraba alucinada desde la barra.

Cuando nos sentamos el uno frente al otro, lo observé con atención, como siempre hace un buen detective. Aquella ranita iba bien vestida.

—Entonces ¿me ayudará, señor Frogger?

Pensé en mi cuenta corriente, más tiesa que las antenas de Ku; necesitaba trabajar... de inmediato. Pero no se tenía que notar que estaba desesperado.

—Primero explíqueme de qué se trata.

—Es verdad, ni siquiera me he presentado. Mi nombre es Paolo, soy el director del Museo de Arte Clásico de Ancas City.

—Ah, entonces trabaja usted para Mr. Billy Onario.

—No, él es el dueño del otro museo. La diferencia es que el suyo es privado y el nuestro es público. Nosotros fuimos el primer museo de la ciudad. Y nos centramos solo en arte clásico. El suyo abarca tanto arte clásico como contemporáneo.

—Ya imagino lo que ha pasado. ¿Han robado algún cuadro? Es eso, ¿verdad?

—No, no. Es algo más... —dijo, bajando más la voz— delicado. Verá, como en todos los museos, tenemos muchos cuadros, y no todos están en exposición. Tenemos algunos en reserva, hacemos rotaciones... ya sabe, mientras restauramos unos cuadros, para devolverles su colorido original, colocamos otros en su lugar. Y a veces, durante estos movimientos de lienzos, encontramos algún cuadro que no aparecía en los inventarios. Generalmente no son cuadros importantes. Esos están localizados. Suelen ser obras menores, pero, hace una semana más o menos, apareció uno muy famoso. Un cuadro perdido desde hace años. Todavía no sabemos cómo llegó hasta nuestro museo. Se trata de Cabeza de Medusa de Ranavaggio.

—¡Ahora entiendo por qué se le ha ido el desayuno para el otro lado! Ese es el cuadro que ha anunciado Onario por la tele... Y si él lo tiene, usted no puede tenerlo también. Así que... sospecha que uno de los dos cuadros debe de ser falso.

—Eso es. Estamos haciendo pruebas al nuestro y, de momento, parece que es el auténtico, aunque todavía no estamos seguros del todo. Pero tendríamos que saber si el que tiene Mr. Billy Onario es el verdadero. Imagínese qué vergüenza si hacemos público nuestro descubrimiento y es el nuestro el que es falso.

—Eso implica colarse en su galería y... ¿robar el cuadro?

—No, animal. ¡Soy el director de un museo! ¿Cómo voy a animarle a robar un cuadro?

—Entonces ¿cómo voy a averiguar si es falso?

—Necesitaría una foto...

—Eso es fácil, iré a la inauguración y le haré una.

—No he terminado.

—Perdón. —Me di cuenta

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